Tablilla de cera
A diez años del quinto centenario de Quito
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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Quito llega a la conmemoración de los 490 años de su fundación en medio de una profunda crisis, pero ha de levantar su mirada al horizonte luminoso, como el que el alba pinta con banderas radiantes entre los nevados Cayambe y Antisana, ya que en diez años celebrará su quinto centenario, fecha que debe ser el parteaguas para reinventar la ciudad y sacarla de su marasmo.
El acumulado histórico de 500 años que tiene Quito —su tradición de libertad, cultura y altruismo, su dinámica humana, académica, institucional y empresarial—, han de unirse para llegar al quinto centenario revitalizada y con un proyecto de ciudad claro y a plazo, por ejemplo un plan consensuado en el que diez alcaldes seguidos trabajen con las mismas metas, sin inventarse cada uno una nueva ciudad, sin dedicar tiempo y esfuerzo a destruir lo que hizo la administración anterior.
La capital es hoy muy distinta de aquella en que se originaron las fiestas de Quito en 1960, cuando tenía 350.000 habitantes; hoy el Distrito Metropolitano alcanza, según las proyecciones del INEC, 2,8 millones de habitantes, es decir que nuestra comunidad es hoy ocho veces más grande que aquella.
De seguir la dinámica igual a la de hace una década, solo seis de cada diez de sus habitantes son nacidos en Quito, pero los otros cuatro (que han nacido, por orden de magnitud, en el resto de la provincia de Pichincha y en las provincias de Cotopaxi, Chimborazo, Loja, Manabí e Imbabura, así como en el extranjero, sobre todo Colombia y Venezuela) la consideran su ciudad, en la que han decidido vivir.
Obviamente, una ciudad con ese ritmo de crecimiento, verdaderamente aluvional, se expandió sin planificación. Y al municipio le ha tocado estas décadas correr con la lengua afuera detrás de los urbanizadores y de los invasores, a proveer servicios donde se necesitaba. El cabildo no tenía claro lo que debía hacerse, mientras los promotores de lotizaciones no cumplían o se demoraban añales en proveer los servicios a los que estaban obligados. Entonces, crecía la presión de los pobladores sobre el municipio. ¡Allá hay un barrio que necesita servicios! ¡A darles agua, alcantarillado, calles, aceras, asfalto, romper calles para nuevo alcantarillado, nuevo asfalto (cuando se podía y, si no, a parchar como sea la vía)!
(Quito debe ser la ciudad con las calles más parchadas del mundo, aunque hay que reconocer los esfuerzos de repavimentación total de las principales vías, incluso con hormigón, como las avenidas Colón y El Inca, hormigón que también se está poniendo en la ruta de la Ecovía, lo que ha causado tantos problemas de tránsito en estos meses, pero que es una inversión para la calidad del servicio y la vida útil de los buses).
“El gran negocio de vender terrenos sin servicios en una ciudad en crecimiento llevó a los empresarios a una guerra muerte con el municipio. En ocasiones lograron detener la aplicación de la ley o llevaron a juicio a la municipalidad, consiguiendo con su poder económico resoluciones desfavorables a la ciudad”, dice Alfonso Ortiz Crespo refiriéndose a la primera expansión de los años 1920-1930, pero puede aplicarse a lo posterior, a pesar de que las leyes le dieron creciente poder a los municipios (“Quito y su territorio” en “Historia de Quito”, Vol. III, una excelente publicación del Municipio de Quito y la Corporación Editora Nacional, con artículos de los mejores especialistas).
Lo que vemos en Cumbayá y en Tumbaco es el caso más visible del nulo poder municipal ante los promotores. Un conjunto de haciendas que se parcelaron a la buena de Dios, para huertos familiares, huertos que luego se subdividieron en lotes más pequeños. Como a todos nos consta, en esa extensa zona, no hay intersecciones, no hay concepto de calles ni de trama urbana; son caminos rurales, que estaban al servicio de las haciendas, que avanzan en zigzag, y se han convertido hoy en calles de un pueblo-ciudad donde habitan decenas de miles de personas.
Los técnicos solo tenían el plan regulador de Jones Odriozola de 1945, que tuvo cosas buenas, otras irrealizables y otras francamente malas, como dividir el territorio por clases sociales. Los nuevos intentos de planificación vendrían recién 20 años más tarde, con la protección del centro histórico y la conceptualización del territorio como área metropolitana.
Lo que requiere Quito es la cooperación de los constructores, el municipio y los vecinos. Los esfuerzos de planificación se intensificaron en los 1980, con el Plan Quito, que dirigió Cristian Córdova, aunque no tuvo aplicación clara, y el inicio del ordenamiento de movilidad con el trolebús, planificado en la alcaldía de Rodrigo Paz y cuyo financiamiento fue conseguido por el gobierno de Rodrigo Borja.
En la alcaldía de Paco Moncayo (2000-2009), y con la conducción de Diego Carrión, se avanzó en la planificación y en la socialización de un plan con mirada a mediano plazo, pero aquello quedó destruido en la alcaldía de Augusto Barrera, quien dedicó sus dos primeros años a anular con fervor todo lo que se había avanzado en la década anterior.
Es curioso que el actual alcalde, Pabel Muñoz, sin ser ni arquitecto ni urbanista, fue precisamente director de Planificación del municipio en esa época.
La mala gestión de Barrera (2009-2014), quien pretendió reelegirse, llevó a la elección de Mauricio Rodas (2014-2019), cuando hubo un nuevo esfuerzo serio de planificación a cargo de profesionales de la talla de Alberto Rosero y del recordado y extrañado amigo José Ordóñez, enamorado de su trabajo y de su ciudad.
Ese plan, que tiene un jugoso resumen de 140 páginas, no fue socializado debidamente (Rodas perdió pronto el capital político con el que contaba al inicio de su gestión), pero tiene ideas tan interesantes como el desarrollo de centralidades por conjuntos urbanos de 200.000 habitantes, que deberían tener todo el equipamiento necesario y los servicios al alcance de la mano, o al alcance de los pies, pues sus vecinos deberían poder ir caminando a todas sus gestiones de abastecimiento y servicios.
Esas centralidades, o macrocomunidades de barrios, deberían tener un presupuesto adecuado y un alcalde zonal, elegido por sus vecinos, coordinados todos por un alcalde mayor, como sucede en las ciudades grandes. Obviamente, esto requiere cambiar costumbres y proveer equipamiento, con un trabajo constante de mínimo 15 o 20 años.
El “desarrollo ordenado a la movilidad sostenible”, que es el concepto que prima en la planificación urbana desde hace unos años, requiere que en esas centralidades el transporte sea circular, y la conexión con las otras centralidades de la ciudad se haga con el metro, que, aunque estuvo listo desde 2018 apenas funciona desde el año pasado.
Con todo lo discutido que fue (a un costo de 2.107 millones de dólares es la obra urbana más cara de la historia del Ecuador), no hay duda de que presta un servicio excelente, ya ha permitido 52,5 millones de viajes, y cada vez atrae a más usuarios, aunque aún lejos de los 400.000 al día que requiere para ser sostenible.
Parte del éxito es la infraestructura, por supuesto, pero también es un acierto contar con el consorcio operador, con dos empresas modelo como son el Metro de Medellín y la francesa Transdev.
La creación de las centralidades autoabastecidas y el fortalecimiento del metro (y de sus extensiones, que necesariamente tienen que venir) solucionarán del problema al caótico e irracional tránsito de vehículos privados que actualmente padece Quito.
Cualquier plan futuro de la ciudad debe contemplar la consolidación del metro, con buses que no compitan con él, sino que sean sus alimentadores. Cosa que aún no puede organizarse por los intereses de los propietarios de buses, otro poder contra el que el municipio ha luchado por décadas y que debe ser sometido a las necesidades de la ciudad.
Ahora recuerdo que el alcalde Yunda puso al hijo de uno de los poderosos, sino el más poderoso de los propietarios de buses, de gerente del metro, con resultados desastrosos.
Centralidades bien atendidas, tanto al nivel del Quito de los 2.800 m como en los valles (San Antonio, Carapungo, Llano Chico, Nayón, Tumbaco-Cumbayá, Los Chillos), apagarían el fuego de quienes quieren crear el “Cantón del Ilaló”, que es una respuesta desesperada a la falta de atención del municipio, el cual destina cantidades irrisorias a las administraciones zonales y gasta la mayor parte de su presupuesto en burocracia.
Así como las fiestas de Quito, las auténticas, las de los años sesenta, setenta y ochenta, se centraron en los barrios, el futuro de Quito está en ellos. Comunidad básica urbana, el barrio da identidad y pertenencia, sin olvidarse de que el corazón de Quito, al que hay que cuidar y rehabilitar (existe la rehabilitación cardíaca), es su Centro Histórico, que nos pertenece a todos y no solo es el ancla de su pasado sino la clarinada de su hermoso futuro.