Dato y Relato
Temor en América Latina por la política económica de Trump
Ph.D. en Economía Universidad de Boston, secretario general del FLAR y docente de la UDLA. Ex gerente general del Banco Central y exministro de finanzas de Ecuador, y alto funcionario de CAF y BID.
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Aunque los resultados en los Estados Unidos eran previsibles en los días previos a la elección presidencial, muchos analistas políticos confiaban (¿rezaban?) en alguna sorpresa en los estados “péndulo” que pudiera dar el triunfo a la vicepresidenta Kamala Harris.
No solo que no se dio ninguna sorpresa, sino que el triunfo de Trump fue holgado: acaparó los colegios electorales en los estados en disputa, ganó la mayoría del voto popular, y obtuvo el control del Senado y la Cámara de Representantes.
Aunque el país ha quedado más polarizado que nunca, el mandato es contundente y, a diferencia de su primera administración, tiene el dominio del poder legislativo, más experiencia pública y el concurso de colaboradores leales e incondicionales.
Todo esto le da mayor poder para llevar adelante su agenda. Y ello es, precisamente, lo que preocupa a buena parte del mundo.
En el caso de América Latina, algunas de las propuestas económicas de Trump pueden tener un impacto significativo sobre la región. Así, algunos países están mirando con temor, y otros con terror, el posible manejo económico de la nueva administración.
Tal vez es prematuro evaluar dichos impactos. Solo existen propuestas de campaña, algunas de ellas radicales e incluso descabelladas. Del dicho al hecho puede haber mucho trecho, y una vez en la silla presidencial, hay quienes confían en que las modere.
Y, aún si quisiera llevarlas adelante, enfrentaría obstáculos legales, institucionales y sociales, además de enormes desafíos de implementación y de gestión. Ojalá.
De cualquier manera, la dirección de las propuestas económicas no deja tranquilos a los países de América Latina, que deberán mostrar su resiliencia para enfrentar escenarios muy difíciles, y también prepararse para aprovechar alguna que otra oportunidad que se les pueda abrir.
Existen al menos tres áreas económicas que preocupan a la región:
Inmigración
La administración Trump planea realizar la mayor deportación de inmigrantes indocumentados en la historia. Su meta inicial es un millón de personas al año. Fue la promesa más visible en su campaña electoral. Incluso anunció que utilizará a las Fuerzas Armadas para ejecutar dicha política.
Sin embargo, como lo advierte el analista Eduardo Gamarra, enfrentará problemas legales, logísticos y presión de grupos organizados para llevar una política de esta naturaleza. En su primera administración, no sobrepasó los 360.000 deportados.
Si logra implementar al menos una parte de su plan, además del drama humano de separar familias y negar posibilidades a ciudadanos latinoamericanos amenazados por el autoritarismo, la inseguridad y la crisis económica, tendrá un costo económico para los EE. UU.
Según Bloomberg, el costo directo podría ascender a USD 300.000 millones. Además, podría generar presiones en el mercado laboral y caída en la demanda agregada de la economía norteamericana.
Para los países de origen de la población migrante, el crecimiento en el flujo de remesas podría verse afectado. En 2023, ingresaron a América Latina USD 155 mil millones por esta vía, de las cuales el 60% provinieron del Estados Unidos. Una deportación masiva reduciría esos flujos e impactaría de manera negativa a la región, especialmente a los países de Centroamérica, que dependen de estos recursos.
En el caso de Ecuador, se estima que asciendan a alrededor de USD 6 mil millones. Para tener una idea de su magnitud, superan a las exportaciones de banano. Estos ingresos van directamente al bolsillo de familias ecuatorianas muy necesitadas, que serían afectadas con cualquier restricción a estos flujos.
Para colmo, se teme que EE. UU. imponga un impuesto al envío de remesas, algo parecido al impuesto a la salida de divisas (ISD) que existe en Ecuador. Ello encarecería las transferencias y golpearía a los receptores.
Por otra parte, los países latinoamericanos tendrían el reto de absorber a la población que retorna (y a la que no se puede ir), lo que resulta muy difícil en una región que tiene un crecimiento que solo 2% anual.
Hay una arista que podría ser esperanzadora: con el marco adecuado de políticas laborales y de seguridad, dicha población podría encontrar oportunidades de empleo digno y seguro, y contribuir a resolver problemas laborales estructurales, como el envejecimiento poblacional.
Sin embargo, en ausencia de dicho marco, lastimosamente podría engrosar la informalidad y las actividades ilegales.
Política comercial
Fue otro de los bastiones de la campaña de Trump. Anunció un arancel del 20% a todas las importaciones, y hasta 60% a las importaciones desde China. En algún momento, amenazó a México con aranceles del 100%, si no controla a los inmigrantes indocumentados y el narcotráfico.
Algunos analistas consideran que estas amenazas serían una herramienta de negociación para conseguir otros objetivos económicos, políticos y hasta militares. No obstante, muchos temen que podría llevar a la realidad sus propuestas comerciales y desatar una nueva guerra arancelaria, que empeoraría la fragmentación geopolítica.
Como si hubiera anticipado estas tensiones, el FMI estimó hace apenas seis meses el efecto de una potencial guerra comercial y calculó que podría costarle entre 0,2% del PIB mundial, si el conflicto es leve, y hasta 7%, si el conflicto es grave. El peor escenario tendría consecuencias devastadoras para el mundo.
Hasta el momento, el impacto de las restricciones comerciales ha podido ser amortiguado por países “conectores”, como México, que han captado inversiones de China para construir fábricas y exportar al mercado norteamericano. Trump ha anunciado terminar con esta práctica, lo cual afectaría a China, y más aún, a México.
Se anticipa que los países afectados impongan retaliaciones y se empiece una nueva espiral de barreras que afecte el volumen comercial, la actividad económica global y el nivel de precios. Solo unos pocos sectores protegidos en los Estados Unidos saldrían favorecidos, pero a un alto costo para los consumidores.
Un efecto inmediato de la anunciada política comercial ha sido el fortalecimiento del dólar. La intuición es clara: los países afectados necesitarían una depreciación de sus monedas para poder absorber los costos de mayores aranceles y poder competir en el mercado de EE. UU.
Eso lo reconoció el mercado: desde la elección a la fecha, el euro se ha depreciado en 2,7% y el yuan en 2,8%. Las monedas latinoamericanas también se han debilitado frente al dólar, como un mecanismo para enfrentar lo que se viene. Dependiendo de la magnitud del aumento arancelario, podría darse una depreciación incluso mayor en la mayoría de socios comerciales, en especial China.
Para países con tipos de cambio de fijo o los dolarizados, como el Ecuador, el fortalecimiento del dólar no es buena noticia: afectará la competitividad de las exportaciones a mercados cuyas monedas están depreciándose.
El escenario comercial global no sería favorable, pero América Latina tendría una pequeña ventana de oportunidades: China le vende a EE. UU. bienes electrónicos, maquinaria, confecciones y minerales.
De imponerse barreras, se podría abrir un espacio a la región para convertirse en proveedor al mercado norteamericano de algunos de dichos productos.
Los países más cercanos física y políticamente al nuevo gobierno podrían aprovechar el llamado nearshoring y friendshoring para atraer inversión extranjera directa, con ánimo de exportar a Estados Unidos.
China intentará diversificar sus mercados y establecer alianzas con otros países, como las que ha anunciado recientemente con Brasil, Perú y otros. La región podría aprovechar oportunidades para vender al gigante asiático algunos productos que actualmente los provee EE. UU.
Por último, otra oportunidad para América Latina está en el sector de servicios, que es menos vulnerable a la imposición de tarifas arancelarias. Un dólar fuerte podría incentivar el turismo y centros para procesamiento de datos y atención a clientes.
Política impositiva y financiera
Trump ha propuesto extender la reducción impositiva de 2017 e incluso bajar la tasa del impuesto a la renta del actual 21% (que debía volver a subir a 28%), a un nivel de 15%, y eliminar otros impuestos. Además, anunció una política de desregulación a las empresas.
Su triunfo desató el entusiasmo del mercado de valores. En la primera semana después de la elección, el índice accionario S&P subió en 3,8%.
Entre otros, se dispararon los precios de Tesla, cuyo principal accionista, Elon Musk, fue uno de los principales auspiciadores de Trump, y Bitcoin, del sector de criptoactivos, que también lo apoyó.
En el corto plazo, se espera que la baja de impuestos aumente la inversión privada y el crecimiento económico. La expansión de la demanda interna puede generar empleo y oportunidades para vender a EE. UU., que podrían compensar los aranceles más altos.
No sería sorprendente que el país experimente un pequeño boom económico, que refuerce la posición de Trump y que incluso beneficie a los países latinoamericanos, en particular aquellos afines al nuevo régimen, como Argentina y El Salvador.
Sin embargo, en el mediano plazo, se anticipa un aumento del déficit fiscal que obligue a mayores niveles de endeudamiento, lo que presionaría al alza las tasas de interés.
Además, la expansión fiscal y aumento de la demanda interna podría incrementar la inflación, lo que obligaría a la autoridad monetaria a mantener las tasas de interés en niveles elevados por más tiempo al esperado.
Tasas altas tampoco son buenas noticias para América Latina, pues encarecen el costo y acceso a financiamiento de los países y las empresas. Los países con altos niveles de déficit y deuda público, como Ecuador, estarían entre los más vulnerables en este escenario.
Además, se anticiparían disputas entre el gobierno y la Reserva Federal (FED). El presidente electo ha sido crítico de las políticas monetarias restrictivas para estabilizar la inflación, por lo que podría presionar a la FED a tener más laxitud y mermar su independencia.
Dicha intervención, además de no ser sostenible en el tiempo, le restaría credibilidad institucional a la autoridad monetaria de EE. UU. con posibles impactos globales. Confiamos en que estos temores no se lleguen a materializar.
La incertidumbre sobre la política económica de la nueva administración es alta, e incluso podría verse amplificada por el escalamiento de las guerras y los conflictos geopolíticos.
De igual modo, esperamos que estos riesgos catastróficos no se produzcan y que más bien Trump dé una sorpresa positiva al mundo, si, de alguna manera, consigue un alto al fuego entre Rusia y Ucrania, y en Medio Oriente.