Lo invisible de las ciudades
Las elecciones definieron ganadores, perdedores y olvidados
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Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
Actualizada:
Cada elección es una reconfiguración de la cartografía política nacional; y las ocurridas hace un par de domingos atrás no son la excepción. Más allá de los votos y los porcentajes correspondientes a cada uno de los candidatos, existe una palestra del poder político que está más allá de los resultados evidentes.
El ganador indiscutible de las pasadas elecciones es Leonidas Iza, quien con apenas un 5% de los votos se ha convertido en el representante de esa facción que definirá al presidente del Ecuador.
En el pasado he tenido mis discrepancias con el Sr. Iza. Su postura radical durante las protestas indígenas me parecía unidireccional y poco conciliadora. Sin embargo, debo admitir que durante las pasadas elecciones, la imagen que presentó fue mucho más personal y humana. El video en el que hablaba sobre los problemas de salud padecidos por su esposa, así como las tribulaciones sufridos por ambos como pareja, ante el tortuoso laberinto que es la atención médica en el IESS, mostraron un Iza más cercano a las vivencias de todos los ecuatorianos. Lo digo como quien pidió hace ocho años un turno en el IESS para realizarle un PET-Scan a su esposa con cáncer; y que aún no recibe respuesta alguna, luego de 5 años de su muerte.
Esa reconfiguración de la imagen de Iza le salvó de caer en la fosa común de los candidatos con menos del 3% de los votos. También colocó a Pachakutik como la fuerza dirimente en la próxima Asamblea Nacional.
Quien tiene el resto del camino cuesta arriba es nuestro actual presidente. En unas elecciones donde casi todos los candidatos están —como mucho— superando el 2%, el único que le ha quitado votos es el voto nulo. Una vez más, la línea política escogida como alternativa a la revolución ciudadana ha desperdiciado la oportunidad de materializar un buen gobierno, perjudicando a quienes aún miramos con recelo las últimas dos décadas de nuestra política nacional. Hasta la fecha, el mejor presidente de la oposición a la revolución ciudadana, sigue siendo Lenin Moreno.
Finalmente, el gran olvidado sigue siendo el votante que no es de izquierda, ni de derecha. En un mundo político más conflictivo y polarizado, quienes creemos en la coexistencia armónica de diferentes políticas de estado, estamos cada vez más a la deriva, sin una alternativa que nos represente. Ambos extremos políticos se la pasan desmereciendo al centro, repitiendo pablovianamente frases sobre su inexistencia, pretendiendo así conseguir más adeptos en sus filas; alienar tal y cual como ellos mismos fueron alienados.
No creo imposible una postura, donde el acceso universal a la salud y a la educación coexista con las bondades del libre mercado; donde el desequilibrio de las clases sociales y el engordamiento del sector público sean entendidas como malos presagios.
Matemáticamente, ya he explicado en columnas previas que el sistema democrático vigente está estructurado de tal forma que siempre tiene a la configuración de dos fuerzas políticas, que con el paso del tiempo se vuelven cada vez más similares. El ejemplo perfecto de esto es lo ocurrido en los últimos años en los Estados Unidos; donde las diferencias entre republicanos y demócratas suele ser de pocos escaños en su cámara de representantes y en su senado.
Las elecciones del pasado 9 de febrero fueron nuestro paso a ese tipo de configuración política, en la que dos fuerzas rigen nuestro destino como país. Las terceras bancadas —tanto las vigentes como las que puedan aparecer en el futuro— deben manejar muy bien sus cartas. Si juegan bien, pueden ejercer un poder político mayor al de los vencedores en las urnas. Caso contrario, serán absorbidas.