Tablilla de cera
El lugar donde reside nuestra memoria
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
Actualizada:
El novelista Javier Vásconez, Premio Espejo 2022, me decía el otro día que los ecuatorianos nos gloriamos de nuestros paisajes, pero no de nuestros escritores. “No pasan diez minutos de una conversación cuando ya estamos hablando del Cotopaxi, el Chimborazo y las Galápagos. Pero nunca de un Jorge Carrera Andrade, un José de la Cuadra, un Pablo Palacio”.
Tres días después, Segundo Moreno, de coincidencia Premio Espejo 2022, expresó una opinión muy parecida: “El Ecuador no acaba de ser nación porque privilegiamos la geografía. Inclusive en nuestro escudo nacional están el Chimborazo y el río Guayas. Pero las naciones no son solo geografía, son, además, historia”.
Las dos opiniones —la primera, una conversación personal por teléfono; la segunda, una intervención ante decenas de personas—, apuntan con clarividencia un problema crucial del Ecuador: el poco aprecio por las letras, la historia, los archivos, los museos, la cultura en general, la cual es verdaderamente el alma de la patria.
Por eso es tanto más meritoria una institución de la que los ecuatorianos, si es que tuviéramos nuestras prioridades en orden, deberíamos estar muy, muy orgullosos. Una entidad que guarda 600.000 libros, miles de mapas, miles de ejemplares botánicos, miles de cuadros y esculturas, miles de objetos históricos y millones de páginas de documentos: el Centro Cultural Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit.
Este centro está alojado en Cotocollao en un imponente local: un edificio rectangular todo recubierto de piedra, que para mí tiene hermosos recuerdos, porque fue sede del colegio Loyola, donde estuve interno los primeros años de secundaria.
Tiene 80 m por 50 m en tres plantas, y es “más grande que el Palacio de Gobierno”, como precisa el P. Iván Lucero S.J., quien ha sido su director los últimos siete años y que justamente el día de hoy termina sus labores, por decisión de sus superiores jesuitas.
Una decisión que, francamente, no entiendo muy bien, como muchas las de aquella orden religiosa, que en el Ecuador tiene una larga y admirable historia, pero que a veces sorprende con estas decisiones, como la persecución al padre Alan Mendoza, después de haber sido provincial de la orden, o la disposición terminante que le dieron hace cien años al P. Aurelio Espinosa Pólit para que volviese de inmediato al Ecuador sin terminar sus estudios de doctorado en Cambridge.
La labor desplegada por Iván Lucero es, desde todo punto de vista, encomiable. Es él quien organizó el componente museístico, cambiando cielos rasos, lacando los pisos, instalando paneles, iluminación, puertas, sensores de movimiento, detectores de humo, velando la luz solar de las ventanas.
Luego lo abrió al público de manera regular, y desarrolló un programa de exposiciones, algunas de ellas espectaculares, como la de los 400 años del nacimiento de Mariana de Jesús (2018), la del arte alrededor del Niño Jesús (2019), la del Mariscal Sucre, en conmemoración al bicentenario de la Batalla del Pichincha (2022) o la que hoy está abierta al público, sobre Juan León Mera.
Estableció un taller de restauración de obras de arte y en ellas se han restaurado más de dos docenas de valiosos cuadros de gran formato; además de que adecuó el sitio para las dos reservas del museo, a fin de guardar en condiciones óptimas las colecciones que no están expuestas.
Durante la gestión de este director, el museo ha recibido sobre 12.600 visitantes y la biblioteca 5.500 consultas presenciales, la que, aparte, ha tenido más de 162.000 consultas en línea. Por cierto, también se puede hacer un recorrido virtual del museo en la página web.
Pero, además, una entidad que a veces era demasiado conventual, se abrió a la comunidad: participó en las últimas seis ediciones de la Feria Internacional del Libro de Quito, ha promovido seminarios, conversatorios y talleres, y mantiene convenios con muchas instituciones.
En el período de Iván Lucero se han digitalizado casi 2 millones de páginas de material hemerográfico y un poco más de 1 millón de páginas de bibliografías de escritores destacados. A pedido de investigadores, también se han digitalizado otras 2 mil y pico de páginas y, para entregarlos a la Biblioteca Nacional, se han digitalizado más de 2 mil libros que aquella no tenía.
La biblioteca se ha enriquecido con 5.200 libros donados por instituciones (sobre todo, universidades y el sector público) pero aún más impresionante es que, en este lapso, ha incrementado sus fondos bibliográficos con 16 valiosas colecciones privadas, que suman en total 67.817 libros.
Entre esos están los fondos
- Acosta Velasco, de 9.500 ejemplares, compuesto por cinco bibliotecas (la de Alejandrino Velasco, la primera biblioteca del Dr. José María Velasco Ibarra, la del Dr. Alberto Acosta Soberón, la del Dr. Alberto Acosta Velasco y parte de la del Econ. Alberto Acosta Espinosa), encomiable donación de este último, a quien siempre le hemos conocido como “papiroléptico”.
- Pablo Muñoz Vega, 8.432 ejemplares, que es la biblioteca de este cardenal jesuita, entregado en comodato por la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.
- Justino Cornejo, 7.419 ejemplares, biblioteca de este eximio lingüista, literato y folclorista.
- César Dávila Torres, 6.982 ejemplares, biblioteca de este poeta y abogado ibarreño.
- Ricardo Muñoz Chávez, 12.000 ejemplares, biblioteca de este abogado, intelectual, historiador, que fue gran alcalde de Cuenca y mejor persona.
- Mathías Abram, de 3.794 ejemplares, biblioteca de este inolvidable educador e investigador italiano, que tanto hizo por la educación bilingüe del Ecuador, donación de su hijo.
También están las de Edmundo Alvear Maldonado (4.813 ejemplares), Alba Luz Mora (3.082), Claudio Cañizares (254), y otras.
Muy interesante donación obtenida por Iván Lucero es la fonoteca del P. Cirilo Tescaroli, misionero comboniano italiano cuya larga labor en Radio Católica del Ecuador y en otros medios de comunicación (fue columnista del diario Hoy) la pudimos admirar quienes tenemos más edad. Esa fonoteca es un tesoro pues tiene más de 7 mil discos de vinilo, más de 6.300 discos compactos, más de 7.300 casetes y casi 5.500 cintas magnetofónicas de reportajes.
También se ha incorporado, por otra donación confiada a la BEAEP lo que podría llamarse el “fondo empresarial” de Jacinto Jijón y Caamaño, con más de 760 volúmenes empastados de registros contables; 56 archivadores de gestión administrativa; siete cajas de correspondencia familiar y administrativa, que permitirán, a quien tenga el coraje de emprenderlo, reconstruir la vida económica de las haciendas y fábricas de Jijón.
Para poder hacer todo esto, Iván Lucero ha sido un magnífico gestor que ha conseguido fondos de la Fundación Mariana de Jesús y del Estado ecuatoriano, aunque este recortó radical e inexplicablemente la ayuda que prestaba al centro cultural-biblioteca a partir de la pandemia.
Eso ha significado recortes de personal y de proyectos, y se puede decir que actualmente esta maravillosa entidad sobrevive de milagro.
No solo que los ecuatorianos no nos enorgullecemos de nuestros literatos y de nuestra historia y nuestro arte sino que el Estado tampoco da prioridad a las entidades académicas que cuidan de la cultura nacional, no les da el lugar que se merecen, les recorta los fondos y les mezquina los que finalmente acuerda darles.
Por supuesto que se comprende la crisis fiscal. El propio ministro de Finanzas, Juan Carlos Vega, que tan bien la está sorteando, confesó a un grupo de periodistas que, hasta diciembre último, se había igualado con 2.000 de las 4.000 entidades a las que el Gobierno debía pagar. Y que seguirá igualándose con las otras 2.000, “pero no en diciembre que siempre es un mes complicado para el Fisco porque debo pagar el décimotercero de la burocracia”.
El problema es que las entidades culturales, que están entre esas 2.000 restantes, se hallan como pollitos de colibrí desesperados, esperando la llegada de su madre alada.
Y a la BEAEP, además, ni siquiera le alcanza con lo que ahora le dan, por lo que tiene una deuda cada vez mayor, una deuda que Iván Lucero cree que es impagable. Un centro tan extraordinario debería cuidarse como oro en paño, porque ¿cuál va a ser el destino de colecciones tan valiosas y raras, preservadas por amor al Ecuador?
Este martes por la noche, sin embargo, la Presidencia de la República difundió un mensaje que me ha devuelto el optimismo: la noticia de que el Gobierno construirá un nuevo edificio para el Museo Nacional, comenzando por el traspaso de Inmobiliar al Ministerio de Cultura y Patrimonio de un terreno de 13 mil metros en las avenidas Eloy Alfaro y República.
El edificio, dice el comunicado, será diseñado con los más altos estándares internacionales de conservación, gestión y exhibición para poder alojar la Colección Nacional, compuesta por más de dos millones de bienes culturales y patrimoniales.
Esta es, sin duda, la mejor noticia cultural en años y, si se cumple, no vacilo ni un momento en decirlo, Noboa pasará a la historia. Es, por supuesto, un logro de la ministra de Cultura Romina Muñoz, que fue directora del Museo Nacional y que ha trabajado arduamente en esto, y en armar una red de apoyos que incluyen el Museo Reina Sofía, el Museo del Prado y el Museo Nacional de Qatar.
El sitio es excelente. Por años fue parqueo de vehículos, hoy están allí restaurantes y patios de comidas. Situado frente al parque La Carolina, y servido por la parada del metro del mismo nombre, se convertirá en un nuevo polo de atracción turística, pero además pondrá en valor la colección que Hernán Crespo Toral fue construyendo por décadas para el Museo del Banco Central.
Solo queda desear que el ministerio de Finanzas se ponga al día con las instituciones culturales, a las que tiene secas como maleza en verano. Y que la BEAEP, el lugar donde reside nuestra memoria, bajo la nueva dirección, siga con el dinamismo que el padre Iván Lucero, un benemérito de la cultura ecuatoriana, supo imprimirle.