Contrapunto
Béla Bartók rescató la música olvidada del pueblo húngaro
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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En un artículo anterior titulado 'Brahms y Liszt dieron fama a las danzas y las rapsodias húngaras' se analizaba el aporte del músico alemán Johannes Brahms y del austrohúngaro Franz Liszt a la música húngara, con una breve mención a Béla Bartók (1881-1945), el primer músico que indagó el folclor de su país, un hecho que lo llevó a crear la etnomusicología.
El siglo XIX había vivido el esplendor del romanticismo, el siglo XX comenzaba a apartarse de ese género que había nacido con Beethoven y Viena se encargaba de mantenerlo vigente, pese a que en Francia y en otros países ya se sentían las nuevas corrientes modernistas.
En Hungría, donde nació Bartók, existía una división marcada entre los que miraban a los clásicos vieneses y a los románticos alemanes, versus los que admiraban a Mussorgsky, a Debbussy, incluso a Stravinski.
En medio de ese debate aparecen dos nombres, el de Béla Bartók y el de Zoltán Kodály (1882-1967), dos investigadores que no se pueden separar porque trabajaron siempre juntos, llegaron a las raíces del folclor magiar (gentilicio anterior al húngaro) y obviamente estaban más cerca de Mussorgsky y Debbussy.
El musicólogo e investigador de Zaragoza, Sergio Bernal Bernal, aporta algunos antecedentes que permiten entender mejor el trabajo de Kodály y de Bartók, quienes se inspiraron en la música tradicional húngara para desarrollar sus potencialidades y ofrecer un repertorio original y alejado de las corrientes tradicionales de la época.
Según Bernal Bernal, el músico Bartók “hizo una clara distinción entre la auténtica canción tradicional, el folclor tradicional, y el resto, situándolo de acuerdo con su función social”.
Cita un texto en el que el músico húngaro explica los inicios de sus estudios para llegar a las raíces de la música húngara hasta darle una forma académica para que sea entendida en toda su dimensión:
“Conseguí una subvención en 1905. A la inquieta edad de 24 años me embargó el deseo de viajar. Por ello empecé a explorar Hungría. Fui de pueblo en pueblo y oí la verdadera música de mi raza, era el estímulo que necesitaba. Esta música fue una revelación, me cogió por sorpresa. Tuve la sensación de que estas maravillosas melodías pentatónicas provenían de una edad olvidada y que tenían varios siglos de antigüedad. Probablemente yo las oí cuando accidentalmente me encontré con Zoltán Kodály durante una expedición para recopilar canciones tradicionales y nos hizo continuar la expedición juntos para anotar las viejas canciones tradicionales de Hungría”.
La etnomusicología
Bartók sabía que el romanticismo musical al principio del siglo XX estaba llegando a su final, que la gente estaba harta y comenzaba a mirar hacia otros modelos, como el nacionalismo, de ahí que su principal fuente de inspiración fue la música campesina.
La musicóloga Pola Suárez afirma que las investigaciones folclóricas de Bartók y Kodály consistían en recoger los cantos y la música instrumental, las danzas de los campesinos magiares para luego transcribirlas en papel pautado y realizar un diagnóstico exhaustivo de ese material.
Entre el amplio repertorio de esta música figura 'Música para cuerdas, percusión y celesta', una obra de fuertes contrastes entre los instrumentos utilizados, como por ejemplo la celesta, un teclado parecido al piano, pero más pequeño, cuyos macillos producen el sonido golpeando láminas de acero.
Una composición para piano muy elogiada es 'Allegro Barbaro', una sonatina compuesta en 1915 que permite una apreciación diferente a cualquiera de las obras creadas para este instrumento por otros compositores.
Escribió solo una ópera, de un acto, 'El Castillo de Barbazul', que fue estrenada en Budapest en mayo de 1918 y que había escrito antes de la Primera Gran Guerra, según relata Roger Alier en ‘Guía Universal de la Ópera’, Ediciones Robinbook, Barcelona, 2007.
La ópera de Bartók ha tenido una difusión relativa debido a su pequeño formato de apenas una hora de duración, pero con exigencias orquestales y escénicas importantes que no dan lugar a la improvisación, sostiene Alier.
Otra de las obras consagradas y elogiadas por la crítica fue su 'Concierto para orquesta' Sz.116, que data de 1943, cuando Bartók vivía exiliado en Estados Unidos. Se constituyó en su penúltima obra, la última fue una sonata para violín solo, que data de 1944, un año antes de su muerte causada por una leucemia.