Lo invisible de las ciudades
El poder de las imágenes que pueden cambiar la historia
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Esto no es algo exclusivamente comprensible por los gurús de la comunicación. Muchos episodios de la historia humana se resumen en una sola imagen; y esto no se refiere solamente a al hecho histórico en sí, sino a la emotividad que esta genera en las masas.
El intento de asesinato perpetrado el pasado sábado contra el expresidente estadounidense Donald Trump quedó plasmado en -al menos- un par de fotografías de alto impacto. Una es Trump con el puño alzado y su oreja aún sangrando; rodeado por agentes del servicio secreto y con una bandera ondeando en el fondo. La otra es un encuadre aumentado, del perfil de Trump, cuando está en el suelo, cubierto por agentes del servicio secreto, el rostro con sangre y con la boca abierta.
Definitivamente, ambas imágenes son capaces de generar reacciones favorables al candidato republicano; tanto dentro de sus seguidores, como entre algún porcentaje de indecisos.
Hasta antes de este 13 julio, las elecciones estadounidenses se encontraban aún bajo cierta nube de incertidumbre, que permitía vislumbrar tendencias, pero aún sin definir a un seguro ganador. Todas las acciones legales contra Trump estaban haciendo tambalear su campaña. Sin embargo, luego del desastroso desempeño del presidente Joe Biden durante el primer debate presidencial, la campaña de Trump comenzaba a sacar su cabeza a flote. Ahora, con el intento de magnicidio en su contra, y con la forma en la que dicho evento quedó plasmado fotográficamente, la campaña republicana adquiere un impulso difícil de frenar.
Reitero que este personaje no cuenta con mi simpatía política. Es más, soy de los que creen que su ascenso al poder puede ser incluso más peligroso que antes. Sin embargo, no puedo negar el poder de dichas fotografías. A mi parecer, pueden tener el mismo peso que el póster de Barak Obama que creara el artista Shepard Fairley para su campaña, con los colores llamativos, el rostro de Obama y en letras grandes la palabra “Hope” en la base del póster.
La historia de Occidente está repleta de este tipo de imágenes que adquieren un valor simbólico a escala generacional. El Tío Sam, apuntando con su índice al observador, para ordenarle que se enliste en el ejército; la foto del Reichtag incendiándose en Berlín; la fotografía de aquel individuo enfrentándose a cuatro tanques de guerra en la Plaza de Tianamen… todas ellas -y muchas otras- son parte de la memoria histórica de nuestra civilización.
En nuestro país, el poder de las imágenes también ha jugado un papel relevante. Velasco Ibarra dando un discurso desde un balcón, con su índice apuntando hacia sus aspiraciones; el estampado a blanco y negro con el rostro de los hermanos Restrepo, el grito de “¡Ni un paso atrás!”, dado por Sixto Durán-Ballén desde el palacio de Carondelet, son hitos gráficos de nuestra vida nacional. A dicha galería deberíamos agregar los estampados con los que la imagen de Rafael Correa se presentaba durante su primera campaña. Y la presencia de Daniel Noboa, usando un chaleco antibalas, luego del asesinato de Fernando Villavicencio, podría ser considerada la más reciente de estas imágenes históricas.
No me refiero a todas estas imágenes en señal de simpatía o de antipatía. Los sucesos ocurridos recientemente en Pennsylvania me han llevado a sopesar el peso de las imágenes sobre las palabras en la sociedad actual. Personalmente, al ver dichas fotos, siento que nos aproximamos a cambios, que no creo que sean positivos. Muchos, al contrario, verán lo mismo, pero con optimismo y esperanza.
Les propongo un ejercicio personal: revivan todos los eventos históricos que les tocó presenciar; y hagan con ellos un álbum de imágenes en su cabeza. Así verán el fragmento de historia humana que les tocó atestiguar; y quizás vean hacia dónde nos dirigimos.