Tablilla de cera
Una pregunta sin respuesta, pero con futuro
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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Ayer se inició en Quito el Simposio Teológico, previo al 53 Congreso Eucarístico Internacional, un acontecimiento cuya importancia no puede pasarse por alto.
Vienen obispos y arzobispos, religiosas y religiosos de todos los continentes, que van a reflexionar en común sobre el momento actual de la Iglesia. Habrá también actos abiertos al público, incluyendo dos misas campales masivas (este domingo y el siguiente) en el Parque Bicentenario.
Tuve el honor de ser invitado a dar una charla en la sesión de apertura del simposio ayer. Pero se me planteó un verdadero desafío, pues debía responder a una pregunta compleja: “¿Es la del Ecuador una historia de hermanos o de enemigos?”.
No es una pregunta para historiadores. Lo que encierra la pregunta es más bien una indagación sobre el sentido de la historia. Es una pregunta para filósofos o teólogos (Los historiadores profesionales ven esas generalizaciones con cierta ironía, aunque tampoco soy de los que creen que se puede hacer “historia pura”. Como decía Raymond Aron, ya el establecer un orden en los hechos supone una interpretación).
Dije, con todo, que a poco de que la consideremos, caemos en cuenta de que es una pregunta capciosa, porque está diseñada para no tener una respuesta clara o definitiva.
Es evidente que no podemos decir que la del Ecuador es una historia de hermanos porque muchos podrán decir que no hemos sido ángeles e inundarnos con ejemplos de la explotación; la esclavitud; los trabajos serviles; el sistema cuasi feudal del huasipungo; los períodos de violencia criminal, como el que vivimos ahora mismo, todo lo cual demuestra que muchos ecuatorianos ayer y hoy no se comportan como hermanos de los otros ecuatorianos.
Pero es así mismo evidente que no podemos decir que la del Ecuador es una historia de enemigos porque tenemos múltiples ejemplos de la unión y el amor desplegado en muchas familias; de la solidaridad de los pobres entre sí; de la construcción de inspiradoras comunidades basadas en la fraternidad; de los actos de heroicidad de misioneros y misioneras; de apóstoles, consagrados o no.
Además, en la historia ecuatoriana y de otras sociedades, hay hermanos que se vuelven enemigos, pero también, aunque sea más raro, hay enemigos que se vuelven hermanos.
En filosofía, las preguntas que no tienen una respuesta definitiva o que son extremadamente difíciles de responder se conocen como preguntas filosóficas abiertas. Estas preguntas suelen abordar temas profundos y abstractos, como la existencia, la verdad, la justicia, y la naturaleza de la realidad.
La pregunta planteada es de aquellas: una pregunta abierta, que invita a la reflexión y al debate.
Para los cristianos, la historia es una preocupación importante en la medida en que la religión representa un intento de vincular a cada individuo con el problema total del destino humano.
El cristianismo, además, es una religión histórica, tomando tal término en el sentido técnico, es decir, nos brinda doctrinas religiosas que son al mismo tiempo acontecimientos e interpretaciones históricas.
Nos pone frente a las cuestiones relativas a la Encarnación, a la Crucifixión y a la Resurrección, cuestiones que trascienden todo el aparato del historiador científico, pero que suponen que el cristianismo ha enraizado sus afirmaciones más características y más osadas en ese terreno tan común de la historia que constituye el campo de acción del estudioso especializado.
Sería ilusorio tratar de resumir 10.000 años de historia del Ecuador, pero dije que la explotación de los indios, la esclavitud de los negros, la discriminación a la mujer, la violencia doméstica y política son consustanciales a esa historia.
Pero que no hay duda de que, poco a poco, hemos construido una sociedad mejor, y que en algunos campos ha habido grandes avances. Los he podido experimentar en mis casi 80 años de vida: cuando era niño, todavía reinaba el sistema semifeudal del huasipungo y se ejercía violencia permanente sobre el indio. Yo mismo vi en una madrugada que no se me olvida, la flagelación con aciales —mordientes látigos de cuero—, a tres peones de una hacienda, en la que me hallaba de visita.
En el Quito de mi infancia prácticamente todo indio que se veía estaba descalzo y andrajoso. El propio país era pobre: la mayoría de las ciudades medianas y pequeñas no tenían agua, alcantarillado y luz eléctrica.
La reforma agraria fue clave, y la empezó la propia Iglesia con la parcelación de sus inmensas haciendas. La supresión del huasipungo convirtió a los indios en personas, dueños de sí mismos. La dirigencia indígena surgió de los catequistas y de las Comunidades Cristianas de Base; hoy el Ecuador tiene la más fuerte organización indígena de América Latina.
Y los mejores ecuatorianos, aquellos que entendían que el poder político debía traducirse en obras, fueron canalizando el esfuerzo colectivo hacia mejoras constantes, administrando los recursos, a veces abundantes, como cuando en la era petrolera, a veces, muy escasos.
¿Entonces? ¿Qué concluir sobre la pregunta planteada? Que muchas veces nuestra historia fue la de enemigos, pero que también fue la historia de hermanos: en las familias, donde se hacen sacrificios inmensos por los demás, generación tras generación. Y en la que sacerdotes, religiosos y religiosas, salvando algunos casos, han estado de verdad al servicio de los demás.
Mi visión de la historia no es catastrofista. Hago mías las palabras que san Juan XXIII en su discurso de apertura del Concilio Vaticano II, Gaudet Mater Ecclesia: “Algunos no ven más que ruinas y calamidades; acostumbran a decir que nuestra época es la peor de los últimos siglos. […] Es necesario que proclamemos bien alto nuestro rotundo desacuerdo con estos profetas de la desgracia”.
Francisco eligió para este Congreso Eucarístico el lema “Fraternidad para sanar al mundo”.
Y es que este ha sido un tema de su pontificado. Fratelli Tutti, su encíclica de 2020, es un poderoso llamado a la fraternidad humana.
Si nos proponemos como sociedad podremos en el futuro crear una historia del Ecuador más de hermanos que de enemigos, “donde todos tengan derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente” (Fratelli Tutti, 107), invirtiendo a favor de los frágiles (FT 108), de las personas con discapacidad, de los pobres (FT 109), sin discriminar a nadie por el lugar donde nació, su raza o su sexo, actuando con solidaridad, con sentido de comunidad (FT 116), proponiendo de nuevo la función social de la propiedad (FT 120).
Solo así la identidad del pueblo ecuatoriano, esa “identidad hecha de lazos sociales y culturales” (FT 158) nos llevará a un proyecto común, duradero, de transformación y crecimiento (FT 159).