Tablilla de cera
La degradación de Estados Unidos

Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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La suspensión de toda ayuda militar, incluso de las armas que estaban en camino, de EE. UU. a Ucrania, anunciada anteayer, no es sino la última prueba de la traición a sus aliados de aquel país que por 80 años, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, se llamó “líder del mundo libre”, cuyo gobierno resolvió en los últimos 15 días, para asombro y desilusión de la mayor parte de la humanidad, mudarse al bando de los regímenes dictatoriales.
De ser paladín de la democracia y de un orden mundial basado en reglas, EE. UU., en cuestión de semanas, repudió su historia pasada, traicionó a lo que siempre se llamó “el Occidente” y se convirtió en el mejor nuevo amigo de los enemigos de la democracia, de aquellos que solo respetan la fuerza bruta.
Otra prueba de deslealtad es la guerra comercial desatada contra sus mayores socios comerciales, México y Canadá, que implica la destrucción de 30 años de acuerdos de libre comercio, el primero de los cuales fue el TLCAN y el segundo, el que el propio Trump obligó a renegociar, el T-Mex, conocido en inglés como USMCA.
La entrada en vigor anteayer de los aranceles de 25% y la repuesta de Canadá con similar medida, profundiza la ruptura entre esos dos socios cercanos. Según Justin Trudeau, primer ministro saliente, el objetivo de Donald Trump, es debilitar a Canadá para después plantear su anexión a EE. UU.
Mientras tanto, la Sheinbaum cree que todavía algo puede lograr y ha postergado la respuesta hasta el domingo.
Parece que no le sirvió de nada hacer los deberes: ni la “mega narco extradición” de 29 capos ni el envío de 10 mil soldados a la frontera con EE. UU. ni los allanamientos de laboratorios y escondites ni la captura de toneladas de drogas ni la caída del tráfico de fentanilo y de migrantes sirvieron para aplacar a Trump. ¿Qué más está dispuesta a hacer Sheinbaum?
La economía mexicana ya estaba temblando con la mera incertidumbre de los anuncios previos de Trump: ya el pronóstico del crecimiento del PIB para este año se rebajó a solo 0,6 % pero se calcula que la guerra arancelaria provocará una caída de crecimiento de 4 %, es decir una brutal recesión. Es que 80% de las exportaciones mexicanas van a EE. UU.
Pero Trump no solo traicionó a sus vecinos Su avieso cambio de bando incluye el repudio a los aliados históricos del otro lado del Atlántico. Hace pocos días dijo, paranoico, que la Unión Europea se creó contra EE. UU.
La avalancha de sus órdenes ejecutivas suprimiendo agencias y programas, las metidas de pata de su caquistocrático gabinete y el pánico en la administración pública producido por los despidos masivos ordenados por Elon Musk, están causando estropicios en la vida y en la política estadounidenses.
Ocho dólares le costó durante años hasta febrero la dosis mensual de insulina que necesita un amigo diabético; este mes tuvo que pagar $ 80 y en la farmacia le explicaron que la insulina ya no tiene subsidio, pues se ha suspendido la America Recovery Act.
Una pareja de esposos no había podido concebir y se hallaba en tratamiento para fecundación in vitro. Creyeron en Trump, incluso porque le oyeron decir, en medio de la campaña, que él también favorecería esos tratamientos. Hoy, cuatro meses después de haber votado por él, ambos están desempleados, ella porque era empleada pública y la despidieron, él porque cerró el negocio en que trabajaba, y la clínica de fertilidad ya no existe, porque le quitaron la ayuda federal. Lo leí en el Washington Post, que reportó varios casos de votantes arrepentidos.
El mayor símbolo de que a la nueva administración no le importa el mundo en desarrollo, que desprecia los esfuerzos del “poder blando” que ejercía con la ayuda humanitaria y el apoyo a los programas que favorecían la democracia, es la eliminación de la USAID.
Puede que en dicha agencia haya habido algo de corrupción, pero la verdad es que en primer lugar ayudaba a los propios EE. UU., por ejemplo, a sus agricultores, comprándoles los excedentes agrícolas para entregarlos como ayuda humanitaria. Me consta que tuvo proyectos en que 80/% de los recursos se quedaba en consultores de los propios EE. UU. y solo 20% llegaba al Ecuador.
Pero, a pesar de todo, el cierre de la USAID y de proyectos como los de alimentos para los niños desnutridos de Eritrea, que mueren de hambre, o de vacunas contra el VIH y las enfermedades tropicales o cualquiera de los otros proyectos humanitarios es de una crueldad espantosa.
Para estos cavernarios, las universidades son el enemigo, por eso, las tienen bajo ataque. Opinan que estas crean socialistas y gente “woke”. Así que no les importa destruir el sistema educativo, en especial la educación superior, suprimiendo toda subvención federal, en particular los fondos de investigación e imponiendo restricciones a las universidades públicas sobre lo que pueden o no pueden decir, lo que pueden o no investigar, desmantelando de hecho las protecciones de libertad académica y aun la de expresión.
El propio Trump tuiteó hace dos días que retirará los fondos a cualquier colegio secundario, college o universidad que permita manifestaciones “ilegales”; que los manifestantes serán expulsados y, dependiendo de la falta, encarcelados y enjuiciados y que, si son extranjeros, serán deportados.
¿Y han visto el brote de sarampión en Texas? No hace sino crecer, mientras las autoridades, dirigidas por ese cretino de Robert Kennedy Jr., se hacen de la vista gorda y no lanzan una campaña masiva de vacunación infantil.
Esto es, sin duda, no solo el deterioro, sino la verdadera degradación de EE. UU., cuyo más infame ejemplo fue el detestable acto del viernes en la Casa Blanca.
Una emboscada en toda la regla, donde el ignorante de J. D. Vance (quien ya en 2022 dijo que a él no le importaba la suerte de Ucrania), adoptó el papel de provocador y regañó a Volodímir Zelensky en la primera oportunidad.
Fue cuando este explicó, con todo derecho, como representante de un pueblo agredido, que él no confiaba en que el dictador ruso Vladimir Putin fuera a cumplir sus promesas, porque ya había faltado repetidamente a ellas.
Vance se sintió ofendido, como Donald Trump luego, por cualquier crítica a Putin y, por añadidura porque Zelensky no estaba siendo suficientemente agradecido (con Trump solo funciona la pleitesía y a él solo le agradan los lamebotas). Aquello siguió cuesta abajo, en un atroz espectáculo televisado, jamás visto en la Oficina Oval o en cualquier despacho presidencial.
Sí, gritaderas en despachos presidenciales ha habido y habrá. Pero estas no son televisadas; jamás han sido un deplorable espectáculo ante los periodistas y ante el mundo que sigue en vivo y en directo. Prueba de que todo estaba montado es que la agencia Tass, propiedad del régimen ruso, a la que nunca se le permitió entrar a la Oficina Oval, estaba presente y transmitió en streaming todo el infeliz suceso.
¡Trump prohíbe a la Associated Press y a Reuters entrar a la Oficina Oval pero se lo permite a Tass! ¿No es ese el ejemplo más patente del trastorno, de la trasposición del orden mundial que ha decretado Trump?
Ver el episodio fue realmente incómodo y hasta doloroso: un regaño abusivo y cobarde por turnos del presidente y vicepresidente de EE. UU. a su huésped, líder de otro país. ¡Algo nunca visto y que demuestra la pequeñez de espíritu de Trump, de Vance y de Marco Rubio, hasta la víspera amigo de Ucrania y de Zelensky, sentado al lado con cara de palo!
Y líder no de cualquier país: de un país en guerra, un país invadido, que lucha por su libertad, su paz y su territorio. Y no a cualquier presidente: al presidente heroico de un país heroico.
Calificar de héroe a Zelensky no es gratuito. Recuérdese que en 2022 rechazó refugiarse en Occidente cuando, estando en Alemania, se le advirtió que Rusia iba a invadir a Ucrania y que mejor se pusiera a salvo. Rechazó la oferta, dijo que su deber era defender a su patria y regresó a Kyiev a culminar los preparativos de la defensa y a comandar desde entonces la resistencia.
Con aciertos y errores, como pasa siempre, pero con una valentía indomable, Ucrania ha resistido a la invasión rusa, desmintiendo lo que los propios rusos y muchos analistas militares de Occidente juraban que sucedería: que se derrumbaría en cuestión de semanas.
Era lo lógico, si es que se ven las cifras. Rusia es un país de 146 millones de habitantes, casi cuatro veces más que Ucrania, que tiene 38. Posee unas fuerzas armadas con 1,32 millones de soldados y 2 millones de reservistas, frente a unas fuerzas ucranianas de 750 mil soldados y 900 mil reservistas. El presupuesto militar ruso es este año de 126 mil millones de dólares, frente al ucraniano, tres veces menor, de 42 mil millones.
Ucrania no era coteja, pero ha demostrado una increíble capacidad de resistencia y adaptación frente a la invasión rusa, por supuesto que con la ayuda de Europa, en primer lugar, y de EE. UU., en segundo, pero poniendo ella los mártires y la sangre y el sufrimiento y viendo su infraestructura destruida, todo para defenderse ella y para defenderles a ellos, a Europa y a EE. UU. y a todos los que creemos en la libertad y en que no puede permitirse la adquisición de territorios por la fuerza.
Con Zelensky a la cabeza, el país ha resistido tres años. En las primeras semanas, Rusia conquistó 19% de las tierras ucranianas y hoy, tres años después, tiene 19% de las tierras ucranianas, tras perder, en los cálculos más conservadores, un millón de hombres (no solo suyos, sino miles de coreanos del Norte, que fueron enviados como carne de cañón).
Por eso, aun a riesgo de perder su ayuda económica, Zelensky quiso explicar a ese par de matones autosuficientes, prevalidos de la fuerza, que no podía firmar el cese al fuego que le querían imponer, un cese que implicaba, además de aceptar la desmembración de las provincias invadidas, entregar su riqueza mineral a cambio de nada, ni siquiera de garantías de seguridad si el invasor no cumplía sus promesas. Y por eso intentó enumerar las veces que Putin, al que llamó dictador y asesino, ha incumplido su palabra.
Eso sacó de quicio a Trump y a Vance que están entregados a Putin. Trump se escandalizó falsamente del “odio” que demostraba Zelensky. Pero ¿qué esperan de quien dirige un país que ha sido invadido, mutilado y masacrado por la voluntad de un autócrata? ¿Flores para el monstruo?
El mundo sabía de los amores de Trump porque días antes, por primera vez en 80 años, EE. UU. había abandonado la posición común de Occidente y había votado en las Naciones Unidas con Rusia, China y Corea del Norte.
Llaman “Reverse Nixon” a lo que dizque intenta hacer el Gobierno de EE. UU. Es decir que, así como Nixon fue a Pekín, estrechó la mano de Mao Tse Tung y normalizó las relaciones con China para desestabilizar a la Unión Soviética, hoy Trump busca aliarse con Rusia para desestabilizar a China.
Pretensión imposible, porque China y Rusia están demasiado imbricadas en lo económico y político para que Trump logre enfrentarlas entre sí.
¿Qué sacará EE. UU. de todo esto? Por ahora inestabilidad, inflación, pérdida de libertades, renuncia a sus amigos leales y matar a la gallina de los huevos de oro (la ciencia y la investigación).
Mientras tanto, los multimillonarios que le acompañan en el Gobierno planean ganar, cada uno, 3 mil millones de dólares, a lo largo de los cuatro años de Gobierno, o antes, si pueden, compartiendo una buena tajada con el codicioso Trump.
Creo que poco a poco, tras sacudirse del miedo cerval que le tienen a este autoritario de cara naranja, lo mejor del pueblo estadounidense, aquella grande y admirable porción que verdaderamente cree en la democracia y en un orden internacional basado en reglas, reaccionará y pedirá cuentas a estos vulgares maniobreros.