Tablilla de cera
¡Impidan que Maduro prosiga con el prometido baño de sangre!
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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A la comunidad internacional ya le pasó la hora de pedir que se publiquen las actas de las elecciones. Hoy es urgente obligar a la tiranía de Maduro que detenga la persecución y la masacre.
Como dijo ayer María Corina Machado en un mensaje de X, “Venezuela y el mundo entero saben que la violencia es el último recurso del régimen de Maduro. Ahora, tras la contundente e inapelable victoria electoral que logramos los venezolanos el 28 de julio, la respuesta del régimen es el asesinato, el secuestro y la persecución”.
Alertó ella sobre “la escalada cruel y represiva del régimen, que hasta hoy cuenta con más de 177 detenciones arbitrarias, 11 desapariciones forzadas y, al menos, 16 asesinatos en las últimas 48 horas”.
Esta es la respuesta criminal de Maduro a la aplastante derrota en las elecciones. Es el baño de sangre del que habló antes de las votaciones y que la comunidad internacional debe empeñarse en detener.
Machado está lista para ir hasta el final y hoy, como ella misma lo dice, tiene un motivo adicional: el sacrificio que está haciendo su pueblo.
Mientras tanto, en lo que parecería otra escena de una ópera bufa, Maduro pide un amparo al Tribunal Supremo de Justicia, al cual, al igual que al Consejo Nacional Electoral, la Fiscalía, el Congreso y todas las instancias del poder, controla por completo.
¿Quién cree sus pantomimas? Putin, Xi Jinping, los ayatolás y algún aspirante a dictador latinoamericano. Los demás sabemos que allí no existe un estado de derecho, por lo tanto, todo lo que haga no son sino actos para disimular su derrota apabullante.
Cualquier acta o cómputo electoral que Maduro exhiba, si los exhibe, solo puede ser fraguado.
Porque la genialidad de la oposición venezolana, comandada por Machado, es que esta vez, tras tantos fraudes anteriores, se preparó muy bien y envió testigos, lo que nosotros decimos delegados de los partidos, a todas las mesas electorales del país, con la consigna de conseguir una copia del acta o al menos fotografiarla.
Y su trabajo —por el que la propia María Corina confesó que no había dormido la noche de las elecciones—, implica que tienen la prueba plena del fraude de Maduro. Que las suyas no son solo palabras, sino la comprobación más contundente de que el papelito que leyó el presidente del CNE, Elvis Amoroso, a la medianoche del domingo, tenía unas cifras inventadas que no provenían del sistema de totalización electoral.
Y esas actas, las actas del propio sistema electoral, están cargadas en un portal, con el trabajo de miles de personas, lo que permite ahora buscarlas por jurisdicción y puesto de votación por parte de cualquier ciudadano que quiera verificarlo.
Esa es la prueba que tienen en sus manos todos los observadores internacionales.
Y así 81,4% de las actas reales dan a Edmundo González 7’134.496 votos y a Nicolás Maduro 3’234.228 votos, es decir 67% para la oposición y 30% para Maduro.
Prueba plena que se conjuga con la declaración del Centro Carter y del departamento de Observación Electoral de la OEA que confirman que al conteo de votos le faltó lo esencial: transparencia y verificabilidad.
Ya ni el presidente de Colombia, Gustavo Petro —tan cercano al Gobierno de Venezuela que ha estado siete veces en Caracas en sus dos años de Gobierno—, cree en las cifras de Maduro.
En efecto, tras 60 horas de silencio, Petro se pronunció ayer miércoles en X con un larguísimo comunicado en el que, en concreto, con una redacción mejorable, invitó al Gobierno venezolano “a permitir que las elecciones terminen en paz permitiendo un escrutinio transparente con conteo de votos, actas y con veeduría de todas las fuerzas políticas de su país y veeduría internacional profesional”.
A la vez, pidió “detener las violencias que lleven a la muerte hasta que termine el escrutinio y terminen oficialmente las elecciones”.
Curioso ese plural, cuando la violencia viene del régimen y sus fuerzas represivas, incluyendo los “colectivos”, esos paramilitares en moto y encapuchados que tienen permiso para matar.
Añade su pedido de que se llegue “a un acuerdo entre gobierno y oposición que permita el respeto máximo a la fuerza que haya perdido las elecciones”, cuando es obvio que ese es el compromiso de todo demócrata y que el dictador Maduro sigue encarcelando opositores y reprimiendo con violencia a quienes protestan por la nueva usurpación.
Pide Petro al Gobierno de EE. UU., “suspender los bloqueos y las decisiones en contra de ciudadanos venezolanos” y adjudica a los bloqueos “el éxodo masivo de los pueblos”, tesis bastante discutible, a decir verdad.
Tras reconocer que Colombia lleva 75 años de violencia “construida por el sectarismo político… con más de 700.000 muertos”, teme, con razón, que “cualquier cosa que suceda en Venezuela afectará a Colombia y viceversa” y se ofrece para ayudar a la paz en el país vecino.
Invoca la gran responsabilidad que tiene Maduro de “permitir que el pueblo venezolano regrese a la tranquilidad mientras terminan las elecciones en calma y se acepta el resultado transparente cualquiera que haya sido”.
E insiste en una verdad obvia: “el escrutinio es el final de todo proceso electoral, debe ser transparente y asegurar la paz y la democracia”.
¿Servirá de algo el pedido de su aliado más cercano en Sudamérica? Difícilmente. Maduro está en una espiral sin salida, en la que no hace caso a nadie. No le importó, por ejemplo, romper de un plumazo relaciones diplomáticas con siete países (Argentina, Chile, Costa Rica, Panamá, Perú, República Dominicana y Uruguay) y no lo hizo con Ecuador y Paraguay, ¡porque ya las tenía rotas!
Antes de Petro se lo pidieron los presidentes Boric de Chile y Lula del Brasil. Este último, además, lo hizo en un inusual comunicado conjunto con el presidente de EE. UU., Joe Biden, luego de una charla telefónica de media hora con él.
Y la Unión Europea, que ha andado siempre con miramientos con Maduro, comunicó, por fin, este miércoles que no reconocerá los resultados electorales si no hay verificación internacional independiente.
Pero ¿de qué sirven tantos llamados? A la dictadura no le convencen conceptos como democracia, imperio de la ley, respeto a los derechos humanos. Su marco mental es otro, su única premisa es mantenerse a toda costa en el poder.
Para eso emplea en su manejo gubernamental una sistemática falta de transparencia.
Como decía un amigo venezolano en Quito “Si hay un detalle en lo que el chavismo siempre ha sido cuidadoso es en transmitir solo la información que ellos quieren. Por eso, por ejemplo, no existen estadísticas oficiales nacionales”.
Y seguía: “Cifras tan básicas en cualquier país como desempleo, índice de precios, inflación, número de camas en los hospitales, pacientes atendidos, etc., no existen en Venezuela. Menos aún una transmisión medianamente transparente de totalización de resultados electorales”.
Para Ecuador hay una lección adicional: Correa y los suyos (sea en las redes sociales, sea con la delegación de la llamada Revolución Ciudadana que fue a echar agua bendita al fraude) defienden la dictadura de Maduro. Son todo menos demócratas. Y ya sabemos cuál es su intención: rehabilitar a sus delincuentes convictos y recuperar el poder para no soltarlo jamás. Sintonizar con un dictador es aspirar a convertirse en uno.
Mientras tanto, la comunidad internacional debería respaldar la lucha democrática de González y Machado. Como ella dijo, “esta lucha es para tener una Venezuela de la que nos sintamos orgullosos y podamos traer a nuestros hijos a casa”.