Dato y Relato
La crisis que no fue
Ph.D. en Economía Universidad de Boston, secretario general del FLAR y docente de la UDLA. Ex gerente general del Banco Central y exministro de finanzas de Ecuador, y alto funcionario de CAF y BID.
Actualizada:
La situación económica global en 2024 no está del todo bien, pero pudo ser mucho peor. Se temía un descalabro, luego de la pandemia, la dislocación de las cadenas de suministro, el brote inflacionario generalizado, la guerra de Rusia en Ucrania y la de Israel en Gaza, entre otros choques negativos que golpearon el mundo en los últimos años.
Por fortuna, los cuatro peores augurios no se cumplieron:
1.- La estanflación
La expansión fiscal y monetaria para enfrentar los efectos del covid-19 fue efectiva para evitar un mayor desastre económico, pero impactó sobre la inflación. El aumento de la demanda se complicó con los conflictos bélicos y la crisis de contenedores, que incrementaron los precios de combustibles, alimentos y fertilizantes.
Las autoridades de países desarrollados y emergentes comenzaron a subir las tasas de interés y retirar el estímulo monetario y fiscal para contener la demanda interna y reducir la presión sobre los precios.
Muchos analistas económicos advirtieron que el endurecimiento de las condiciones de financiamiento podría provocar una contracción de la inversión y la actividad económica, sin que se logre controlar la inflación, pues esta era un resultado de choques negativos de oferta.
Se anticipaba que caeríamos en la temida “estanflación”, es decir estancamiento económico con inflación. Me referí a dicho riesgo en un editorial de Primicias: Cisnes negros y la amenaza de la estanflación.
Felizmente, los temores no se materializaron: el más reciente informe del FMI confirma que la economía global crecería en 3,2% en 2024 y 3,3% en 2025, mientras que la inflación mundial bajaría a 2,8% y 2,4% en dichos años.
Aunque hay diferencias entre regiones y países, este panorama confirma el escenario de un “aterrizaje suave” y desecha la estanflación.
2.- Crisis financiera
Con el incremento de las tasas de interés y la contracción monetaria, las condiciones de financiamiento para empresas y hogares se endurecieron. Se temía que esto deterioraría la calidad de la cartera de las instituciones financieras.
La subida de tasas también desvalorizaría inversiones en títulos de renta fija realizadas en períodos de tasas bajas. Para colmo, la volatilidad en otras inversiones, como los criptoactivos, también podría afectar los resultados de los bancos.
La caída en 2023 de bancos regionales en EE. UU., como el Silicon Valley Bank y el Signature Bank, y de un banco global tan grande como el Credit Suisse, dieron el campanazo sobre el riesgo de una crisis financiera que contagie los mercados globales y afecte de manera grave a América Latina.
Los bancos centrales de los países desarrollados enfrentaron un dilema complejo, tal como lo comenté en Turbulencias financieras, una miniserie de suspenso: continuar con las alzas de las tasas de interés para controlar la inflación, o moderarlas para evitar la desestabilización del mercado financiero, aun cuando esto agrave el riesgo moral de los rescates bancarios.
Se inclinaron por la primera opción: mantuvieron una política monetaria restrictiva e intervinieron a las entidades bancarias debilitadas con su mejor arsenal de política financiera para evitar una crisis sistémica, sin incurrir en costos significativos a los contribuyentes, ni generar incentivos perversos en el sector.
A pesar de que la inflación no ha terminado de ceder a los niveles prepandemia, la estrategia de las autoridades monetarias logró bajarla de manera considerable, a la vez que contuvo el riesgo de una crisis financiera mayor.
Conforme avanza la estabilización de precios, buena parte de los países han empezado a reducir gradualmente sus tasas de interés. En el caso de EE. UU., podrían quedarse altas por más tiempo y empezar a reducirse a fin de año, dada la fortaleza de su mercado laboral y la actividad económica, y las dificultades en volver a su meta de inflación, en especial en el sector de servicios.
3.- Derrumbe fiscal
La mayoría de los gobiernos expandió el gasto público para enfrentar la pandemia. Fue la decisión correcta, pero los déficits fiscales y la deuda pública se dispararon, tal como lo advirtió el BID en su momento. Entre 2019 y 2021, se estima que la deuda del sector público en la región subió de 60% a 75% del PIB.
El aumento de las tasas de interés encareció el servicio de dicha abultada deuda. Tarde o temprano, los países tendrán que enfrentar la resaca del mayor endeudamiento, pero la necesaria consolidación fiscal es compleja y políticamente muy difícil.
Muchos analistas advirtieron sobre el peligro de caer en problemas para servir las obligaciones públicas y revivir episodios de default. De hecho, el 65% de economías más pobres en el mundo está impago o en riesgo de caer en dicha situación.
Afortunadamente, y hasta el momento, América Latina se ha librado del default y no está en este grupo. No obstante, es uno de los mayores desafíos que la región deberá enfrentar en los próximos años.
4. El cuento chino
La economía del gigante asiático ha sido uno de los motores más dinámicos del comercio y la actividad mundiales. Sin embargo, también fue una de las más afectadas por el confinamiento durante la pandemia y se dudaba de que podía continuar siendo una locomotora del crecimiento global.
Algunos sectores productivos fueron impactados con severidad, en particular el inmobiliario. La quiebra del gran conglomerado Evergrande hizo pensar que la crisis de este sector contagiaría el resto de la economía.
No obstante, China fue la única de las grandes economías que tuvo un crecimiento positivo durante la pandemia (2%) y ha batido todos los pronósticos de crecimiento en los últimos años, sin inflación y con tasas de interés bajas.
El reciente reporte del FMI ha corregido su estimación de crecimiento del PIB de China para 2024 y la ha aumentado de 4,6% a 5%. Ha reconocido que ha sido uno de los factores clave para mantener el crecimiento global, ante la desaceleración de otras grandes economías como Japón y EE. UU.
En el mediano plazo, el Fondo estima que el crecimiento en China disminuirá gradualmente a 3,3% en 2029, por problemas de baja productividad y una población que envejece. Esto no sería una buena noticia para el mundo y para la región.
Sin embargo, no sería impensable que este organismo nuevamente subestime el desempeño de la economía china, y que una vez más esta sorprenda con crecimientos de entre 4% y 5%, para bien de todos.
Resiliencia, pero…
Menos mal que ninguno de los funestos presagios se cumplió. La economía mundial mostró resiliencia para enfrentar duros choques negativos y simultáneos, que han sido los peores desde las grandes guerras mundiales y la recesión del siglo pasado.
Las políticas de las autoridades económicas fueron efectivas para evitar un escenario mucho más agudo. En cierto sentido, es una reivindicación para la profesión de macroeconomistas y banqueros centrales, que han desarrollado marcos de análisis e instrumentos de política económica capaces de enfrentar una crisis inédita con bastante éxito.
Así lo expresó el Banco Internacional de Pagos (BIS) en su más reciente reporte, en el que sostiene que fue “la enérgica acción de los bancos centrales la que contribuyó a bajar la inflación y preparar a la economía mundial para un aterrizaje suave”.
Parte de los resultados también se explican por la intervención oportuna de la red de seguridad financiera global y de los organismos multilaterales. El FMI, si bien tiene una reputación polémica en ciertos círculos políticos, jugó un papel clave, que hay que reconocerlo.
Actuó de manera rápida a través de la asignación extraordinaria de derechos especiales de giro por USD 650 mil millones, la mayor de su historia, y de nuevos instrumentos de financiamiento para aliviar la pobreza, fortalecer la sostenibilidad y la resiliencia.
También merecen reconocimiento las autoridades chinas, que han podido capear con éxito un entorno externo desafiante y problemas estructurales propios. Junto con la India, el país con la mayor población del mundo y que crecería al 7% en 2024, explicarían buena parte de la recuperación del dinamismo del comercio global.
La economía mundial está saliendo del hoyo, pero no es el momento para la autocomplacencia. Persisten riesgos que pueden empeorar el panorama.
Para empezar, el retorno de la inflación a niveles prepandemia no está garantizado. Todavía no se da en todos los países y requerirá mantener políticas monetarias prudentes.
Por otro lado, si bien se ha evitado la estanflación, el crecimiento mundial de alrededor del 3% es anémico y desigual. En general, la economía global está cayendo en una trampa de crecimiento bajo.
De acuerdo con el propio FMI, dicha trampa empeorará el desempleo, la pobreza y la inequidad, en un mundo que ya está polarizado y desigual. Por supuesto, no ayudará a mejorar los problemas de migración masiva que están experimentando las habitantes de los países más pobres y violentos del mundo.
América Latina enfrenta un escenario más difícil: crecerá tan solo 1,9% en 2024. Se libró de la recesión, pero su crecimiento es menor que en 2023 (2,3%); está por debajo del promedio mundial (3,2%) y no llega ni a la mitad de otras economías emergentes (4,2%).
La situación de Ecuador es aún más grave. Se espera un crecimiento de tan solo 0,1% para este año. El primer semestre incluso habría atravesado una recesión.
2025 se ve algo mejor. La región crecería en 2,7%, principalmente por la recuperación de Argentina y Venezuela. Ecuador tendría una mínima alza al 0,8%. Aun así, sigue siendo un “nadadito de perro”, insuficiente para generar empleo de calidad y para enfrentar las necesidades y demandas sociales de la población.
Urge una agenda de reactivación del crecimiento sostenible e inclusivo.