Lo invisible de las ciudades
Destruir arreglando: historia de una calle quiteña
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Hoy voy a dejar a un lado los temas políticos nacionales e internacionales que nos agobian. En su lugar, les contaré la historia de una calle. Se trata de una calle corta, con una longitud menor a los 300 metros. Es una calle pequeña, pero concurrida; pues conecta varias zonas residenciales con carreteras que llevan al hipercentro de la ciudad. Además, cuenta con el acceso a una universidad a la que acuden unas 10.000 personas, aproximadamente.
Esta calle tenía una señalética básica y un par de reductores de velocidad. Eso beneficiaba a la gran mayoría de peatones que la usan de lunes a viernes. Cierto es que la configuración de la calle podía ser mejorada. Sus reductores de velocidad eran tan anchos, que tranquilamente podía ubicarse los pasos peatonales sobre los mismos; tal como recomiendan varias normas internacionales. Pero en este caso, los cruces peatonales estaban siempre desfasados respecto a los rompe velocidades; siempre a unos cuantos metros de distancia entre sí.
Un día, la calle aparece impecablemente pavimentada, sin señalética horizontal. Los rompe velocidades que había, de pronto desaparecieron. La calle era una tabla rasa. Así permaneció un par de semanas, hasta que apareció la nueva señalética pintada sobre el asfalto.
Tres cruces peatonales aparecieron: todos ellos en ubicaciones conflictivas. Uno de ellos termina justo frente a un árbol; el otro, remata frente a unos arbustos; y el tercero coquetea peligrosamente con la salida vehicular de un garaje. Algunos profesores de la universidad se acercaron a los encargados de pintar la señalética, durante su realización; haciéndoles notar las mencionadas incongruencias. Muchos de ellos incluso les dieron la razón a los profesores, pero aún así recibieron instrucciones de terminar la señalética horizontal, tal como constaba en los planos.
Ahora tenemos una calle más insegura que antes, en la que se tienen más riesgos si se cruza por donde lo indican las rayas en el suelo.
La calle en cuestión es la Diego de Robles, que cuenta con la entrada principal de la Universidad San Francisco de Quito. Si esto pasa en uno de los sectores más acomodados de la ciudad, ¿qué estará pasando en las calles de los barrios más humildes de la capital?
No creo que estas palabras sean una queja directa contra el alcalde, o contra la secretaría responsable o la empresa ejecutora. Vivimos aprisionados en un sistema en el cual el sentido común siempre tiene todas las de perder. Este sistema castiga al ejecutor de una obra que cuestione la eficiencia de la misma, y lo empuja a ignorar las observaciones de la comunidad que debería supuestamente beneficiarse con la presencia de dicha obra.
En este caso, como en muchos otros, nunca hubo un acercamiento de institución municipal alguna con la comunidad. Eso está perfectamente plasmado en el actual aspecto de la Diego de Robles. Sería interesante que el actual gobierno metropolitano pasara a la historia como uno que aprendió a escuchar a los quiteños; uno que no use la soberbia tecnocrática para taparse los oídos; uno que deje de construir cosas desconectadas de las realidades cotidianas de los ciudadanos.
La aproximación a las comunidades debería ser parte del proceso de elaboración de obras públicas, como una verificación en sitio, y como un canal de retroalimentación, que permita el cumplimiento efectivo de los objetivos propuestos con las intervenciones del municipio en los diferentes sectores de la capital.
Debemos entonces pensar en mejorar este sistema. Ya es hora de que recibamos mejores proyectos y mejores obras. Quizá debamos pensar en un sistema de supervisión en el cual la Contraloría deje de ser el cuco que le quita el sueño al personal público y a los contratistas. Ese cuco es uno de los motivos por los cuales recibimos obras que dañan todo, supuestamente arreglándolo.