Tablilla de cera
Un nuevo cardenal ecuatoriano y un congreso exitoso
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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A veces, en el vértigo de las noticias nacionales e internacionales, se nos pueden pasar acontecimientos importantes. Para mí, y para un número grande de mis lectores, entre esas noticias que no deben quedar relegadas están las relativas a la religión y, en concreto, a la Iglesia católica. Por ello, hoy el presente comentario va de dos temas importantes, sobre los que ha habido información, pero alrededor de los cuales creo poder aportar datos y reflexión que es, en definitiva, para lo que escribo.
Empiezo por el más reciente. Este domingo 6 de octubre el papa Francisco anunció la elevación a cardenal de monseñor Luis Gerardo Cabrera Herrera, OFM, arzobispo de Guayaquil, quien recibirá los símbolos de esa dignidad, junto a 20 otros nuevos purpurados, el 8 de diciembre en Roma.
El anuncio, del todo inesperado, lo hizo el papa al final del rezo público del Ángelus desde el balcón que da a la plaza de San Pedro. A Mons. Cabrera la noticia le sorprendió en la propia Roma, donde está participando en el sínodo de obispos.
Quienes le conocemos, admiramos a Mons. Cabrera por su sencillez y bondad, que solo a los muy desprevenidos ocultan una notable inteligencia y capacidad de gobierno.
Será el sexto cardenal de la historia ecuatoriana, el segundo arzobispo de Guayaquil en serlo y también el segundo franciscano. Se une a Carlos María de la Torre, Pablo Muñoz S.J., Bernardino Echeverría OFM, Antonio González y Raúl Vela.
Cabrera cumplirá 69 años mañana: nació el 11 de octubre de 1955 en Azogues. Allí cursó sus estudios primarios, mientras los secundarios los hizo en el seminario menor de los franciscanos. Tomó el hábito de su orden en 1975. Estudió filosofía y teología en la PUCE. Fue ordenado sacerdote en 1983, y más tarde obtuvo la licenciatura y el doctorado en Filosofía, en la Pontificia Universidad “Antonianum” de Roma.
Ocupó varios cargos en la orden franciscana, destacándose pronto: fue provincial entre 1996 y 2003, luego de lo cual fue consejero general de dicha orden en Roma, responsable de las provincias franciscanas de América Latina y el Caribe. En 2009, Benedicto XVI lo nombró arzobispo de Cuenca, dignidad que ejerció entre ese año y 2015, cuando el papa Francisco lo nombró arzobispo de Guayaquil. Es presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.
¿Sabían que entre los nuevos cardenales, el mayor tiene 99 años y el menor 44 y, al igual que los otros nombramientos en los casi 12 años de papado de Francisco, la mayoría proviene de la periferia del mundo más que de las principales capitales, reflejando las prioridades pastorales del papa por las periferias y los pobres?
El de 99 años es Mons. Angelo Acerbi, miembro del cuerpo diplomático vaticano por más de 50 años, durante los cuales, entre otras cosas, fue secuestrado por la guerrilla en Colombia, negoció las relaciones Iglesia-estado en España después de la transición y ayudó a reconstruir la jerarquía católica en Hungría tras la caída del comunismo. El de 44 años es Mons. Mykola Bychok, obispo de la eparquía católica grecoucraniana de Australia (eparquía es la circunscripción de las iglesias orientales, parecida a una diócesis).
Aunque sedes cardenalicias tradicionales como Los Ángeles, Melbourne, Venecia, Milán o París siguen sin su cardenal, el colegio cardenalicio incluye nuevos miembros de ámbitos muy distintos, como el arzobispo serbio Ladislav Nemet; el teólogo italiano de 57 años y arzobispo de Turín Roberto Repole, y el responsable de los viajes del papa, Mons. George Jacob Koovakad, nacido en Kerala, India.
Una cuarta parte de los nuevos purpurados proviene de Sudamérica: tres de ciudades que se llaman Santiago: Santiago del Estero, Santiago de Chile y Santiago de Guayaquil, además de Lima y Porto Alegre.
Desde la elección de Francisco en 2013, el porcentaje de los europeos en el cuerpo cardenalicio ha venido bajado, mientras ha crecido la representación de África, Asia y América Latina, tendencia que se confirma con los nuevos nombramientos.
Once de los nuevos cardenales son de órdenes religiosas. Además de Mons. Cabrera, son franciscanos el arzobispo de Porto Alegre, el obispo de Bogor (Indonesia), Paskalis Bruno Syukur, y el belga Dominique Joseph Mathieu, arzobispo de Teherán, Irán.
Además, hay dos misioneros del Verbo Divino, un escalabriniano, un redentorista, un vicentino y dos dominicos.
Uno de ellos es Fr. Timothy Radcliffe, que fue general de los dominicos y a quien, por sus posiciones progresistas, los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI le tuvieron bastante apartado del Vaticano. Sin embargo, el actual papa lo llamó, ha sido su consejero cercano y a él le encargó dirigir los retiros espirituales previos a las sesiones del sínodo de obispos, la del año pasado y la actual.
Radcliffe es una figura muy especial: de una aristocrática familia inglesa, estudiado en Oxford, tiene 79 años, y tal vez no logre votar por el nuevo papa, pero es claro que Francisco le quiere tener entre quienes influyen en las decisiones sobre el futuro de la Iglesia católica.
De los 21 nuevos cardenales, 20 son menores de 80 años, y por lo tanto pueden ser electores en el nuevo cónclave. Cosa que, por las leyes de la vida, podría llegar: el papa cumplirá 88 años, ocho días después el nuevo cónclave.
Luego del consistorio del 8 de diciembre, Francisco habrá elevado el número de electores del nuevo papa a 140, de los que él ha nombrado a 112 (80% del total). Otros 23 provienen de Benedicto XVI y solo quedan cinco del papa Juan Pablo II.
Mientras tanto, por decisión del propio papa Francisco, en Quito acaba de celebrarse el 53 Congreso Eucarístico Internacional, que resultó “un éxito más allá de mis mejores sueños”, como me dijo el nuncio apostólico, Mons. Andrés Carrascosa.
Un dato externo y llamativo es la afluencia de público: a las misas de inauguración el 8 de septiembre y clausura el 15, en el Parque del Bicentenario, asistieron más de 20.000 personas, en cada caso, y a la procesión desde San Francisco a la Basílica, el sábado 14, unas 15.000. Unos 2.000 niños hicieron la primera comunión el día de la inauguración.
Hubo importante presencia de personas de provincias. Y una gran afluencia internacional: vinieron más de mil personas del exterior, de más de 60 países distintos, entre ellos 56 obispos y arzobispos extranjeros.
Piensen lo que esto significa como promoción de Quito. Promoción que se hizo mayor por las decisiones del Congreso: por ejemplo, el lunes a los obispos extranjeros se les invitó a que escogieran una de las parroquias de Quito y la visitaran, algo que no se había hecho en ningún congreso eucarístico anterior. Allí pasaron horas muy alegres, en contacto con los grupos parroquiales y cenaron con los párrocos.
Otra actividad de promoción fueron las misas por idiomas: el jueves 12 hubo misa en español en la catedral, San Francisco y otras iglesias, en alemán en la parroquia alemana, en inglés en Santo Domingo, en francés en la Capilla del Milagro, en chino en San Agustín, en italiano en La Compañía, en portugués en La Merced, en latín en Cantuña, en español afro en San José de Calderón, en quichua en El Girón. Allá fueron los prelados a celebrar y los delegados que hablaban esos idiomas a participar, dispersándose por los cuatro puntos cardinales de Quito.
La logística del congreso tuvo el apoyo de todas las entidades de la municipalidad de Quito, a la que los organizadores están muy reconocidos. No así al Gobierno, salvo a la Policía Nacional y al Ministerio de Salud.
Otros componentes del éxito fueron las redes sociales y los medios de comunicación, que multiplicaron el alcance del acontecimiento. Las transmisiones en vivo por YouTube de Radio María llegaron a todo el globo terráqueo, alcanzando a decenas de miles de personas. Además, solo la misa final, transmitida por Teleamazonas, fue vista en 350.000 hogares ecuatorianos.
Pero fueron el congreso propiamente dicho y el simposio preparatorio, los que, para organizadores y participantes, tuvieron un nivel y una intensidad memorables. Cambiando la composición de los paneles tradicionales (de solo obispos y sacerdotes), en este se privilegió la participación de mujeres y laicos. Se combinaron las ponencias teológicas con testimonios de vida de personas del mundo entero y hubo una gran dinámica en los grupos para debates y conclusiones.
Esto significó un desafío para el Centro de Convenciones Bicentenario, que no había manejado nunca un congreso de esta magnitud. Cierto es que el internet colapsó, pero, en general, el centro salió bien librado de la prueba.
El congreso eucarístico fue incluso un éxito desde el punto de vista económico. El arzobispo de Quito, Mons. Alfredo José Espinosa —principal organizador del congreso, al haber aceptado hace tres años el prestigioso, pero complicadísimo encargo del papa—, me contó que, para sorpresa de todos, y a pesar del alto costo de la organización de un acontecimiento como ese, no quedaron deudas y que, al contrario, hubo un saldo de 240.000 dólares que se destinarán a apoyar a los comedores parroquiales de Quito.
Se lo financió de maneras muy creativas: al dólar eucarístico en las parroquias y a la campaña “Done una silla”, se unieron aportes particulares de todos los montos, y hubo ahorros meticulosos en cada rubro.
Hay anécdotas de lo más curiosas: Mons. Espinosa negoció personalmente la compra de 20.000 sillas plásticas con los propietarios de Pica, quienes le hicieron una generosa rebaja en el precio. Pues bien, uno de los camiones que venía a Quito con las sillas fue asaltado y desaparecieron el camión… ¡Y las sillas! Así que en el congreso se usaron solo 18.500 sillas. Hoy estas sillas están siendo repartidas, de cien en cien, a las parroquias de la arquidiócesis.
Ya dije que el Gobierno del Ecuador no ayudó en nada; incluso el presidente que había confirmado una asistencia, la única, se excusó 20 minutos antes de la hora fijada. Por cierto, esta informalidad del presidente y sus ministros es comentario corriente en el cuerpo diplomático de Quito.
Pero que no quede esa anécdota como sabor final, porque no es, sino, una muestra más del silvestre gobierno que padecemos.
Lo que importa es que el congreso fue un éxito y, sobre todo, lo fue en su mayor objetivo: el espiritual. Además, los obispos extranjeros quedaron asombrados de la fe del pueblo ecuatoriano. A eso nos aferramos en estas horas difíciles de la patria.