Lo invisible de las ciudades
Las crisis son generadoras de soluciones
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Vivimos tiempos de incertidumbre. Eso no es nada nuevo. Lo incierto es lo único que podemos asegurar que habrá en nuestro futuro inmediato.
Como especie, estamos rodeados por una serie de amenazas, todas ellas con capacidad de poner en duda nuestra supervivencia. Sin embargo, si miramos hacia atrás, en cada ocasión que la humanidad ha estado al borde del colapso, logramos reaccionar de alguna u otra manera. Y así hemos sobrevivido a una serie de crisis; todas ellas —en su gran mayoría— causadas por nosotros mismos, a través de nuestra existencia. Tal como lo dice Zizek, hemos convertido a las crisis en el motor de nuestra sociedad y nuestra economía.
No me angustian los últimos sucesos ocurridos en la bolsa de valores en Tokyo, ni sus posibles consecuencias en la economía estadounidense. Mi preocupación principal sigue siendo la crisis ambiental que vivimos en la actualidad. Los cambios climáticos se vuelven cada vez más notorios.
Tiempo atrás, alcé la voz de alerta por la desaparición del único glaciar que había en Venezuela. Ahora, que la estación seca ha llegado a la sierra ecuatoriana, podemos ver cómo son nuestros nevados los que cada día pierden más sus hielos supuestamente eternos. Cuando uno baja por la Ruta Viva, puede apreciar al Cotopaxi prácticamente desnudo. Su cara occidental es pura roca expuesta. Muy poca nieve se ve sobre su cara norte. Algo similar ocurre con el Carihuairazo, el hermano menor del Chimborazo, que desde 2019 ha sufrido un retroceso irreversible de sus glaciares.
Surge entonces una pregunta, tan aterradora como inevitable: ¿Cuáles serían las consecuencias de la desaparición absoluta de nuestros glaciares andinos? Tal escenario sería dantesco, no solamente para la Sierra ecuatoriana, sino también para la Costa y el Oriente, cuyos sistemas hidrográficos nacen de estos glaciares que actualmente están en peligro.
¿Existe alguna señal de que esta tendencia pueda detenerse o revertirse? En términos concretos, lamentablemente no.
Pero ya hay señales de que el pensamiento general sobre el problema ambiental está cambiando. Esto suele ocurrir, cuando estamos al borde del desastre. Cuando dependíamos tanto en occidente del aceite de las ballenas, y la explotación de estas las llevó al borde de la extinción, comenzamos a utilizar la energía eléctrica y el petróleo.
Actualmente, el lobbying por mantener el consumo de combustibles fósiles es fuerte. Sin embargo, el curioso dato de que Elon Musk le esté soltando USD 45 millones mensuales a Donald Trump, permite vislumbrar un lobbying inverso. No olvidemos que —por muy de derechas que sea Musk— Tesla, una de las marcas más reconocidas de automóviles eléctricos, sigue siendo uno de sus intereses prioritarios.
Los cambios tecnológicos se dan por razones económicas; y no por motivos altruistas. Las nuevas energías limpias se están abriendo paso en el mercado, a medida que demuestran ser ventajosas ante una industria petrolífera, cada vez más complicada por su logística y por la geopolítica contemporánea. Cuando este tipo de transiciones se dan, suelen ocurrir de manera veloz y descomplicada. El paso del transporte impulsado por caballos a los autos a motor de combustión interna fue casi inmediato. Muchos empleos desaparecieron; pero muchos más aparecieron para satisfacer la nueva demanda.
Conversaba hoy con mi hijo mayor y hablábamos del optimismo; de cómo es necesario no dejarse llevar por el miedo y seguir peleando hasta lograr un escenario mejor.
Después de todo, si algo caracteriza al espíritu humano es su perseverancia. En los tiempos más adversos es cuando hemos dado lo mejor de nosotros; como civilización y como especie. Ojalá que en estos nuevos tiempos de crisis podamos lograrlo, una vez más.