Punto de fuga
En el país de los gerentes propietarios

Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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A este descampado de bandera tricolor, Alfonso Barrera Valverde ayudó a bautizarlo, involuntariamente, como «El país de Manuelito». Corrían los años 80 cuando este libro vio la luz y más o menos todos los chicos en edad escolar lo estaban leyendo o lo habían leído. Pero, a partir de entonces, el título cobró vida propia, se desvió de su intención inicial —más bien elogiosa— y se lo usó por muchos años para referirse a un país de gente poco despierta, más bien inocentona, simple, lenta… Para decirlo más claramente, de gente un poco gil. Y, a la vuelta de unos años, en un giro de argumento completamente inesperado, esa misma gente se volvió vivísima y ese mismo lugar se convirtió en El país de los gerentes propietarios.
Supongo que todos ustedes se han topado en algún momento de la vida con un gerente propietario. No necesariamente con alguien que en la práctica gerencia su propia empresa (hay gente que lo hace bien), sino con alguien con la clásica actitud conocida como ‘de gerente-propietario’. Es decir, que hace y deshace en relación con la responsabilidad que tiene a cargo, sin mayor criterio, y con un voluntarismo feroz. Los resultados de esta pésima forma de gerenciar son pavorosos. Bueno, pues de esa especie parece que está infestado este descampado.
Casi no hay político ni servidor público que se salve de este síndrome. La situación es gravísima porque ha llegado tan alto como a la Presidencia de la República, pasando por alcaldías varias —especialmente ahora la de Guayaquil—, con representación casi al cien por ciento en las curules de la Asamblea Nacional, hasta alcanzar a los servidores públicos más bajos del escalafón y casi a cualquiera que esté detrás de una ventanilla o escritorio que ofrezca algún servicio del Estado.
Esta es una tradición antigua; ancestral, dirían los new age. No se puede negar que desde antes del país de Manuelito ya se anunciaba que íbamos directo al desbarrancadero hasta convertirnos en el país de gerentes propietarios que hoy somos. Esta entidad con himno nacional y bandera, desde su creación ha sido una hacienda mal gerenciada; donde la ley históricamente ha sido solo para los de poncho (o chancleta) y las ganancias se reparten entre unos pocos vivos.
Esos pocos vivos hoy reencauchados en gerentes propietarios, lastimosamente suelen ser personas que lo único que tienen es plata (o ansias de tenerla, a manos llenas). Miento, también tienen cómplices, encubridores y otro tipo de acólitos, porque estos gerentes propietarios fueron criados muy mal por alguien, son parejas de una o uno que se hacen los locos con sus chanchullos, son padres de familia que se comportan más como capos de un cartel, etc.
En cambio, les falta preparación, vocación de servicio y, sobre todo, honestidad intelectual para reconocer que no están a la altura de las responsabilidades que les han sido asignadas. Qué va, en su delirio afiebrado e ignorante, el gerente propietario cree que este país es de su propiedad; y con su propiedad, él (o ella) hace lo que le da gana: como poner y sacar autoridades de control, también jueces y superintendentes, o usar las instituciones estatales para perseguir a sus rivales o blindar a sus sentenciados. Sin importar que luego no quede piedra sobre piedra. A este paso no va a quedar rastro del país de Manuelito.
Impotentes hasta las lágrimas, parece que no tenemos más opción que ver cómo se materializa una vez más ese eslogan que embaucó a millones allá por el 2006 y que rezaba así: la patria ya es de todos… por supuesto, pero de todos los gerentes propietarios, que a los que nos fajamos por esta patria no nos están dejando ni para el bus, peor para las colas.