Tablilla de cera
Un terremoto llamado Kámala
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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Lo está siguiendo el mundo entero. Y mayoría lo hace con deleite. No, no son los Juegos Olímpicos, que también, sino la revolución producida en la política estadounidense.
El sábado 13 de julio se produjo un atentado contra el candidato y expresidente Donald Trump y una bala o esquirla de bala rozó su oreja. Tras ocultarse debajo del podio, fue retirado de la escena por los agentes de seguridad, mientras su oreja sangraba y él levantaba el puño.
Ese día millones de personas, entre ellas este servidor, pensamos que todo había quedado firmado y sellado y que Trump acababa de ser elegido presidente de EE. UU.
Pero al mediodía del domingo 21 de julio, el presidente Joe Biden, publicó en la red X el anuncio de que declinaba su candidatura a la reelección y, de inmediato, en la misma red, brindó su apoyo a la vicepresidenta Kámala Harris para que fuera su reemplazo.
Ella logró consolidar velozmente su candidatura, recibió una avalancha de apoyos de la dirigencia y las bases demócratas y descolocó a Trump y su campaña, que se prometían ya la Casa Blanca tras un fácil triunfo sobre un candidato que camina lento y se equivoca al hablar.
Trump y los suyos están patidifusos. Ahora él es el viejo que se equivoca al hablar, el que no tiene tan claro el triunfo. Hay un verbo en inglés que se aplica a la perfección al estado de estupefacción en que se hallan los republicanos: discombobulated.
Kámala Harris ha despertado un entusiasmo desbordante, que se manifiesta en
- Concentraciones multitudinarias (lo que le come el coco a Trump, quien es obsesivo en proclamar cuán grandes son sus rallies),
- Una avalancha de voluntarios para tareas de campaña (170.000 en la primera semana), y
- Una cascada de donaciones. Solo en julio, es decir en 10 días, levantó 310 millones de dólares, el doble que su rival Donald Trump en todo el mes, y eso que en julio esa candidatura tuvo un auge económico por el atentado que sufrió y por la exitosa convención del partido Republicano.
Dos terceras partes de los fondos recibidos, según precisó la campaña de Kámala Harris, provienen de personas que aportan pequeños montos, muchos por primera vez en su vida.
Una nota ortográfica: como ven, acentúo como esdrújula el nombre de la candidata porque así debe escribirse en español debido a cómo se lo pronuncia. Justamente el lamentable Trump, dice “Kamaaala”, simulando que no sabe cómo pronunciarlo, con la aviesa intención de hacer notar que es un nombre foráneo y, por extensión, subrayar el carácter distinto, exótico y supuestamente no-americano de su opositora.
Viejo truco de Trump: la otredad. Igual que la cantaleta de que Barack Obama no había nacido en EE. UU.
El nombre “Kámala”, en efecto, no es anglosajón sino que proviene del sánscrito, idioma en el que significa “flor de loto” y también una diosa, por lo que es símbolo de pureza. Es decir, es un nombre cargado de significado cultural y espiritual, del que su poseedora, con toda razón, está orgullosa y todos deberían respetar.
Trump, perplejo y confuso, al no saber por dónde atacar el huracán que se le vino encima, también intenta sembrar dudas sobre la adscripción étnica de su opositora, diciendo que primero se presentaba como asiática y que “solo hace pocos años se volvió negra”.
Una estridente mentira racista que intenta desconocer que Kámala Harris es ambas cosas: afroamericana y asiática, lo que no es raro en el siglo XXI, a no ser que Trump quiera volver a los EE. UU. de los 1950 y, en el fondo, sugiera peligrosos temas de pureza racial.
De padre afroamericano nacido en Jamaica y de madre hindú nacida en la India —quienes se enamoraron cuando eran jóvenes estudiantes extranjeros en la universidad de California en Berkeley (él de Economía y ella de Biología)—, Kámala, nacida en 1964, fue criada por su madre, quien le inculcó desde niña que, a más de su herencia hindú siempre debía estar orgullosa de su negritud.
Coherente con esa pertenencia, se graduó en Howard, la tradicional universidad de Washington D.C. destinada a formar a la intelectualidad negra del país, antes de volver a California, donde se graduó en leyes y empezó su carrera en la oficina del Fiscal del Distrito en San Francisco. Harris llegó a ser elegida Fiscal de ese distrito y luego Fiscal de California, para más tarde ser la segunda mujer negra en la historia y la primera asiática en llegar al Senado de EE. UU. y a la vicepresidencia de la nación.
Trump, que siempre intenta decir las cosas más exageradas y ridículas para que la gente hable de ello y estar en el ciclo diario de las noticias (la táctica que seguía Abdalá Bucaram), ataca a Harris porque dizque se ríe mucho y feo. También le insulta porque es “horrible”, “loca” y “una lunática radical”.
¿Que Kámala se ríe? Lo que sé es que Donald Trump nunca se ríe. A lo más hace una mueca torciendo la boca en una sonrisa afectada. Y es verdad que Harris se ríe, y que sus súbitas carcajadas sorprenden. Pero me parece que, en el fondo, Trump sabe que esas carcajadas son un arma poderosa contra él.
Frente a su visión obscura —de que los estadounidenses están bajo ataque, de que su país ya mismo desaparece ante la invasión de millones de inmigrantes (muchos de los cuales supuestamente provienen de manicomios y de cárceles), del desempleo de los blancos y de la inflación desatada—, la franca y fresca risa de una mujer cambia por completo las reglas del juego y deja como papel mojado la visión apocalíptica de Trump.
Pero lo que más desquicia a Trump, quien no acierta en la línea de respuesta, es la velocidad con que esta mujer ha recortado la ventaja que él tenía en los sondeos de opinión.
Una encuesta New York Times/Siena a los cuatro días de la entrada de Harris en la contienda estableció que ella había cerrado en seis o siete puntos porcentuales la brecha que Trump tenía sobre Biden, dependiendo de si se incluía o no a Robert F. Kennedy Jr., candidato independiente.
Por cierto, la candidatura de Kennedy se derrumba: en diciembre de 2023 aparecía con 15% de la intención de voto y al iniciar agosto esa intención estaba en 6%.
Este 7 de agosto, en el promedio de todas las encuestas sobre intención de voto, las preferencias están así:
- Harris 45,2%, Trump 43,4% y Kennedy 5,5%, en el sitio FiveThirtyEight.
- Harris 45%, Trump 44% y Kennedy 5%, en el New York Times.
Desaparecen también los llamados “double haters”, los que odian a ambos candidatos. Antes de Harris, a 20% de los encuestados les disgustaban los dos candidatos (Biden y Trump). Para el 1 de agosto, ya con Harris, New York Times/Siena decía que esa cifra estaba en 8% e Ipsos, en 7%.
Pero lo central es que Harris recuperó a los votantes decepcionados de Biden en los estados clave, aquellos que deciden la composición del colegio electoral.
Es sabido que el sistema electoral estadounidense no es de votación directa y que los demócratas vienen ganando el voto popular, pero no necesariamente la presidencia. Eso sucedió con Hillary Clinton, que ganó con 3 millones de diferencia el voto popular, pero perdió la presidencia frente a Trump, porque este se llevó, con apenas unos miles de votos, varios estados clave.
En esos estados disputados, el 21 de julio Trump aventajaba a Biden con más de dos puntos en Wisconsin y Michigan; con más de cuatro en Pensilvania; con más de cinco en Arizona, Nevada y Georgia y con casi siete en Carolina del Norte.
Hoy Harris ya está arriba en los tres primeros y ha reducido la diferencia a un punto o dos en los demás. Un verdadero terremoto, por donde se lo mire.
Ahora, como bien sabemos, esta elección no es la competencia entre dos personas de calificaciones intelectuales y morales parecidas que solo tienen visiones distintas sobre el futuro de EE. UU.
No. Los que compiten son un tipo avieso que desea ser rey, cobrarse todos los agravios, ciertos o falsos, y limpiar su pasado judicial como estafador y violador. Y una mujer articulada, bien formada, con experiencia, que desea continuar la labor de Biden en cambio climático, infraestructura, topes en el precio de las medicinas, alivio de las deudas de los universitarios y otros logros.
Y también es la competencia entre un partido vergonzosamente sometido a la voluntad omnímoda de un líder tradicionalista y un partido organizado que tiene numerosas opciones para la presidencia, como se ha mostrado con la candidatura de la actual vicepresidenta y los nombres que se han barajado para ser su compañero de fórmula, entre los que escogió a un estupendo candidato, el amable y optimista gobernador de Minnesota, Tim Walz.
Quedan 89 días para saber cuál es la opción de los estadounidenses.