Contrapunto
Un motete de Bach fue lo único que logró impresionar a Mozart
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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En la historia de la música se narra que a Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) su padre Leopold lo puso a estudiar con los mejores profesores, incluso con músicos ya consagrados como Haydn, pero los maestros admitían que el niño no tenía mucho que aprender, conocía toda la técnica musical.
Sin embargo, hubo una obra de Johann Sebastian Bach (1685-1750) que lo impresionó cuando visitó Leipzig: el motete para doble coro 'Singet dem Herrn ein neues Lied', que se lo ha traducido como ‘Cantad al Señor un cántico nuevo’.
Recordemos también que la grandiosa obra de Bach después de su muerte pasó prácticamente escondida o abandonada. A Félix Mendelssohn (1809-1847) se atribuye el acierto de ser el primero en interpretar la 'Pasión según San Mateo' en 1829.
Pero antes, en 1789, Mozart había visitado Leipzig, donde escuchó por primera vez el motete catalogado con el BWV 225 y lanzó la frase ¡Al fin algo de lo que se puede aprender!
No se trataba de ninguna arrogancia del joven e impulsivo músico, sino simplemente que se confirmaba su condición de gran conocedor de las técnicas musicales que le transmitió su padre Leopold, empeñado en convertir a su hijo en un virtuoso, tal como ocurrió.
El motete lo había compuesto Bach seis décadas antes de la visita de Mozart a esa ciudad alemana, de acuerdo con el libro ‘Johann Sebastian Bach-Los días, las ideas y los libros’, de Ramón Andrés, editorial Acantilado, Barcelona 2005.
La música había resonado en la iglesia de Santo Tomás y su audición emocionó al impulsivo compositor que inmediatamente la comenzó a examinar.
Andrés señala que el interés de Mozart por aquella música crepuscular continuó con una clara predilección por la de Bach y Händel y así se lo hizo saber en una carta a su hermana Nannerl, que también tocaba algunos instrumentos y componía música con el apoyo de su padre.
Le cuenta que el barón Gottfried Van Swieten, protector de Mozart y también de Beethoven “me dio para llevarme a casa todas las obras de Händel y Bach después de haberlas tocado para él”.
Al escuchar las fugas, prosigue Mozart en su carta “Constanze (su esposa) se enamoró de ellas… no quiere oír otra cosa que fugas, pero especialmente en este estilo”.
“Como a menudo me ha oído tocar fugas de memoria, me preguntó (Constanze) si yo había escrito alguna, y al decirle que no se enfadó conmigo porque no quería componer lo más hermoso y artístico de la música; y no dejó de insistir hasta que escribí una para ella”.
Antes de su visita a Leipzig, Mozart sí había escrito fugas, la más conocida tal vez sea 'Adagio y fuga K.546', en do menor para dos pianos en 1783 y luego arreglada para cuerdas con un adagio introductor, anota LA Phil.
Esta fuente cita al musicólogo y crítico alemán Alfred Einstein, quien había manifestado que “el estudio de Mozart de las fugas de Bach representó una revolución y una crisis en su actividad creativa".
Las fugas de Bach se manifiestan en las principales composiciones de Mozart, por ejemplo, en el Réquiem y en la Sinfonía número 41 en do mayor K.551, conocida popularmente como 'Júpiter'.
Una fuga, de acuerdo con la definición académica, es una composición que consiste en la repetición de un tema y su contrapunto, con cierto artificio y por diferentes tonos.
La música de Bach era prácticamente desconocida en Viena, una ciudad considerada en el siglo XVIII y parte del XIX el centro de la creación musical de Europa. ‘El clave bien temperado’, una de las obras cumbre del alemán, fue especialmente estudiado por Mozart, dicen otros estudios.
Volviendo al libro de Ramón Andrés, encontramos una explicación fundamental del porqué las obras de Bach tuvieron tan poca difusión en el ámbito musical europeo.
“Escribir una cantata para el oficio de los domingos (misa), como fue el caso de Bach durante largo tiempo o conciertos sin tregua para satisfacción de los nobles y señores era un hábito”, escribe el autor.
La música, concluye, no estaba pensada para eternizar al compositor, era circunstancial y quedaba, en el mejor de los casos, “archivada o hacinada en armarios”.
La ‘Pasión según San Mateo’ y la ‘Misa en si menor’ corrieron la misma suerte que la multitud de páginas cuyo único destino era convertirse en algo pasajero, afirma Andrés, autor de una decena de biografías e investigaciones relacionadas con la música.