Tablilla de cera
Kámala Harris ganó el debate con una estrategia impecable
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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Los 105 minutos del debate presidencial de Estados Unidos la noche del martes fueron un notable y divertido ejercicio político, retórico, visual, estratégico. Y lo fueron por la brillante presentación de Kámala Harris quien arrinconó a Donald Trump desde el primer segundo.
Y no lo digo figurativamente. Cuando los dos entraron al escenario, lo hicieron desde lados opuestos. Harris caminó directamente hacia Trump para saludarlo, pero él se escabulló pegado a las cortinas del fondo para evitarla. Ella, decidida y serena, cambió de dirección y le arrinconó junto a las cortinas, extendiéndole la mano.
Trump se la estrechó porque no tuvo más remedio. “Kámala Harris”, dijo ella, presentándose, pues era la primera vez en la vida que estaban juntos. “Have fun” (diviértase), dijo él.
Ella de verdad se divirtió esa noche. Creo que Trump bastante menos.
La candidata, entonces, se dirigió, sonriendo y balanceando sus brazos, a su podio, que estaba al otro lado del escenario, mientras él, con el ceño fruncido, los brazos pegados al cuerpo, fue al suyo.
Primer round para Harris, porque marcó un contraste: ella serena, confiada y cortés, ingresando al espacio ajeno. Él, patán, rencoroso, mohíno, confinado en el suyo.
Y ese fue el lenguaje corporal del resto de la noche y que, en mi opinión, constituyó, junto con la estrategia del debate y el dominio de los temas, un elemento crucial del triunfo de Harris, triunfo en el que están de acuerdo todos los analistas de la prensa y el mundo político estadounidense.
Hasta Fox News pareció aceptarlo. Al inicio, para desviar la atención, sus comentaristas dijeron que el mayor perdedor de la noche era ABC News, el canal organizador del debate, al que acusaron de sesgo (¡ellos acusando de sesgo!) y de ayudar a Harris. Pero alguno de sus expertos, ya con vergüenza imposible de sostener porque nadie lo decía, aceptó que, para Trump, ídolo de aquel canal, no fue una buena noche.
ABC se negó a cambiar la regla de mantener los micrófonos silenciados durante la intervención del oponente. Lo pidió la campaña de Harris, para dejar que se manifieste en plenitud —tal como en los debates con Hillary Clinton en 2016 y con Joe Biden en 2020—, el carácter descortés y pendenciero de Trump, al interrumpir e imponerse a gritos.
Estaban callados los micrófonos, pero no importó. Al tener la pantalla dividida, los espectadores pudimos ver el rostro y el lenguaje corporal del otro cuando hablaba su contrincante.
Y lo que vimos es que la candidata demócrata sonrió mucho y miró mucho a Trump: a veces con una sonrisa; a veces con extrañeza; otras poniendo la mano en la barbilla, fingiendo interés, con ironía; en ocasiones riéndose abiertamente de las estupideces que este decía y, a veces, incluso, mirando a su contendor con pena.
En cambio, Trump nunca la regresó a ver. Solo miraba a los moderadores, tenso, molesto y, pronto, y por el resto de la noche, furioso y desconcentrado, tras caer en la primera trampa que su contendora le puso.
La estrategia de la candidata demócrata fue demoledora. Demostrando su capacidad y su entrenamiento de fiscal, casi siempre dividió sus respuestas en dos partes: una sustantiva dando contestación a la pregunta, con aquello que quería transmitir al público, y otra de crítica directa, incisiva, mordaz a Trump.
Este, como todo narcisista, se olvidaba de lo sustancial y se atragantaba con el anzuelo, y respondía al ataque, herido en su ego, olvidándose de todo lo que seguramente le habrán dicho sus asesores sobre no dejarse provocar y hablar de sus políticas.
La trampa inicial, la que le descolocó del todo a Trump, la puso Harris bien al comienzo de la noche, cuando los moderadores le preguntaron sobre inmigración, un tema espinoso por la inmensa cantidad de inmigrantes que sigue llegando a EE. UU.
Harris dijo que es la única en la sala que ha enjuiciado a los traficantes de drogas y de personas, y acusó a Trump de ordenar a los congresistas republicanos bloquear un proyecto bipartidista de reformas al sistema de migración porque no le interesa cambiar la situación de la frontera sino beneficiarse personalmente.
Y, dirigiéndose a los millones que la veían por televisión, añadió: “Voy a hacer algo realmente inusual: invitarles a que asistan a una de las concentraciones de Donald Trump. Porque de verdad son bien interesantes”.
En ellas, dijo, oirán algunos temas de los que Trump siempre habla como los molinos de viento (generadores eléctricos) y Hannibal Lecter, el caníbal, personaje de ficción de la película “El silencio de los inocentes” que, curiosamente, Trump menciona muchas veces en sus discursos, como si fuera un personaje histórico real.
Y lo completó: “Y lo que ustedes también notarán es que la gente se empieza a ir temprano, de puro cansancio y aburrimiento. Pero de una sola cosa no oirán ustedes que él habla: de ustedes”.
Trump, furioso, cayó en la trampa.
“Déjeme responder primero lo de las concentraciones…”, dijo, visiblemente enojado, al moderador, que quería seguir con el tema de la migración, un punto que supuestamente es fuerte, clave, para la campaña de Trump.
Y se desvió para decir, con sus conocidas exageraciones e inmodestia, que ha tenido “las concentraciones más grandes, las concentraciones más increíbles de la historia política de EE. UU.”, que la gente nunca abandona sus concentraciones y que, al contrario, nadie va a las de Harris, a las que solo asisten los pagados que ella lleva en bus.
Y tras esa sarta de mentiras poco creíbles, cayó en uno de los más extraños y preocupantes momentos de la noche, al repetir la falsedad, ampliamente desmentida, de que los inmigrantes haitianos en Ohio están robándose las mascotas de sus vecinos y se las están comiendo.
“¡Se están comiendo los perros!”, gritó. “En Springfield la gente que llega… ¡se está comiendo los gatos!”.
Kámala Harris echó la cabeza para atrás, se agarró las manos, mostrando, con la dosis exacta de teatro, su estupefacción.
El moderador, David Muir, cumpliendo un papel que ABC dijo que no priorizaría, el fact-checking, le dijo, como buen periodista que es, que ABC había confirmado con el alcalde de Springfield y que tal cosa no había sucedido jamás.
“¡Yo lo vi por televisión!”, protestó Trump. “La gente en la televisión dijo: ‘Se robaron mi perro y se lo comieron’”.
Harris meneó la cabeza, con el aire de conmiseración por lo bruto o lo ingenuo de su contrincante. Y se rio un tanto. “Hablando de extremos”, dijo, como para sí, pero para que se le oyera.
Como nota el New York Times, cualquier debatiente, un Bill Clinton, el propio Trump, se habría lanzado a la presa. Le habría arrastrado por el piso. Pero Kámala Harris lo dejó ahí. Había conseguido de sobra lo que quería: desequilibrar a Trump, hacerlo perder la cabeza y ya tendría oportunidad de seguir haciéndolo bailar en su mano el resto de la velada.
Más bien, lanzó otro capotazo al toro enfurecido que ya era Trump: preguntó a los televidentes si querían saber qué otros republicanos la están apoyando: el exvicepresidente Dick Cheney y la excongresista Liz Cheney, personajes a los que Trump odia.
Desde ese momento, el magnate estuvo fuera de sí, picado. Y se le notó viejo, sudando sobre su maquillaje color naranja, repetitivo, con los mismos sonsonetes de siempre, y pintando, como siempre, un futuro apocalíptico para EE. UU. y el mundo. Anunció la Tercera Guerra Mundial, nada menos.
Kámala Harris fue, por el contrario, optimista, ofreció un mundo nuevo, lleno de posibilidades. Dijo que la gente ya está harta de tanta división y pesimismo.
Pero, como dijo Lawrence O’Donell, el agudo comentarista de MSNBC, puede ser que los polacos sean quienes decidan esta elección. En efecto, Harris le retó a Trump a decir “a los 800.000 polaco americanos que viven allí en Pennsylvania, cómo va él a detener las ambiciones territoriales sobre Europa de Vladimir V. Putin”.
Y más tarde se burló diciendo que si él estuviera en la presidencia, ya Putin estaría sentado en Kiev, viendo hacia Polonia.
Pero lo peor fue cuando Trump, al responder al contundente ataque de Harris sobre que los líderes del mundo se ríen de Donald Trump, de que Vladimir Putin se lo comería vivo como almuerzo y de que los líderes militares estadounidense, incluyendo a los que trabajaron para él, lo consideran “una desgracia”, no se le ocurrió nada mejor que citar el apoyo que tiene del primer ministro de Hungría Vktor Orbán, “uno de los hombres más respetados”, según él. Supongo que más de unos cuantos millones de televidentes soltaron la carcajada.
Tuvo la cachaza de no desear la victoria de Ucrania, y se notó que se dolía más de que Rusia haya perdido 300.000 hombres.
Otro fact-check memorable fue el de Davis, de ABC, que hizo notar lo falsa que era la exageración, una vez más mencionada por Trump, de las supuestas “ejecuciones” de niños recién nacidos: “No hay ningún estado de este país donde sea legal matar a un niño después que ha nacido”, le dijo, seca y seria.
¿Dije que lo peor fue mencionar a Orbán? Me corrijo, lo peor y más vergonzoso fue cuando Trump, al hablar del ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021, respondió, con cara de palo: “No tuve nada que ver en eso; nada que ver, aparte de que me pidieron que diera un discurso”.
Es que, ya convicto por otros crímenes, este ser, aún idolizado por muchos estadounidenses (y, por lo que me he dado cuenta, incluso por algunos ecuatorianos en el Ecuador) sabe que, como lo recordó Harris, aún debe ir al banquillo para nuevos juicios y para oír sentencias tras haber sido condenado por varios delitos.
El experto estadístico Nate Silver escribió a media noche del martes que “hay un fuerte consenso de que Harris ganó la noche”. Lo dijeron también analistas conservadores respetados.
Por su parte, Harris ganó 63-37 en la encuesta rápida posdebate de CNN (una encuesta representativa de la población). Lo notable es que, en promedio, en esas encuestas el que gana lo hace por un margen de alrededor de 18 puntos, así que el margen de 26 puntos de Harris es de lo más alto del rango.
También la mayoría de los integrantes de un grupo focal de 13 votantes indecisos que CNN tenía en la Universidad Mercyhurst en Erie, Pennsylvania, uno de los condados péndulo, dijo que Harris ganó.
En el posdebate hubo dos cosas notables: el endoso público de la cantante Taylor Swift en su cuenta de Instagram, donde tiene 285 millones de seguidores. Y el decidor hecho de que Trump saliera al “spin room”, al cuarto de reacciones, donde los canales y medios tenían montados sus escenarios para entrevistas. Donald Trump sabia que perdió, por lo que salió a declarar que “este había su mejor debate de la historia”. Same old Trump!