Tablilla de cera
Narciso presidente. Y el mundo es hoy bastante peor
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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El mensaje de odio, división y revancha lanzado por un narciso le ganó al de alegría, unidad y construcción de futuro entregado por una mujer negra valiente y positiva.
Las lecciones son mucho más profundas: si creíamos que medio EE. UU. no soportaba a Trump, resulta que medio país no soporta al partido Demócrata.
Y que la impopularidad de Joe Biden es mucho mayor de lo que se pensaba y que eso lastró la campaña desde un inicio. Sin duda, renunciar a la candidatura a la reelección fue un gesto de altruismo de Biden, pero su error estuvo antes: en querer ser candidato y no permitir unas primarias que habrían perfilado mucho mejor el mensaje.
Porque “Not going back!” es un poderoso mensaje, pero ahora resulta que la mayoría del país sí quería regresar al pasado, al pasado previo a Covid-19, un pasado que han idealizado, frente a la inflación acumulada, que, sobre todo en alimentos, alcanza a 22%, y que es resultado justamente de los estímulos entregados para sacar a EE. UU. de la recesión que casi quiebra su economía por la pandemia.
También jugaron su papel el racismo (miles de miles no quisieron votar por una negra y asiática) y la misoginia (miles de miles no quisieron votar por una mujer), alimentados sin parar y sin pudor por el candidato triunfador.
El lunes, el jefe de Análisis Político del New York Times, Nate Cohn, decía que faltando solo un día de la campaña 2024, las encuestas mostraban una de las elecciones presidenciales más cerradas en la historia política de EE. UU.
Resumía que tanto en el ámbito de todo el país como en el de los principales estados bisagra, ni Harris ni Trump tenían una ventaja de más de un solo punto porcentual y que ninguno tenía los 270 votos del colegio electoral necesarios para ganar. Que “nunca ha habido en la historia una carrera en la que las encuestas finales muestren una competencia tan estrecha”.
Pues bien: las encuestas fallaron, porque el margen del triunfo de Trump es mucho mayor que el pronosticado, lo que quiere decir que, una vez más, los encuestadores no fueron capaces de captar la totalidad de ese voto y, aunque hicieron esfuerzos para no caer en los mismos errores de 2016 y 2020, cuando subestimaron el voto de Trump, ¡lo hicieron otra vez!
Kámala Harris no tiene nada de que reprocharse: en 100 días hizo una campaña maravillosa, recogió más donaciones que nunca en la historia de los EE. UU. y montó una operación en tierra con decenas de miles de voluntarios entusiastas.
Pero no fue suficiente. No lo fue, y el triunfo de Trump es aplastante. Además, los republicanos van a tener el control del senado y probablemente de la Cámara de Representantes, con lo que podrán implantar el gobierno totalitario en que tanto sueñan: una educación retardataria, una política contra las opciones sexuales diversas, la prohibición generalizada del aborto, el proteccionismo industrial, la guerra comercial, el aislacionismo.
Pero regreso a eso en un momento, porque aún me falta asombrarme junto a mis lectores de cómo un tipo que ha hablado las bascosidades, estupideces y autoalabanzas como Donald J. Trump puede ser tomado en serio, al punto de entregar en sus manos los botones de la guerra nuclear.
Desde que era “más guapo que Kámala” la cual era una “retardada mental”, una “estúpida”, “más tonta que una roca”, hasta ofrecer sacar a los militares para atacar a sus enemigos políticos o colocar “un millón de Rambos” en las guerras. Desde los inmigrantes haitianos que “están comiéndose los perros” y “están comiéndose los gatos” hasta la discusión de si es mejor la muerte por electrocución o en las fauces de un tiburón. Desde la afirmación de que el mundo ha abierto sus manicomios y sus cárceles para mandar a los locos y criminales a EE. UU., hasta, por supuesto, “el finado y grande Hannibal Lecter”, personaje de ficción a quien se refería como a una persona que hubiera existido, y sus referencias repugnantes al tamaño de los genitales del golfista Arnold Palmer.
Decía Trump sin inmutarse que “Joe Biden se volvió incapacitado con el tiempo”, pero que “Kámala nació así. Nació así”, repitiendo uno de los prejuicios racistas más perniciosos que suponen que los negros tienen capacidades inferiores.
Si a Biden los medios le escrutaban cada palabra, a Trump le dejaron pasar las divagaciones, los errores, la ignorancia supina, el odio intenso, bastante más obvios.
¿Locura, necedad o inteligencia superior que sabe cómo entretener a las masas? ¿Una suerte de Abdalá Bucaram al que sus partidarios le perdonaban todo porque lo que querían era un cambio radical sin pensar mucho en lo que elegían?
En sus anteriores campañas, Trump sí leía de los teleprompters y se mantenía más o menos en el mensaje. En esta vez le molestaban y siempre se refería a los consejos que le daban sus asesores como sugerencias a las que no iba a hacer caso. Y divagaba a sus anchas… o se balanceaba fuera de ritmo, como muñeco inflado, durante 40 minutos al no compás de 14 piezas que pidió tocar una tras otra descartando seguir con una sesión de preguntas y respuestas.
Se sabía triunfador desde la supuesta herida en la oreja (nadie me convencerá de que fue un tiro; ya hubo un guardameta chileno que se cortó la oreja, que sangra mucho, con una cuchilla de afeitar). Por eso sus digresiones sin fin, negando la crisis climática, sobre el marxismo del papá de su opositora o sobre su propia inteligencia, su pinta, su cuerpo de playa “mejor que el de Biden” o la mosca que se acercó a su cara en un rally, sus insultos y majaderías.
Sus partidarios han celebrado sus chistes a lo largo de toda la campaña, incluso los más crueles y audaces en los que deshumanizaba a negros y latinos o amenazaba con poner a la exsenadora Liz Cheney frente a un pelotón de fusilamiento. Todo le pasaban, de todo se reían, incluida su retórica racista, sus insultos y amenazas a los opositores a los que tiene ojeriza (Nancy Pelosi, Adam Schift, Joe Biden). Y aunque Kámala Harris no se puso a la defensiva como Hillary Clinton, tampoco eso sirvió para nada.
Nadie podrá creer que así de disparatada, así de “lunática” (término preferido del propio Trump) fue su campaña, en cuyas últimas semanas, culminando una década de agitar la ansiedad y ganas de revancha de los blancos, llegó a nuevas simas de absurdo e incoherencia, ¡la campaña triunfadora que le lleva a volver a ser presidente de EE. UU.!
Esos “chistes”, esos insultos, esas poses con la barbilla arriba y su corbata roja demasiado larga, esas divagaciones de hora y media o dos horas donde mezclaba mil cosas diversas, saltando de un punto a otro, sin hilo conductor, esa sarta de incoherencias, nada de eso demostró a los estadounidenses, a pesar de su diaria y patente repetición, que Trump no es la persona más apta para ocupar el puesto más poderoso del mundo. Al contrario, eso es lo que le dio su contundente e inesperado triunfo.
Un triunfo que, por supuesto, le asegura que ningún juez le va a condenar a prisión por los juicios que tiene pendientes por atentar contra la democracia, llevarse a su casa papeles secretos, acosar sexualmente a las mujeres o defraudar económicamente a sus víctimas.
Un triunfo que tiene un aspecto siniestro, ominoso, para los EE. UU. y el mundo. Porque sería una inmensa equivocación creer que solo es por loco o por chiflado que ha dicho todo lo que ha dicho en la campaña. Su mensaje es extremadamente peligroso y retrógrada, y hay que tener claro que es un racista, un misógino, o como bien dijo Kámala al final, un fascista.
Por ejemplo, ¿qué pasará ahora con la Ley de Salud de Obama? Trump aceptó que solo tenía “concepts of a plan” para la cobertura de salud, pero la agenda de 900 páginas preparada por la Heritage Foundation habla de su eliminación. Así como de la eliminación de la propia Secretaría de Educación. Ni eso les preocupó a sus votantes.
Por ejemplo, ¿cumplirá su amenaza de solucionar “inmediatamente” el problema de inseguridad en las urbes dejando sueltos al ejército y la policía “durante un día feroz y feo” para exterminar a los criminales?
¿Podrá solucionar “en un segundo”, como prometió varias veces, la guerra de Ucrania? Tal vez sí: quitándole toda la ayuda a Zelensky y dejando que Putin se la lleve entera. Este triunfo es, para mí, el triste anuncio de la derrota de ese país heroico que hasta aquí llegó en la defensa de su territorio.
La admiración de Trump por Putin y por los dictadores anuncian una era oscura. En la que además volverá el proteccionismo (no solo con los aranceles de 20% a los productos de China, sino con medidas contra México y otros países de América, Europa y Asia).
Volverá el aislacionismo y el ataque al multilateralismo. EE.UU. que ya regresó a la UNESCO con Biden volverá a salirse de ella, así como de otros organismos del sistema de las Naciones Unidas.
Se detendrá la lucha contra el cambio climático, no se respetarán los pactos internacionales sobre el ambiente y será imposible lograr compromisos de EE. UU. para los que subsistan.
Las relaciones con Europa occidental se volverán broncas, mientras preferirá a los dictadores o personajes de extrema derecha como Milei.
Y sobre los inmigrantes, ¿cuándo empezará la “deportación más grande de la historia” que Trump ofreció hacerla enseguida? El Ecuador debe prepararse porque vamos a recibir deportados no solo a los ecuatorianos que pugnan por entrar por la frontera sur de EE. UU., sino que se apresará y deportará a muchos que ya están dentro, trabajando como ilegales, incluso aunque lleven décadas en EE.UU.
¿Y dentro de EE. UU.? La protección de inmunidad que le dio la Corte Suprema de Justicia va a permitir a Trump hacer lo que se propuso: perseguir a su lista de enemigos; desafiar a los jueces que tienen que juzgarle.
Además, en los próximos años nombrará a nuevos jueces de ultraderecha en la Corte Suprema y en las demás cortes, consolidando por lustros al conservadurismo más casposo.
Creo que todos habíamos subestimado cuán profundas son en el pueblo estadounidense las cicatrices de los agravios percibidos, de la misoginia y de la hostilidad racial y la capacidad de Donald Trump de dar una voz a esos resentimientos y asegurarse el más bajo común denominador, con una coalición en que entren los buenos ingenuos, los malos y los peores. Esa es la fea realidad con la que el mundo se despertó hoy.
Trump no es solo un narcisista y un charlatán. Es peligroso. Es autoritario. Es antidemocrático. Los votantes de EE. UU. decidieron que quieren vivir en un país así, en que la gente sea enemiga, en que no se construya comunidad y que ese es el país que quieren dejar a sus hijos.