Lo invisible de las ciudades
¿Por qué es tan difícil salvar la 10 de Agosto?
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Varios expertos en urbanismo llevan años discutiendo sobre el abandono de la avenida 10 de Agosto. Culpan al crecimiento descontrolado del territorio ocupado por el Quito contemporáneo. Este problema abarca al eje vial que atravieza a la capital de norte a sur, que incluye las avenidas Pedro Vicente Maldonado, Guayaquil y Galo Plaza Lasso; además de la 10 de Agosto. A este eje vial se lo conoce como Corredor Metropolitano.
Cierto es que antes había un mayor índice de habitantes permanentes en dicho corredor. Pero el tiempo ha visto cómo sus edificaciones han caído en un proceso de abandono, que corre el riesgo de ser irreversible. Años atrás, se realizó un concurso de ideas para encontrar una solución viable al sector. En mi opinión, casi todas las propuestas presentadas —incluyendo la ganadora— cometieron el error de no estudiar el problema del sitio. En lugar de ello, optaron por embellecer el espacio público, desconociendo que los materiales se envejecen y deterioran; ignorando que el papel y los renders aguantan todo, en el momento de querer vender como real una fantasía.
El problema del corredor metropolitano tiene varias aristas, pero el principal radica en el peso que su infraestructura vial adquirió con el tiempo.
En el caso específico de la 10 de Agosto, esta vía cuenta con los carriles exclusivos del Trole; lo cual le ha quitado continuidad peatonal. Si bien la presencia de sus estaciones ha aumentado el número de cruces peatonales, así como la cantidad de semáforos destinados a preferenciar al ciudadano de a pie, el incremento del tráfico en las vías para automóviles apenas es soportable. La contaminación generada por los automóviles no se ve compensada por la baja emisión de los troles eléctricos; que, dicho sea de paso, son cada vez menos unidades, versus los nuevos trolebuses de diesel. Salvo su tangencial relación con El Ejido y la Alameda, tampoco cuenta con espacios verdes y recreativos.
A eso hay que agregarle su terrible configuración morfológica. Edificios oscuros, adosados unos a otros, con espacios comunales pequeños o nulos y una ventilación deficiente, casi asfixiante. En mis tiempos de estudiante universitario, nos referíamos a dichas construcciones como “cajitas de la 10 de Agosto”. Era el usual edificio construido sin mayor criterio estético; cuyo penthouse suele ser una especie de casita suburbana, sin vínculo alguno con el resto de la construcción.
No descartaría que los previos habitantes de la 10 de Agosto no se hayan ido a otras partes por el deterioro de la calle, sino porque descubrieron que se podía vivir mejor, en espacios diseñados sin mezquindades.
El problema de la 10 de Agosto se resume entonces en dos campos críticos:
- Por un lado, el deterioro del espacio público por sus depresiones del trole y sus pasos a desnivel (estructuras que deprecian los inmuebles circundantes);
- Y por otro, la calidad deficiente de su arquitectura.
Al primer problema podría arreglárselo de manera similar al Big Dig de Boston: cavar toda la vía para deprimirla y poner sobre ella un parque lineal. Que apenas queden dos vías compartidas en los extremos de la calle, a modo de rambla, para la circulación de coches de emergencia. Las actuales paradas del trole serían el punto donde bajar a nuevas estaciones subterráneas. Ese parque lineal sería un gran atractivo para el sector y despertaría el interés de muchos. Además de que un parque así revaloraría a los inmuebles contiguos, se podría incentivar la recuperación e intervención en los inmmuebles existentes, compensándoles con reducciones a sus impuestos prediales por un tiempo determinado.
Las buenas ideas sobreviven al tiempo y son recurrentes. Es algo que está mucho más allá de los renders. No hace falta reinventar el fuego para recuperar barrios deteriorados.