Punto de fuga
Me volví a pintar el pelo

Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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De entre las decenas de cosas que me preocupan en la vida, esta es quizá la más importante de las menos importantes: tener buen pelo —ya saben, así como el fútbol es la más importante de las cosas menos importantes, como dijo algún futbolero célebre—. Pero ¿qué es tener buen pelo? Ahí es donde comienzan todos los dilemas y, como ya pasaron las elecciones y podemos hablar de cualquier cosa, yo quiero hablar sobre pelo; el mío, el ajeno, y también sobre algunas ideas que nacen de esa maraña capilar.
Los últimos meses me descubro al menos una vez a la semana colgada por más de media hora viendo reels de cambios de look extremos. Los magos a cargo de mi hipnosis son dos peluqueros, un italiano y un español. Las protagonistas (siempre, mujeres) son por lo general mayores, con pelos super maltratados y con unas canas en rebeldía que ya pueblan media cabeza y no tienen más ganas de volver a ser sepultadas bajo el tinte. A algunas les hacen unos cortes divinos, atrevidísimos, que van muy bien con las canas —y seguramente difíciles de replicar en casa—. A otras, se las vuelven a pintar y a disfrazar de rayitos. En fin, que me he vuelto adicta. Y creo que sé de dónde viene mi fijación.
Con el pretexto de la pandemia, como seguramente un porcentaje no menor de la población femenina mundial, ya no me volví a pintar las canas. Fui parte de ese fenómeno que en 2021 The New Yorker bautizó como “Covid hair”. Anduve canosa por la vida alrededor de cuatro años, unos días más contenta que otros con la decisión. Hasta que una tarde un colega de la oficina insinuó que aunque no se me veían mal, las canas me añadían años. Horror.
Acostumbrada toda la vida a que me dijeran que aparento tener menos años de los que en realidad tengo, la insinuación de que me veía de mi edad o un poquito mayor me pareció más que ofensiva, tenebrosa. A los dos días de esa conversación volví a ser la castaña oscura que había sido toda mi vida. Había solucionado un dilema existencial con una caja de Clairol.
De alguna manera sentí que había vuelto a tener buen pelo, que obviamente no se trata solo del pelo. Los estadounidenses tienen una frase que sirve para señalar que una persona se ve bien o que está bien cuando dicen está teniendo un “good hair day”. Implica que si uno está con el pelo bien, todo en la vida está bien. Y ahí me nacen las preguntas: estar con el pelo bien es ¿que se vea bonito, lustroso?, ¿que no se me caiga mucho?, ¿que tenga un corte estupendo y super versátil? ¿que no se me noten las canas?, ¿que les guste a los demás?
No me pasa desapercibido todo el subtexto de esta preocupación y de mi obsesión con los famosos reels. A la final, tiene que ver con que estoy envejeciendo. Y, sobre todo, con cómo me ven y me acogen quienes están a mi alrededor por el hecho de que mi juventud física se va quedando atrás, en un proceso de cambio de piel que sucede al revés del de las serpientes: mudo mi piel lozana por una con arrugas, con manchas, con todas las huellas de las cosas que me pasaron y que hice que me pasaran.
Nora Ephron tiene un libro de ensayos muy divertido que en español se titula ‘No me gusta mi cuello’ que reúne varias reflexiones acerca del hecho de ser mujer, pero sobre todo de ser mujer a cierta edad. De ser una mujer que ya no es joven, y que está sana, que vive bien, que es activa, que tiene proyectos, amantes, familia, ilusiones, que incluso puede ser guapa/distinguida/atractiva/sexy/interesante, pero que, por distintos motivos, se le vuelve la vida a cuadros cada vez que se mira en el espejo. Ephron se pasea por estos dilemas con inteligencia y humor y sin fingir que le gusta envejecer ni que su nueva edad la ha hecho tan sabia al punto de mantenerla a salvo de la vanidad física. Nada que ver.
Hace poquito, la BBC publicó un clip en el que Brooke Shields (¡Brooke Shields!) reconoce lo duro que le resulta aceptar su reflejo, su imagen en la pantalla, ahora en su madurez física. Yo la veo estupenda. Pero ella, como todas a quienes nos han enseñado que la juventud es uno de los activos más valiosos de una mujer, tiene que hacer el esfuerzo diario de recordarse a sí misma que vale por muchas cosas más que por una piel sin arrugas, un pelo sin canas, un cuerpo sin grasa ni estrías… Sí, la despampanante Brooke Shields, que ya mismo cumple 60 años, también llora.
Cómo vamos a tener las demás la entereza de carácter para dejar de preocuparnos de lo más importante de lo menos importante. Ojalá algún día se pueda, ojalá algún día sus hijas, sus nietas, sus sobrinas, sus amigas, las hijas de sus amigas puedan sacudirse este sambenito que nos tiene un poco descuadrado el amor propio. Entre tanto, aviso que aún no sé cuándo voy a dejar de seguir pintándome el pelo. Ni de ver los reels.