Lo invisible de las ciudades
¿Cómo hacer mejores veredas en nuestras ciudades?
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Durante las últimas semanas, asuntos académicos me han tenido fuera del país, recorriendo ciudades que sirven de referentes en muchos aspectos. Lo que puedo resaltar de todas esas ciudades es que contaban con agradables espacios para caminar.
La caminabilidad (término aún no aceptado por la RAE, pero que nos sería muy útil en nuestro idioma) es una de las formas más seguras de mantener o revalorizar las propiedades. También es la forma más efectiva de mantener o resucitar al comercio en un área determinada.
El mejor ejemplo de ello es lo ocurrido con el bulevar 9 de Octubre, en Guayaquil, donde el incremento del ancho en las veredas consolidó este espacio como el lugar de comercios de línea blanca; muy a pesar de la pérdida de carriles para la circulación vehicular.
A diferencia de lo expuesto en otras ocasiones sobre este mismo tema, hoy no quiero enfocarme en lo que los municipios han hecho de manera deficiente, en sus diferentes administraciones. Considero oportuno, que en esta ocasión nos pongamos más proactivos y hablemos de criterios para la definición de calles, calzadas y aceras.
Se debe empezar por revisar cuán vigentes son las relevancias dadas a las calles a escala barrial. Quizá sean las calles de tercer orden las que mayores cambios deban enfrentar.
Muchas de ellas deben reimaginadas, partiendo de una pregunta fundamental: ¿Cuán relevante es que dichas calles mantengan su circulación vehicular? Si hay algo que podemos aprender de ciudades europeas incluso más grandes y más pobladas que Guayaquil y Quito es que muchas de sus vías menores cuentan sólo con un carril para circulación vehicular, y no poseen carril alguno para estacionamientos.
Esto permite dejar un espacio amplio para la circulación peatonal; veredas amplias, con mobiliario urbano cómodo, complementado con una arborización que provea de sombra y que invite a disfrutar del espacio público. Esto puede llevar a una reconfiguración de las calles en alzado.
Quizá no sea necesario que los anchos de acera sean siempre iguales a los dos lados de la calzada. Uno pude ser más ancho que otro; y eso debería definirlo la arborización de la calle. Por ejemplo, en las calles que se orientan en el sentido norte-sur, deberían ser las veredas occidentales las que cuenten con los árboles, para que estos tengan el mayor tiempo de soleamiento posible.
Lo interesante sería ver cómo se definiría la ubicación de árboles en las calles que estén orientadas en el sentido este-oeste; ya que ahí tenemos seis meses al año favorables a cada una de las dos veredas. En este caso, la arborización sea definida por la altura de las edificaciones colindantes.
Esto abre una puerta adicional a los criterios urbanos a considerar: ¿qué tan válido es determinar la altura máxima de una construcción, según las definiciones de su calle como espacio público? Este es un escenario en el que podría considerarse algo similar a los retiros frontales establecidos en Nueva York, según los cuales el retiro del edificio es mayor, a medida que la construcción aumenta en altura. Esto se establece para garantizar que se dé el mayor soleamiento posible en las calles.
Luego de eso, debería hacerse una revisión seria sobre los usos de suelo especificados para este tipo de calles, partiendo de la premisa fundamental, que las actividades permitidas en el lote sirvan para mantener viva a la calle, con actividades que sustenten las partes residenciales.
Si revisamos los usos de suelo desde esta perspectiva, es muy seguro que acabemos con ese comodín genérico; según el cual todos los espacios deben evolucionar hacia la verticalidad y el uso mixto. Dicho giro de tuerca puede ayudarnos a mantener vivos a los barrios que aún tienen mucho que darnos, en sus condiciones actuales.