Punto de fuga
La celebración de la maldad
Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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Los malos malísimos y la maldad pura han existido desde que el mundo es mundo. Ninguna novedad ahí (ya Platón o Aristóteles se planteaban a la maldad como problema filosófico). Lo que sí me coge un poco de nuevo y me mantiene en estado de permanente desazón, es esta celebración contemporánea de los malos, de lo malo, de la maldad y de todas sus micromanifestaciones. Esa “ostentación del mal” de la que habla el ilustrador y autor de cómics español Mauro Entrialgo es lo que me tiene agotada, enferma.
El malismo está de moda y, para nuestra desgracia infinita, cuando algún día -por obvias razones- deje de ser del agrado de las masas, nosotros y al menos dos generaciones más tendremos que vivir con sus consecuencias. La hipótesis de Entrialgo es que esta ostentación del mal es una herramienta de propaganda tremendamente efectiva en la política y en el mercado actuales, casi en todas partes. Es fácil identificar esta ostentación de la crueldad, del desinterés y desprecio por el prójimo en las ideologías políticas más radicales, principalmente en las que están en la extrema derecha y en las que se identifican con el libertarismo contemporáneo. Pero también hay malismo en otros frentes que se entendería que defienden las causas de la justicia social, a nombre de la cual se ha llegado a justificar cualquier horror.
La deshumanización del otro sea por pobre o por rico, por gay o por hetero… en fin, por ser diferente, es el denominador común de este comportamiento que tiene fascinados a tantos y que va a terminar peor que mal. Más que pésimo. Seguramente con algo parecido a una eterna guerra civil de ya no tan baja intensidad, viendo la manera de eliminar física o simbólicamente al otro.
De repente, ahora está bien no solo pensar sino decir sin ningún empacho que no debe haber oportunidades o derechos para todos. Que los que no se ven o no piensan como yo, bien pueden pudrirse en una mazmorra, ahogarse en una patera, ser reventado a palos en una cámara de torturas, ser bombardeado por X o Y motivo, morirse de hambre en el país o en la zona donde nació -como si la gente tuviera la culpa de ser de un lugar-. Sí, decirlo sin pestañear y sin sonrojarse. No solo eso, estar orgulloso de decirlo. Decirlo a gritos en todas las plataformas posibles. Sacarle réditos (en forma de clics) y votos a decir este tipo de cosas. No hay disimulo, ser malo, ser cruel se volvió cool.
Como si estuviera presa dentro de una distopía veo pasar delante de mis ojos un desfile de personajes abominables, a los que antes se hubiera condenado con todas las letras y hoy -según la ideología que profesen- cuentan con la aquiescencia de una sociedad que parece más ansiosa de venganza estridente, de esa que hace rodar cabezas, de escarmientos en la plaza pública (física y virtual), que de justicia. Porque la justicia verdadera es más lenta (aunque no tanto como para que deje de ser justicia) y es, casi siempre, silenciosa, porque no es susceptible de convertirse en trending topic.
Aunque algunos defiendan que la violencia está justificada cuando el objeto de la crueldad es alguien abusivo, explotador, directamente delincuente, o cuyos orígenes y entorno sean los de la explotación y el abuso económico, por ejemplo, en una sociedad humana y democrática el desafuero no puede ser una opción y peor la regla bajo la cual sea deseable vivir.
Los veo actuar y se me vienen a la mente las palabras de Pietro, el profesor taciturno y estoico, marido de Elena, la protagonista de la excelente serie italiana La amiga estupenda (basada en las novelas de Elena Ferrante conocidas como el cuarteto napolitano), cuando los amigos revolucionarios comunistas de Elena, devenidos en asesinos de fascistas, llegan a su casa y cometen un sinnúmero de exabruptos: “aún no lo saben, pero ellos también son fascistas”.
Todo está tan entreverado que mucha gente no se da cuenta, o no quiere darse cuenta, de que el malismo no se puede combatir con malismo. Que si la extrema derecha es bárbara, la forma de defenderse no puede ser echar mano de más barbarie, simbólica o concreta. Esa es la lógica del crimen organizado, la del ojo por ojo y el diente por diente llevado al paroxismo.
Si nos resignamos a vivir en esta miseria ética, seguiremos bajo el mando, o el mal ejemplo, de los peores, los más crueles, los más insensatos, los abominables, de gentuza con poder económico, social, cultural, político... Solo nosotros podemos parar esta locura. ¡Pero ya!