Tablilla de cera
El legado de Francisco

Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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Se fue. Al día siguiente del Domingo de Resurrección, día en que le vimos por última vez (y no lo sabíamos) salir al balcón de San Pedro; desearnos, con un hilillo de voz, felices pascuas; pedir al maestro de ceremonias que leyera su mensaje, y darnos la bendición urbi et orbi.
Luego, en el papamóvil, recorrió una última vez los caminos entre la multitud de la plaza, haciendo feliz a la gente y siendo feliz él, como pastor “con olor a oveja” como solía decir, deteniéndose, como siempre, con los enfermos que le habían traído.
El primer papa no europeo en 1.300 años; el primer latinoamericano; el primer jesuita; el primero en llamarse Francisco (un jesuita franciscano).
Cuando no había cumplido aún dos años de papado, ya decían algunos en la curia romana que Francisco no duraba: que ese invierno sería el último, porque las enfermedades respiratorias lo estaban acabando.
Pero su papado no duró dos, sino más de doce, que los cumplió en marzo, y ha sido uno de los más fecundos de la historia de la Iglesia.
La noticia de su muerte entristeció a toda persona de buena voluntad, independientemente de su fe, porque fue un papa tremendamente humano, compasivo, comprensivo, amante de los pobres y los marginados.
Fue muy controvertido en vida. Y ahora en la muerte: en las redes sociales vierten su odio los de extrema derecha, de esa extrema derecha que ha ido creciendo en el mundo. Su papado fue una resistencia a ese fenómeno, a esa ola reaccionaria que, en última instancia, funciona con la lógica de la exclusión.
Francisco se opuso a ella tanto en los símbolos como en las acciones. Fue, en esta época que faltan líderes, el dirigente mundial que usó su puesto para predicar y practicar la inclusión de todos, todos, todos. “Dios es Padre de todos”, repitió. “Y la iglesia no puede cerrar las puertas a nadie, ¡a nadie!”.
Hombre auténticamente sencillo, renunció al boato e incluso se fue a vivir en un austero hotel-convento, que eso es la Casa de Santa Marta, dejando el Palacio Apostólico. Cambió el Mercedes Benz por un Fiat 500. No aceptó los escarpines de seda que usaban los papas y se quedó con sus propios zapatos, que además eran chuecos.
Y ahora incluso nos enteramos de que cambió el modo en que se entierra a los papas. El día de hoy su cuerpo no está elevado sobre cojines en un catafalco, ni está en un triple ataúd, uno de ciprés, uno de plomo y otro de olmo, sino en uno común de madera, forrado de metal, a la altura de la vista del público, y será enterrado en el suelo en Santa María la Mayor y se le pondrá una lápida que solo dirá: “Franciscus”.
Con un poder gigantesco en sus manos, un inmenso capital político procedente de su fuerza religiosa, fue capaz de enviar mensajes a los poderosos, a los tiranos en potencia, a los que solo viven en el confort, recordándoles que existen los marginados, los pobres, los que sufren y que ellos son también nuestros hermanos.
Haciendo balance de estos doce años, a mi modo de ver, lo más importante del legado de Francisco se resume en cuatro acápites.
1.- Un proceso de conversión y renovación eclesial
Francisco inició una nueva era en la Iglesia católica. Reorganizó la curia; cambió el manejo económico del Vaticano e implantó la transparencia; reformó el Derecho Canónico para castigar a los curas pedófilos y para hacer responsables a los obispos del ocultamiento de los casos de abuso.
Dejó claro que la Iglesia no es el clero, y criticó, por activa y por pasiva, al clericalismo, aquel defecto por el que los sacerdotes y religiosos concentran el poder sin oír ni permitir la participación de los laicos.
Y también inauguró el camino sinodal: un proceso a largo plazo para incorporar a mujeres y a hombres, religiosos y seglares, a párrocos, a laicos, a expertos y no, en un sistema de consulta y participación real en las decisiones de la Iglesia.
Lo definió como un proceso de conversión sinodal que implica tanto una mentalidad de comunión y de corresponsabilidad como estructuras y procesos que favorezcan y promuevan la participación efectiva en todas las instancias de la Iglesia.
Los laicos no somos asistentes o colaboradores del clero, sino auténticos “sujetos eclesiales”, “corresponsables del ser y de la misión de la Iglesia”.
A la vez, fomentó un tiempo de conversión y renovación espiritual, en el sentido de “volver a las fuentes y recuperar la frescura original del Evangelio”.
Y, sobre todo, remachó con insistencia en la diferencia —como dijo desde los encuentros que precedieron al cónclave en el que fue elegido— entre una “Iglesia evangelizadora que sale de sí” y una “Iglesia mundana que vive en sí, de sí y para sí”.
Afirmó que “los males que, con el tiempo, se producen en las instituciones eclesiásticas tienen su raíz en la autorreferencialidad, una especie de narcisismo teológico”. Y recordó que “la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir a las periferias”.
Y en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo de hoy, reiteró la urgencia de que la Iglesia salga “hacia las periferias geográficas, sociales y existenciales”.
Todo eso, claro, no ocurre sin tensiones, conflictos y oposiciones. Basta pensar en los conflictos que vivió Jesús, especialmente con los grupos más “religiosos” de su tiempo: fariseos, sacerdotes, maestros de la ley.
Por eso, no sorprende que sectores de la Iglesia que se dicen muy “católicos” y “ortodoxos” hayan atacado tan violentamente a Francisco, hayan rezado por su muerte y hoy se alegren con su partida. No pueden soportar el amor y la bondad de Dios manifestados en Jesús y sus seguidores más fieles, como Francisco.
2.- Todos llamados a “cuidar de la casa común”
Francisco insistió mucho en la dimensión socioambiental de la fe y de la misión de la Iglesia. No es una cuestión secundaria ni opcional: es una exigencia que brota del corazón del Evangelio de Jesucristo.
No se cansó de hablar del carácter evangélico de la opción por los pobres, de la lucha por la justicia, de los derechos humanos, de la paz entre los pueblos y del cuidado de la casa común. No es sólo una cuestión social, política, económica, cultural o medioambiental. Se trata también de una cuestión estrictamente espiritual que concierne a la obra creadora de Dios y a su designio sobre la humanidad.
Sus encíclicas Laudato Si' y Fratelli Tutti insisten en la importancia y urgencia del “cuidado de la casa común” y de la “fraternidad y la amistad social”. La primera es, sin duda, uno de los documentos más importantes sobre el tema ambiental en el último medio siglo, importante no solo en el ámbito de la Iglesia sino en el del movimiento ambientalista mundial.
3.- Incansable defensor de la paz
Su trabajo por la paz y la reconciliación a lo largo de su pontificado fue imparable y su mensaje resonó en diferentes escenarios de todo el mundo.
El domingo, en su mensaje de Pascua, pidió oraciones por las víctimas de todos los conflictos armados, criticó una vez más la carrera armamentista reiteró su cercanía con el pueblo ucraniano —conflicto sobre el que se pronunció con vehemencia en tantas ocasiones—, calificó la situación humanitaria en Gaza como "dramática y deplorable" y pidió un alto el fuego inmediato y la liberación de los rehenes.
Condenó también el creciente antisemitismo y expresó su cercanía tanto con el pueblo israelí como con el palestino, su preocupación por la guerra en Sudán y llamó a la comunidad internacional a favorecer el acceso de la ayuda humanitaria.
4.- La centralidad de los pobres y marginados
Pero, sin duda, la huella espiritual más profunda que nos deja Francisco es, la centralidad de los pobres, marginados y sufrientes.
“Francisco huele a Evangelio y, precisamente por eso, huele a pobre”, dijeron las Comunidades Eclesiales de Base del Brasil.
Situó en el centro de la vida de la Iglesia a aquellos que están en los márgenes o periferias de la sociedad: los pobres; indígenas; ancianos y enfermos; víctimas de desastres/delitos ambientales, tráfico, guerras; mujeres; personas LGBT; familias rotas, etc.
Subrayó esa preferencia por las periferias en sus viajes. Fuera del viaje al Brasil, que ya estaba programado por su antecesor, el primer país que visitó fue Ecuador, y luego Bolivia y Paraguay, los tres países más pobres de Sudamérica.
Realizó 47 viajes internacionales y visitó 66 países, muchos de ellos nunca visitados por un papa. Estuvo en 20 países asiáticos, en 10 africanos, en 12 americanos. Y no fue a los países grandes: no fue a Francia, Reino Unido o España, Y tampoco a su Argentina natal.
Su vida, su papado fueron testimonio de la “frescura original del Evangelio” que es Buena Noticia para la humanidad que sufre.