Lo invisible de las ciudades
La súper manzana: el futuro de las comunidades cerradas
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Los urbanistas siempre hablamos del calamitoso desastre que es el esparcimiento urbano. En las últimas décadas, Quito ha vivido una hipertrofia de sus suburbios, que no tiene nada que envidiarle a Guayaquil.
Lamentablemente, la idea de Quito como una ciudad que prefiere el crecimiento vertical murió hace 30 años. Debemos entonces entender bien qué fue lo que pasó en la capital, por qué ocurrió semejante esparcimiento y qué podemos hacer para enrumbar a Quito a la recuperación de su densidad poblacional.
Cierto es que -desde los ochenta- hubo una migración de las clases más acomodadas desde el valle de Quito hacia Cumbayá y Tumbaco. Pero esta migración era inicialmente moderada. Se puede detectar el punto de inflexión que provoca el traslado masivo de residentes; ya no solo de clase alta, sino además de la clase media.
Ese catalizador fue la Ruta Viva. Lo que se presentó como una vía rápida de comunicar a la ciudad con su nuevo aeropuerto terminó convirtiéndose -con todos sus conectores y escalones- en un sistema vial que les dio una fácil accesibilidad a montones de lotes urbanizables.
Los valles nororientales se llenaron entonces de comunidades cerradas, que en gran parte imitan la morfología de las parcelas que les precedieron en el sitio. Las calles de los nuevos suburbios contrastan entre calles abiertas hacia el interior, con zonas comunales y áreas verdes; y muros ciegos y fortificados al exterior, indiferentes a lo que pueda ocurrirle a quien transite las calles remanentes entre dichas urbanizaciones encapsuladas.
Actualmente, el municipio quiteño ha implementado medidas más rigurosas para la aprobación de nuevos proyectos en las supuestas parroquias rurales del nororiente. Pero algo debe pensarse para reponer el desastre urbano causado por las urbanizaciones ya existentes.
Borrar la huella construida a escala urbana es un imposible, logrado solamente por Detroit, gracias a su calamitosa crisis económica de la década pasada. Usualmente, las áreas urbanas prevalecen a través de la historia, literalmente, hasta la muerte de la misma ciudad. La ciudad debe recuperar su atractivo económico y prepararse para una nueva ola migratoria de personas buscando un mejor futuro. Después de todo, como dice Alain Betaud en su libro 'Order Without Deisgn', las ciudades -en su mínima expresión- son “mercados de oferta y demanda laboral”.
Dicho en pocas palabras: somos una ciudad de tres millones de habitantes, que ha ampliado su capacidad espacial para triplicar su población en los próximos 50 años.
¿Cuál es el modelo más conveniente para aumentar la densidad poblacional de las comunidades cerradas? La súper manzana; pero no el tipo de súper manzana que se implementó años atrás en Barcelona. El municipio debería establecer desde ya, una regulación que facilite la transformación de dichas urbanizaciones para los próximos 100 años.
Una vez que las actuales construcciones alcancen su vida útil (esto suele ocurrir aproximadamente a los 50 años), las nuevas construcciones que se realicen en dichos lotes deberían jugar con nuevas reglas de juego.
Primero: los linderos entre estas urbanizaciones deberían servir como ejes para nuevas vías, estableciendo servidumbres en la parte posterior de dichos lotes. El área cedida por los propietarios debería compensarse aumentando el área construible, mediante el incremento de la verticalidad de las nuevas construcciones. Así, una fila de casitas suburbanas debería transformarse en un muro habitable de 4 pisos de alto. Estas edificaciones mirarían hacia las nuevas vías; lo que permitiría mantener en algo la privacidad en el interior de dichas comunidades. Terrenos interiores, áreas verdes y áreas comunales podrían jugar con otras reglas de juego.
Estas directrices serían el inicio de una serie de normas y criterios que permitirían aprovechar mejor los espacios convertidos en ciudad por la inercia inmobiliaria y la falta de criterio.