Contrapunto
Bruch en el siglo XIX, Shostakovich en el XX, la música para violín
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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Ni a Beethoven ni a Brahms se los recuerda tanto por sus únicos conciertos que escribieron para violín y orquesta, pero a Bruch, Tchaikovski y Shostakovich se los considera entre los mejores compositores para ese instrumento de cuerdas inventado por italianos y que consagró a Vivaldi como el primer gran concertista por sus famosas ‘Cuatro estaciones’.
En estos comentarios de tres capítulos habíamos comenzado con los conciertos para violonchelo de Elgar y Dvorak, los creadores de obras para ese instrumento; terminaremos la serie con los conciertos que más motivaron a los compositores: piano y orquesta.
El violín, desde Amati, Guarneri y Stradivari siempre fue infaltable en una orquesta que reúne cuerdas, vientos, percusión; se escribieron abundantes partituras para violín en forma de sonata, cuartetos, octetos o para música de cámara.
El siglo XX fue fructífero en la creación de obras para violín que no se conocen mucho por causa de los derechos de autor; entre esos compositores se puede mencionar a Alban Berg, Benjamin Britten y Dmitri Shostakovich, anota la violinista ucraniana Mariya Melnychuk.
Entrevistada por PRIMICIAS la violinista, que fue concertina y solista de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador entre 2014 y 2022 -actualmente es profesora en la Facultad de Artes de la Universidad de Cuenca- manifiesta una visión diferente a la tradicional en la música para cuerdas, en la que Vivaldi siempre marcó el protagonismo.
“En la historia del género musical Vivaldi es el que creó el mayor número de composiciones. Con el tiempo se convirtieron en populares y requieren del intérprete bastante fantasía para que su música no se convierta en banal y así evitar que suene siempre lo mismo y lo mismo”, anota Melnychuk.
Menciona al compositor y pianista alemán Max Richter, que se permitió reescribir la partitura orquestal y para solista de Vivaldi “utilizando medios electrónicos y aplicando nuevos ritmos para una nueva versión; la idea, dice, era hacerlo lo menos parecido al original”.
Volviendo al período romántico, el alemán Max Bruch (1838-1920) escribió tres conciertos para violín, sin embargo, solo el número 1 en sol menor, opus 26 (aquí interpretado por Hilaty Hahn), compuesto entre 1864 y 1866 es el más recordado; está presente en la mayoría de repertorios.
Al estreno de este concierto asistió el músico más importante de la época, Johannes Brahms. Lo escuchó con absoluta indiferencia pese al entusiasmo del compositor: al final solo comentó la calidad del papel usado en la partitura escrita por Bruch.
Los musicólogos ubican a ese concierto en el “clímax” de los conciertos románticos para violín y orquesta. Una conclusión parecida se atribuye a los conciertos para violín y orquesta de Tchaikovski y de Mendelssohn, que serían los que vienen a continuación del de Bruch, según el gusto de los melómanos.
El opus 35 de Tchaikovski en re mayor (1878) ha inspirado a directores de cine por su complejidad interpretativa y porque el músico ruso lo escribió inmediatamente después de su frustrado matrimonio con Antonina Miliukova y de su intento de suicidio en un río.
Félix Mendelssohn (1809-1847) escribió varias obras para violín, sin embargo, el que más destaca en los repertorios es el Concierto en mi menor, opus 64, calificado entre los más importantes para violín y orquesta.
Famosos conciertos para violín (no en orden de importancia o de preferencia):
- Conciertos para violín en re mayor BWV 1041 de Johann Sebastian Bach.
- Conciertos para violín número 3 en sol mayor K216 de Wolfgang Amadeus Mozart.
- Concierto para violín en re mayor, opus 61, de Ludwig van Beethoven.
- Concierto para violín en re mayor, opus 77, de Johannes Brahms.
- Concierto para violín en re mayor, opus 99, de Antonín Dvorak.
Una de las posibilidades de que existan tantas composiciones para violín se debe en cierta medida a que “el violín es el instrumento más popular después del piano, cada compositor (y también los violinistas) se sintió obligado a escribir por lo menos un concierto”, subraya Mariya Melnychuk.
El violín, anota, trasmite emociones personales, ha sido el portavoz de la humanidad, abarca temas psicológicos, de la vida y de la muerte, temas de la guerra por la influencia de la Primera y la Segunda guerra mundial, todo eso se refleja en el arte.
Bruch, Mendelssohn, Brahms, Tchaikovsky, autores de los grandes conciertos románticos, son demasiado populares porque en la actualidad las orquestas no tienen que pagar los derechos de autor, advierte la violinista ucraniana nacida en Odessa.
Es todo lo contrario, prosigue, de lo que ocurre con la música del siglo XX, donde destaca la obra ‘A la memoria de un ángel’, de Alban Berg (1885-1935), escrito el mismo año de su muerte y que se lo dedicó a Manon Gropius, la hija de Alma Mahler que había muerto por causa de la poliomielitis.
Otro gran concierto del siglo pasado según Melnychuk es el opus 15 de Benjamin Britten (1913-1976) una obra atonal escrita en 1939; y el Concierto número 1 de Dmitri Shostakovich (1906-1975) escrito en 1948. Todos están escritos en diferentes tiempos, pero marcaron puntos clave en el desarrollo del concierto para violín y orquesta, explica.
La violinista se detiene en este concierto de Shostakovich (aquí una versión interpretada por Hilary Hahn) porque lo interpretó en Ecuador en varias ocasiones. Tiene cuatro movimientos, el compositor utiliza el violín no solo para describir la guerra, también para “ser la voz de toda la humanidad, la protesta contra la guerra, la fragilidad del mundo”.
En el segundo movimiento “se observa un cielo negro sobre una tierra muerta (…) es un reto interpretarlo”, expresa con nostalgia la violinista ucraniana.