Punto de fuga
Bienvenidos al final del verano
Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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Amodorrados y bronceados, la mayor parte de nuestros congéneres en el hemisferio norte vuelven a asomarse por la puerta ahora que, finalmente, las vacaciones de verano se acabaron o se están acabando. Pálidos, pero bien despiertos, los esperamos del otro lado los que pertenecemos a una raza singular: la gente que no toma vacaciones en verano. Tengo membresía en este club casi desde el inicio de mi vida adulta. Y le encuentro algunas ventajas.
La más evidente: no hay que pagar tarifas fuera de toda proporción ni por pasajes de avión, bus o tren, u hospedaje; tampoco por comida que por lo general se hace en cantidades industriales —calidad turística— para saciar (que no deleitar) a las hordas que salen de paseo en esta estación del año.
Otra, que los que se van cada julio y agosto no notan, es que las ciudades en las que nos quedamos los que trabajamos en esta época son más vivibles, el tráfico disminuye notablemente, el aire como que se purifica. Las tardes, sobre todo, pueden gozarse plenamente, con esos atardeceres de ensueño que suelen regalar los veranos en todas las latitudes; son un premio para quien tiene la suerte de sentarse a contemplarlas al final de un día laboral -más bien relajado, tomándose un café o un helado, porque todo el mundo está de vacaciones y la verdad tampoco hay mucho que hacer.
Pero una de las ventajas que más atesoro es que no tenemos que exponernos a aglomeraciones indeseadas —en playas o piscinas donde no cabe ya ni un mal pensamiento, no se diga un alfiler—, o a esperas infames por ver tal o cual monumento, entrar a un museo o a la atracción de moda (buena parte de las veces rogando que algún otro termine de hacerse su selfie de rigor, para la que se toma su tiempo sin importarle que haya una fila de un kilómetro esperando a que termine la sesión).
Últimamente, también nos estamos ahorrando la maledicencia y las malas caras del prójimo que suele vivir en los sitios donde el común de la gente vacaciona. Este fenómeno que en inglés ya se bautizó como overtourism (un turismo depredador y desmedido) por ahora está afectando principalmente a algunas ciudades europeas.
Plantones y marchas han protagonizado las vacaciones desde julio pasado en Barcelona, las Islas Canarias y las Islas Baleares, por ejemplo. Miles de habitantes de esas zonas se han declarado hartos de malvivir, o no tener donde vivir, por culpa de un turismo cada vez más masificado y degradado, cortesía de un modelo de negocio codicioso (y desregulado) en extremo. A los de mi raza nos caería muy mal que nos recibieran con carteles del tipo: Tourist go home o Go fucking home. Por eso preferimos ir cuando la cosa está tranquila, cuando casi que nos tienen que rogar para que vayamos. Y con buenos precios, además.
Creo que mi punto está probado y no hay mucho más que argumentar. Quizá solo algo que aclarar: esta opción de vacacionar en otras épocas del año nos la podemos permitir quienes no somos responsables por las vacaciones escolares de nadie.
Alguna vez pensé que les hacía un favor a los vacacionistas estivales quedándome en la oficina para que ellos y sus hijos pudieran vacacionar en verano. Ahora ya no lo veo tan así, quizás ellos son los que me han hecho el favor todos estos años, evitándome un sinnúmero de contrariedades, para que cuando tome mi tiempo libre lo pueda disfrutar en entornos más agradables, menos abarrotados. Ahora que están de regreso, aprovecho para darles las gracias. Bienvenidos al final del verano, ya están en casa. Pueden descansar.