Tablilla de cera
La conspiración que hundió a la cumbre de Cuenca
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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La Cumbre Iberoamericana de Cuenca fue un fracaso. Un estruendoso fracaso. No para la ciudad, por supuesto, sino para el país y para el propio sistema iberoamericano.
Ni un solo presidente latinoamericano se hizo presente y la cita se distinguirá en la historia por el récord de menor asistencia de jefes de Estado: cuatro, en total, sumando al anfitrión el rey de España y los mandatarios de Portugal y Andorra.
Ya se sabía que algunos no vendrían: la presidenta de México y el dictador de Venezuela porque tenemos rotas las relaciones diplomáticas; la del Perú, aunque sea la mandataria de un país vecino y con relaciones amistosas, porque estaba de anfitriona de la cumbre Asia-Pacífico, con la asistencia de Joe Biden y de Xi Jinping, cita a la que también, por la importancia para su país, era obligatorio que asistiera el presidente de Chile.
La presencia de Javier Milei de Argentina se daba por segura, hasta que, por coincidencia, le invitó a Florida su amigo privilegiado, Donald Trump, ganador de la reelección presidencial de EE. UU., y allá acudió, presuroso. Luego, desde Mar-a-Lago fue directo, como cuasi enviado suyo, a la cumbre del G-20 en Brasil.
Pero ¿y los centroamericanos? ¿Colombia? ¿Brasil? ¿Los caribeños? Brillaron por su ausencia.
Hasta los presidentes que podrían considerarse cercanos a línea ideológica de Daniel Noboa, como los de Paraguay, Uruguay, Panamá, República Dominicana, y cuya asistencia se daba por descontada hasta días antes de la cumbre, se excusaron.
Santiago Peña, del Paraguay, lo hizo a último momento, el día anterior a la cita, y añadió el insulto a la excusa cuando dijo que no venía por “el escenario político y social inestable” que existía en el Ecuador.
¿Inestabilidad? ¿De dónde lo sacó Peña? Inestabilidad del suministro eléctrico y aviso de marchas de protesta, derecho democrático que no significa inestabilidad alguna. El martes había anunciado que sí viajaría y el miércoles se contradijo, mostrando que el inestable es él.
Muchas cuentas en redes sociales y notas de prensa, como alguna del diario El País, han dicho que el fracaso se debe a la decisión del Gobierno de Noboa de cesar a la vicepresidenta Verónica Abad y, aunque hubo un contundente mensaje del grupo IDEA, de expresidentes de centroderecha, condenando la medida (mensaje que, ojo, no lo firmó el colombiano Iván Duque), no estoy muy convencido de que esta sea la razón de la inasistencia.
Sí, claro, el cese de Abad es inconstitucional por donde se lo mire. Una funcionaria de tercer nivel del ministerio de Trabajo no puede cesar de su cargo a una mandataria elegida en un proceso electoral legítimo. Podría, en último caso, suspenderla como embajadora (pero para eso no necesitaban tanta pantomima, pues es un cargo de libre remoción); de ninguna manera de su cargo de vicepresidenta.
No es del todo sorprendente pues algo así estaba cocinándose desde la ruptura total entre el presidente y la cuencana el año pasado, durante la segunda vuelta electoral. Se sabe que no la conocía de nada y que le fue impuesta por el movimiento que auspició su candidatura, el PID (siglas de Pueblo Igualdad y Democracia, el movimiento del primo de Lenin Moreno), como condición para prestarle sus siglas para que pudiera inscribirse. Y se sabe, aunque a los colegas reporteros les falta investigar bien el tema, que a Abad le rodea un grupo de una iglesia cristiana que no es muy cristiano en sus procedimientos. Pero las razones específicas de la ruptura siguen siendo un misterio.
Todos se rascan la cabeza ante lo acontecido. Lo único que podemos suponer es que las razones de un quiebre tan repentino y radical debieron ser muy serias e irreparables, para que se le haya dado a Abad el trato que ha recibido, alejándola a Israel, luego dándole un plazo perentorio para trasladarse a Turquía, instaurándole un sumario administrativo por haberse demorado en ese cambio de residencia y, ahora, suspendiéndola durante 150 días y sin sueldo.
Pero no debe olvidarse un factor en el análisis: que EE. UU. le retiró la visa a Abad y que ese es el mecanismo de aquel país para señalar a los corruptos o a los ligados con grupos mafiosos. La propia Abad aceptó que se le había retirado la visa, cosa que creo que ni Anderson Boscán lo ha hecho.
Ahora, el procedimiento seguido y que el presidente de la República se atribuya la designación del reemplazo de la vicepresidenta ignorando el procedimiento constitucional son sin duda razones de alarma.
Pero ¿son esas las causas del fracaso estrepitoso de la cumbre de Cuenca? En el ámbito internacional las cosas no se dan así y solo puede haberse producido por el cabildeo entre gobiernos y, en este caso, la confluencia de varios cabildeos: uno que convenció a los presidentes de izquierda; otro que convenció a los presidentes de derecha y otro en que primó la influencia de una potencia regional.
Este último es el que ejerció México, cuyo régimen la tiene jurada contra el Ecuador. Ya México intentó y fracasó en obtener medidas cautelares contra el país en la Corte Internacional de Justicia y su expulsión del Sistema de las Naciones Unidas, pero sigue con la sangre en el ojo y ha jurado oponerse a todo lo que emprenda el Ecuador en el campo internacional, siendo esta cumbre una ocasión perfecta para demostrarlo. Como potencia regional, influyó decisivamente en los pequeños países del Caribe y de Centroamérica para que no acudieran a Cuenca.
Rafael Correa, por supuesto, hizo campaña contra la cumbre. El Grupo de Puebla desistió de emitir el comunicado cuyo borrador fue propuesto por este enemigo contumaz de su propia patria, porque, según informó diario El País, no se pusieron de acuerdo en ese texto y a Correa le convencieron de que la cumbre iba a fracasar de todos modos sin necesidad de tal comunicado.
Pero los presidentes de derecha tampoco acudieron a la cita, aunque en principio sí estaban dispuestos a venir, no tanto por simpatía desbordante hacia Noboa sino porque también para ellos, representantes de países chicos, las cumbres son clave para promover sus respectivas agendas.
Carezco de datos certeros para precisar quién encabezó este cabildeo, pero la verdad que, dado el cuadro que se tenía por delante, tampoco era tan difícil convencerlos: si no iban a estar México, Brasil, Colombia, Argentina, Chile, Perú, tampoco resultaba tan atractiva la cita.
Si a eso se suma el desprestigio internacional de Noboa, logrado a punta de declaraciones groseras (recuerden el perfil que le hizo Jon Lee Anderson en “The New Yorker”, donde se despachó a gusto contra varios mandatarios de la región) y la papaya que dio con la decisión de cesar a la vicepresidenta, el cabildeo de quien haya sido, nacional o extranjero, tuvo éxito.
La otra parte de la cuestión es que la Cancillería no pudo contrarrestarlo. Los diplomáticos de carrera, a pesar de su capacidad y experiencia, se sienten atados de manos e intimidados por una conducción errática y personalista, que debe ser rectificada de inmediato.
Esa política personalista se aplica a ascensos diplomáticos e, incluso, a nombramientos o cancelaciones de embajadores (como acaba de suceder con Ivonne Baki, a la que se le cesó como embajadora en Francia el mismo día en que su íntimo amigo, Donald Trump, ganaba la presidencia de EE. UU., algo del todo incomprensible). En este tema va a haber novedades.
Ahora tenemos que preocuparnos del comportamiento presidencial, como por qué el presidente se escapa una hora de la sesión que presidía en la cumbre, fracasada y todo, pero que ya estaba en marcha, o por qué llega tarde a la foto del raquítico grupo de mandatarios o se escabulle de ella sin dar la cara a los ciudadanos.
El Ecuador ha tenido mejor suerte y se merece tenerla. Es solo cuestión de regresar a ver el prestigio alcanzado en el período anterior, cuando se obtuvieron el puesto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, por el que se había esperado 30 años; la propia sede de la Cumbre Iberoamericana, ahora tan desinflada, y, según relaté hace poco, la presidencia del Grupo de Negociación del Tratado Mundial de Plásticos.
Otros logros fueron las visitas de alto nivel al país durante ese período, el ingreso a la Alianza para el Desarrollo de la Democracia (ADD) o el canje de deuda por naturaleza.
Las sirenas de alarma que suenan tras el fracaso de la cumbre de Cuenca son el mayor aviso al régimen de Noboa de que no puede seguir ese camino. Quedarse aislado en el contexto internacional en medio de la actual crisis que nos agobia es poco menos que suicida.