Lo invisible de las ciudades
Documentando la arquitectura moderna de Quito
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Hace un par de semanas, se dio el lanzamiento del libro “Arquitectura moderna de Quito. Lo global, lo local y lo intermedio”, publicado por USFQ Press; la casa editorial de la Universidad San Francisco de Quito. Se trata de un compendio de estudios que abordan el Quito de hoy y las condiciones contemporáneas que enfrenta, mucho más allá del arquetipo —quizás ya relegado— de la capital colonial original, donde el adobe y las tejas predominaban con timidez ante el imponente paisaje andino.
Esta recopilación de trabajos académicos fue editada por Christian Parreño, y cuenta tanto con la participación personajes relevantes dentro de la comunidad de arquitectos, tales como Marcelo Banderas, Ernesto Bilbao, Ana María León, Cristina Bueno Karina Cazar. Ana María Carrión y Karen Rogers. Todo ellos analizan los espacios donde se habita al Quito moderno, desde diferentes perspectivas académicas.
Un artículo de opinión no alcanza como para poder compartir los detalles de esta publicación, pero al menos me permite compartir algunos de los aspectos tratados en el mismo y que llamaron mi atención.
Marcelo Banderas explora el impacto que tiene la topografía de los Andes en la configuración de la casa contemporánea quiteña. Ernesto Bilbao hace una reseña histórica sobre el evento que empujó con fuerza el ingreso de la arquitectura moderna en Quito: la Conferencia Interamericana de 1959. Cristina Bueno comparte su visión sobre el Panecillo, y su relevancia en la configuración de la ciudad y su arquitectura. Karina Cazar y Ana María Carrión estudian las características tipológicas que adquiere el motel, cuando es insertado dentro de nuestro contexto local.
Todos ellos, más otros autores cuya omisión en este texto no desmerece la calidad de sus trabajos, convergen en el modernismo como un pensamiento externo, importado de otras partes del mundo e implementado en nuestro entorno. Se resalta los procesos de adaptación que el modernismo tuvo que pasar, para poder acoplarse a nuestro entorno y nuestra cultura. Lo que originalmente se creía que podría implementar y reproducir sin mayor complicación en todo el mundo, debió pasar por una serie de adecuaciones y conflictos generados por la presencia de la cultura y la tectónica locales. De ahí que un mismo modernismo tenga expresiones diferentes en las diferentes partes de América Latina.
Quito, con el peso de su historia y el dramatismo de su geografía, no podía ser un lugar donde las experiencias arquitectónicas foráneas se posaran, sin enfrentar conflicto alguno con lo local. Este enfrentamiento está aún en disputa y en proceso de resolución. Con cada día que pasa en la capital, somos testigos de cómo la práctica de la arquitectura se polariza más entre la arquitectura entendida como una moda, vinculada a un ejercicio de la arquitectura como producto; versus una arquitectura que lucha aún por sostenerse como un servicio, que —por nuestro bagaje cultural artesanal— suele mezclarse con un entendimiento de la arquitectura que es servicio y oficio, simultáneamente.
Esto queda expuesto en “Arquitectura Moderna de Quito”, incluso más allá de la propia arquitectura, cuando se exploran tipologías provenientes de otras partes, como el motel; que, aún vinculado a uno de los aspectos más universales de nuestra existencia, no se libra de sufrir alteraciones al aterrizar en nuestro contexto urbano.
Lo construido dice mucho de nuestro pasado, a la vez que da ciertas pautas de nuestro posible futuro. Recurro mucho a la frase de Winston Churchill: “Nosotros damos forma a nuestros edificios, para que luego ellos nos den forma a nosotros”. Estoy convencido del poder revelador que tienen la arquitectura y el urbanismo sobre nuestra naturaleza e idiosincrasia como pueblo. Ella revela nuestras aspiraciones, así como nuestras frustraciones. La arquitectura quiteña debe ser pensada, proyectada, construida y leída. Solo así podremos visualizar hacia dónde vamos.