Dato y Relato
In God we trust: a 25 años de la dolarización
Ph.D. en Economía Universidad de Boston, secretario general del FLAR y docente de la UDLA. Ex gerente general del Banco Central y exministro de finanzas de Ecuador, y alto funcionario de CAF y BID.
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El sistema de dolarización en el Ecuador cumple 25 años de vigencia. Para la mayoría de ecuatorianos, este aniversario pasará inadvertido.
Alrededor de 7,5 millones de personas son menores de 25, es decir que ya nacieron “dolarizados”. Otros 3 millones eran muy pequeños cuando se cambió el sistema.
En otras palabras, más de 10 millones de habitantes, de una población total de 18 millones, jamás utilizaron el sucre para comprar, vender o ahorrar. Para ellos, utilizar el dólar es una situación absolutamente normal y apreciada.
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Ecuatorianos adoran su dólar
Tras 25 años, la dolarización es la institución más popular entre los ecuatorianos. En 2023, el 92% de la población respaldaba dicho sistema, un porcentaje que supera de manera amplia la confianza en otras instituciones, como la Iglesia (55,6%), las Fuerzas Armadas (52,5%) y, no se diga, el gobierno de turno (13,5%).
Además, el respaldo a la dolarización ha venido subiendo de forma sostenida desde su inicio en 2000, cuando solo el 32% la apoyaba. Hubo momentos en los que la sociedad atravesó una crisis de confianza, que arrastró la credibilidad de todas las instituciones.
En los últimos 10 años, por ejemplo, el apoyo a la Iglesia, las Fuerzas Armadas y el Gobierno se desplomó, tal como se aprecia en el gráfico 1. La caída fue incluso más drástica en otras instituciones como el Congreso, la Justicia y la Policía.
En contraste, la confianza en la dolarización continuó su ascenso. Parecería que, en circunstancias de alta incertidumbre, la población se aferra a una ancla que le dé protección y seguridad. Hasta el momento lo ha hecho.
Sin embargo, el respaldo popular no garantiza que el sistema se mantenga por otros 25 años o más. Se requiere un compromiso de la sociedad para fortalecerla y no poner en riesgo a una de las pocas instituciones que goza de un consenso tan amplio en el país.
Dolarización: la salida a una crisis pavorosa
Desde el punto de vista técnico, un país pequeño, abierto y sujeto a frecuentes choques externos, debería contar con su propia moneda e instrumentos de política monetaria y cambiaria que le permitan amortiguar las situaciones adversas.
No obstante, eso supone que las economías sean manejadas de manera prudente, con bancos centrales independientes y con política fiscales y financieras sostenibles.
Eso no fue lo que ocurrió en la crisis de 1998-2000 en el Ecuador.
El colapso económico que precedió a la dolarización fue pavoroso: se formó una tormenta perfecta en la que se juntaron la crisis financiera internacional, la caída del precio del petróleo (a menos de USD 10 por barril), y el fenómeno de El Niño, que acabó con la infraestructura y las exportaciones tradicionales.
A este tétrico escenario, el país añadió un irresponsable manejo de las finanzas públicas y una débil supervisión financiera, que terminó con un descalabro fiscal y el colapso de buena parte del sistema bancario nacional.
La inflación y la depreciación del sucre se aceleraban día a día y rondaban el 100% anual. Todo apuntaba hacia un proceso de hiperinflación y el derrumbe de la economía nacional, en medio de una crisis política y escándalos de corrupción sin precedentes.
En dichas circunstancias, más que el resultado de un análisis técnico de ventajas y desventajas de un sistema cambiario, la dolarización fue una salida de última instancia, ante la ausencia de consensos para implementar políticas alternativas.
El ajuste fue traumático: los depósitos bancarios, que habían sido congelados en el tristemente célebre “feriado bancario”, se esfumaron cuando los convirtieron a una tasa de 25.000 sucres por USD. Ello provocó una emigración masiva e incluso suicidios.
El impacto distributivo fue regresivo: ganaron los deudores en sucres, que licuaron sus obligaciones, y aquellos sectores cuyos activos e ingresos estaban en dólares; perdieron aquellos cuyos ingresos y ahorros estaban en sucres, como los jubilados y las pequeñas empresas no exportadoras.
A cambio de todo este penoso ajuste, la promesa fue la estabilidad. Y la dolarización la cumplió.
Adiós a la inflación
Luego del sobreajuste cambiario inicial, la inflación se disparó a 107,8% en septiembre de 2000, la cifra más alta en la historia del país. Inmediatamente después, cayó como piedra, tal como se ilustra en el gráfico 2.
Al estar anclada al dólar norteamericano, la inflación en Ecuador convergió rápidamente a la inflación de EE.UU.: descendió de un promedio de 95,5% en 2000 a tan solo 2,8% en 2004.
La política fiscal expansiva implementada a partir de 2006 revirtió en parte dicha tendencia y empujó la inflación al 10%. Se mantuvo por encima de la tasa de EE.UU. hasta 2016, que retomó su senda descendente.
Desde entonces, el diferencial de tasas de inflación entre Ecuador y EE.UU. ha sido nulo o incluso negativo, es decir que la inflación en el país ha sido menor que la inflación norteamericana, tal como se observa en el gráfico 3.
Durante los 25 años de dolarización, la inflación en el Ecuador se ha mantenido por debajo del promedio latinoamericano y ha dejado de ser una preocupación para los ecuatorianos. Dicha estabilidad es uno de los atributos más apreciados de la dolarización.
Impacto sobre el crecimiento
Un sistema cambiario per se no es ni una panacea ni un factor determinante del crecimiento. Sin embargo, para países con alta volatilidad económica, cambiaria y financiera, adoptar una moneda fuerte otorga una base de estabilidad que incentiva la inversión y el crecimiento.
Esa fue la experiencia ecuatoriana. El quinquenio anterior a la dolarización, Ecuador había crecido a un promedio anual de tan solo 1,7%, frente al 3,6% de América Latina. En los 25 años de dolarización, el PIB creció a un promedio anual de 3,5%, mayor al 2,7% regional.
En este período, el ingreso per cápita de los ecuatorianos aumentó de USD 1.405 en 2000 a USD 6.851 en 2024. La pobreza bajó de 64% en 2000 (55% en 2001) a 26% en 2023. Había llegado a un mínimo histórico de 22% en 2017, pero la pandemia revirtió dichos avances.
La recuperación de la actividad económica inmediatamente posterior a la dolarización fue sorprendente. Entre 2000 y 2014, el crecimiento anual del PIB fue del 4,9%, superior al 3,1% latinoamericano. Como se puede observar en el gráfico 4, destaca el quinquenio 2010-2014, con un promedio de 5,9%, casi el doble de la región.
Sin embargo, sería falso atribuir dichos resultados exclusivamente al nuevo sistema cambiario. Otros factores, como los favorables términos de intercambio, explican buena parte de este comportamiento.
Existe una estrecha relación entre el crecimiento económico y el precio del petróleo, como se ilustra en el gráfico 5. El país tuvo la buena fortuna de contar con crecientes ingresos petroleros, que permitieron financiar el consumo privado y la expansión del gasto e inversión pública.
Cuando dichos ingresos menguaron, se acudió a préstamos externos, que dejaron a todos los ecuatorianos más endeudados que nunca. Dicha estrategia aceleró el crecimiento, pero probó ser efímera e insostenible.
La última década no ha sido buena en términos de crecimiento económico. La economía global ha tenido que enfrentar una pandemia y riesgos geopolíticos inéditos en la historia reciente.
Pero si a América Latina le fue mal, al Ecuador le fue peor: entre 2015 y 2024, apenas creció a 1,6%, por debajo del 2,2% regional.
Ello ilustra que la estabilidad es una condición necesaria pero no suficiente para mantener niveles satisfactorios de crecimiento.
Sector externo: el oxígeno de la dolarización
Al no tener un banco central con capacidad de imprimir dinero, el funcionamiento adecuado de un régimen de dolarización depende en buena medida del flujo de divisas a través de exportaciones, remesas, inversión extranjera, préstamos de organismos multilaterales y otros flujos de capital.
Los resultados externos durante estos 25 años han sido excepcionales. Las exportaciones han aumentado de USD 4.907 en 2000 a USD 33.900 en 2024; es decir, se han multiplicado casi siete veces.
Además, a partir de 2014, se han diversificado de manera significativa y han reducido su dependencia del petróleo. En la actualidad, las exportaciones no petroleras representan el 71% del total. A ello se suman las remesas, que en 2024 llegarían a un récord histórico de USD 6.000 millones.
La inversión extranjera directa es el patito feo de este período de dolarización: ha sido volátil, menor al promedio latinoamericano y concentrado en los sectores extractivos. En 2024, ha sido casi imperceptible. De igual manera, el acceso a financiamiento externo privado ha estado restringido debido al alto riesgo país.
En contraste, el apoyo de los organismos multilaterales ha sido significativo, en particular luego de la pandemia. Si bien estos recursos evitaron una crisis mayor, incrementaron la deuda y dependencia. El manejo de dichas obligaciones será un desafío clave en el futuro.
El desempeño externo se reflejó en una importante acumulación de reservas internacionales. Entre 2000 y 2024, aumentaron de menos de USD 1.000 millones a más de USD 8.000 millones, que equivalen a 3,5 meses de importaciones.
Dolarización resiliente, pero…
En los últimas dos décadas y media, la dolarización en el Ecuador ha sobrevivido graves choques externos, incertidumbre política y la terrible pandemia que sumió al país en una de las peores crisis económicas y sociales en casi un siglo.
Incluso, pudo superar cambios institucionales que restaron independencia al Banco Central y que permitieron otorgar créditos al gobierno para financiar el gasto público. Ello debilitó el balance de la autoridad monetaria y puso en jaque la dolarización.
Por fortuna, esa mala práctica se revirtió y fortaleció así la confianza en el sistema.
Ciertamente, la dolarización ha sido resiliente, pero su permanencia no está garantizada. La calma que ha traído la dolarización no debe ser un anestésico que postergue los cambios económicos necesarios. Hay varias amenazas, que deberán ser atendidas de manera impostergable:
Las finanzas públicas están afectadas por déficits recurrentes y que adolecen de debilidades estructurales: son bombas de tiempo que podrían estallar en los próximos años, en particular la crítica situación de la seguridad social y los altos niveles de endeudamiento.
El sistema financiero ha mostrado hasta el momento niveles satisfactorios de liquidez y solvencia. Esto es clave para la sostenibilidad de la dolarización. No obstante, hay algunos indicios de deterioro, que deberán ser atendidos.
Además de la consolidación de las finanzas públicas y el fortalecimiento del sistema financiero, es fundamental reactivar el crecimiento económico, que ha sido exiguo en la última década y que incluso está amenazando no solo la dolarización sino la propia cohesión social.
Sin válvulas de escape como la inflación y la devaluación, el país debe enfocarse en los factores fundamentales que determinan su productividad, como la calidad del capital humano, la inversión en infraestructura, la innovación y la reducción de costos inútiles e ineficientes como la tramitología, barreras logísticas o ciertas empresas públicas.
Bajo un sistema de dolarización, es crucial mantener un flujo continuo de divisas, que alimente la liquidez y permita el funcionamiento óptimo de la economía. Para ello, es clave mejorar la inserción del Ecuador en la economía global, promover nuevas exportaciones, atraer inversión extranjera directa y facilitar el acceso a financiamiento externo.
Si bien esta reflexión es válida bajo cualquier esquema cambiario, es fundamental para una economía que prescinde de una moneda propia.
No hay vuelta atrás
Ningún político ha planteado explícitamente abandonar la dolarización. Sin embargo, si al calor del debate electoral, alguien propone introducir un “ecuadólar” o usar las reservas internacionales para financiar programas del gobierno o proyectos productivos, es importante estar conscientes de que dichas iniciativas debilitarían el sistema.
Aún sin quererlo, semejantes planes podrían erosionar la credibilidad del sistema y desencadenar una crisis de confianza que termine con la dolarización. Y salir de este régimen sería traumático. Reintroducir una moneda nacional de manera forzosa en una economía dolarizada puede causar un colapso económico, como el triste caso de Zimbabue, que ya analicé en Primicias.
Los billetes de dólares de Estados Unidos traen como insignia “In God we trust”. Está bien confiar en Dios, pero, por si acaso, sería mejor hacer las reformas necesarias para que la dolarización se mantenga por los próximos 25 años o más.