Lo invisible de las ciudades
De advertencia a tragedia: lo ambiental en Quito se ve irreparable
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Lo ocurrido ayer, con los alrededores de Quito envueltos en llamas, es mucho más grave que una advertencia. Cierto es que es típico de estas épocas tener incendios forestales, pues la sequedad es tan alta, que el verdor de los bosques circundantes se va y nos deja unas ramas secas, tan inflamables que un simple pedazo de vidrio abandonado puede fungir de lupa y hacer que todo arda. Pero ayer llegamos a tener hasta cuatro incendios, simultáneamente. Todo esto, en un ambiente extraordinariamente seco y caliente; con los picos de nuestros volcanes expuestos, casi sin nada de nieve.
El Cuerpo de Bomberos de la capital apenas se daba abasto para atender los incendios más críticos. Desconozco si el helicóptero con el recolector de agua estuvo operativo; pero lo cierto es que no se lo escuchó durante todo el tiempo que la ciudad y los suburbios de los valles estuvieron envueltos en esa espesa capa de humo y cenizas.
La ciudadanía tuvo que intervenir en muchos casos. Por su cercanía con uno de los incendios, el colegio de mis hijos tuvo que ser evacuado. Los estudiantes de bachillerato asistían a los más pequeños, para calmarlos y llevarlos a los buses. Situaciones así se dieron con barrios sitiados por el humo de los bosques en llamas, donde los residentes comenzaron a darse la mano entre sí, en especial a los vecinos más necesitados.
¿Incendios forestales, en un valle que mira indiferente cómo desaparecen sus nevados, con un par de ríos contaminados atravesándolos? Lo cierto es que estas crisis ambientales ya no saben a advertencia, sino a tragedia instaurada.
Seguramente, lo que nos ha traído hasta aquí es nuestra incapacidad de ver el gran escenario desde una perspectiva general. Eso, y la indiferencia. Se nos hace más fácil creer que estos flagelos son causados por un pirómano anónimo; las autoridades están más preocupadas por sancionar a quienes no acatan el pico y placa, y dejan circular a esos buses que emanan nubes negras monóxido de carbono.
Hace poco escribí sobre cuánto nos gusta como especie, llegar al borde del abismo, antes de enmendar el camino que nos condujo a una crisis. Siento que en este ámbito la reacción debió haber pasado antes.
También es hora de denunciar al gran causante de la desgracia ambiental que vivimos: la cultura ambientalista, que pretende hacernos creer que hacemos algo relevante por el planeta cuando reusamos fundas para las compras del supermercado. Esta mentalidad expiatoria es la que nos tiene en el mundo que vivimos hoy. La gente cumple con normas supuestamente ambientales, que no significan nada en el gran cuadro ambiental. Le hemos enseñado a las masas a limpiar su conciencia, antes que hacer algo realmente relevante. También les hemos engañado de manera conveniente, diciéndoles que los responsables de las crisis son ellos, limpiando de toda culpa al sector industrial que condiciona nuestro consumo.
Es hora de priorizar la problemática ambiental. Los demás problemas que tengamos en lo político y en lo económico no nos pueden diezmar de manera masiva. Lo ambiental debe tener una relevancia equivalente a la salud. Sin ella, quien gane unas elecciones, o las medidas económicas que tome el gobierno de turno, son irrelevantes.
Neil Degrasse Tyson suele decir: “si alcanzamos la tecnología suficiente para convertir un planeta cualquiera en la Tierra; podemos entonces convertir al planeta Tierra en la Tierra”. Lo que estamos viviendo no es el planeta de nuestros abuelos. Ya no basta con preservar. Ya casi no nos queda nada que preservar. El planeta requiere una intervención de rescate y reconstrucción a gran escala.
Lo demás es solo una limpieza de conciencia.