Lo invisible de las ciudades
Barbas en remojo: a prepararnos para la próxima sequía

Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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La semana pasada tuvimos un cambio en el clima de la capital. Luego de estar algunos meses bajo precipitaciones casi permanentes, volvimos a esos días cálidos y soleados, que no se dejaban ver desde los tiempos de la sequía que nos tuvo sin energía eléctrica.
Si bien es cierto, que días atrás tuvimos nuevas precipitaciones sobre el Distrito Metropolitano de Quito, y que el país entero acaba de lidiar con inundaciones y deslaves alrededor de todo su territorio, queda en nuestras mentes la inevitable pregunta: ¿Estamos haciendo algo para prevenir otra crisis energética?
Los seres humanos hemos sobrevivido como especie, gracias a nuestra habilidad de encontrar patrones en la naturaleza. Muchos de dichos patrones tienen que ver con el clima. Sin embargo, los nuevos tiempos y el cambio climático nos están quitando esas certezas. Ahora, nos reina la incertidumbre en muchos aspectos; y lo relacionado con el ambiente no es la excepción.
Debemos entonces prever la anomalía, mucho antes de que esta ocurra. Si bien no debemos dejar de atender asuntos de prioridad inmediata, no por ello debemos dejar a un lado la mitigación del desastre que puede ocurrir mañana. Dicho de otra forma -y aunque suene complicado de lograr- no por atender las emergencias que nos producen las lluvias, debemos posponer los planes de contingencia para una posible futura sequía que nos deje sin electricidad a nivel nacional.
El alboroto electoral ya quedó atrás. Se vienen 4 años de gobierno. A pesar de la cantidad limitada de recursos, debemos prepararnos para las catástrofes que esperan por nosotros más allá; que aún no vemos con claridad, pero que sí podemos vislumbrar, gracias a experiencias pasadas.
Me viene entonces la siguiente pregunta: ¿pueden las ciudades asumir la competencia de la generación eléctrica?
Sería interesante que así fuera. Cada ciudad podría analizar las bondades del contexto en el que se encuentra. Quito -por ejemplo- tiene a su favor el encontrarse en un territorio que no tiene términos medios. O llueve, o no hay nubes en el cielo. Debería haber alguien pensando ya en la posibilidad de construir una planta de energía solar en nuestra capital; la cual podría aprovechar muy bien los tiempos de sequía, proveyéndonos de electricidad cuando no llueve.
En contraparte, Guayaquil no se caracteriza por tener cielos sin nubes, como la capital; pero se encuentra junto al río más caudaloso del Pacífico sudamericano. No tener electricidad en semejante situación es -literalmente- morirse de sed junto al pozo de agua. Lo cual debería hacer que nos preguntemos: ¿qué pasó con la central hidroeléctrica Daule-Peripa? ¿Sigue operativa? ¿Cuál es su actual capacidad de generación?
Y si las inquietudes sobre aquel proyecto de generación eléctrica deriva en preguntarnos sobre el estado actual de otros proyectos de energía alternativa, ¡mejor! ¿Qué pasó con las turbinas eólicas instaladas en Loja y Galápagos? ¿Aún funcionan? ¿Cuál es su actual capacidad de funcionamiento?
Quedan claras las lecciones que debemos aprender de nuestro propio pasado. Ante todo, debemos diversificar nuestras fuentes de energía. La generación hidroeléctrica fue una buena apuesta en su momento; pero en estos tiempos, en los que nuestros ríos andinos pasan sin preámbulo del estiaje a la inundación, ya no resultan tan certeros como en el pasado. Lo otro que debemos evitar es quedarnos con el desarrollo de fuentes de energía limpia, con fines más expiatorios que funcionales. Que las nuevas alternativas surjan para abastecernos de la electricidad que necesitamos para vivir y producir; no solo para sentir que no destruimos el planeta.
Los patrones climáticos están cambiando. Y para sobrevivir, nos tocará hacer algo que no estamos muy acostumbrados a realizar: adaptarnos.