Contrapunto
La soledad y la vejez Beethoven las enfrentó con más música
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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Hace pocos días las redes sociales mostraron imágenes del director Herbert Blomstedt (97 años) bajándose desde su tarima con mucha dificultad, ayudado por un asistente, pero con una cara de felicidad inocultable luego de dirigir la Sinfonía 9 en re mayor de Mahler, que tiene una duración de 90 minutos.
El director, de nacionalidad sueca, nacido en Estados Unidos, es considerado el más longevo en la actualidad y cuando le han preguntado hasta que edad va a dirigir orquestas ha respondido que no sabe, con lo cual evita decir “hasta que me muera”.
Algo similar ocurría con el más importante compositor universal, Ludwig van Beethoven (1770-1827) que, pese a varias enfermedades, incluso la sordera total, escribió música hasta los últimos días de su vida.
Entre esas obras colosales destacan la Novena Sinfonía opus 125, la Missa Solemnis opus 123 en re menor (aquí una versión compacta con la Filarmónica de Berlín dirigida por Karajan), dedicada al archiduque Rodolfo de Austria. Además, compuso sus últimos Cuartetos para cuerda, famosos por su profundidad emocional, escritos por encargo, incluso desde Inglaterra.
Algunos musicólogos sostienen que la inmortalidad de las obras sinfónicas u operísticas contagia a los directores y a los compositores para que nunca dejen de crear o de dirigir, como lo hizo recientemente Blomstedt desde una tarima adaptada para que dirija sentado y a una altura desde la que veía a todos los músicos.
En sus últimos días Beethoven no abandonaba sus caminatas diarias porque mientras recorría los bosques y los jardines en primavera y en verano, en su cerebro -no en su escritorio- escribía la música que luego transcribía a la partitura.
Significativo es destacar que no oía el trinar de los pájaros ni a nadie, pero “escuchaba todo en su interior, no le faltaba nada para componer”, escribe uno de sus biógrafos, Emil Ludwig (1881-1948) en ‘Beethoven. Vida de un conquistador’, Editorial Diana, México.
Así lo registra Emil Ludwig:
“Solo en el exterior, solo en la naturaleza alcanzaba Beethoven, en la vejez y como antes en la juventud, el pleno equilibrio del alma. Y así, todavía en los últimos años de su vida compuso todas sus obras paseando”.
Incluso en los borradores de las partituras se permitía escribir algunas motivaciones en un alemán bastante poético: “Vagando por las cimas y los valles”; “En el camino por la tarde, entre las montañas y por encima de ellas”. “Nosotros los mortales de espíritu inmortal”, fue la frase profunda que alguna vez mencionó a sus amigos y eso tal vez pudo ser un fundamento que le permitía “crecer de nuevo”, explica Emil Ludwig.
Se dedicó a hacer muchas cosas que no pudo en su juventud, como por ejemplo escribir en francés, elogiar el arte italiano y según Ludwig se encontraba en camino de reconocer las óperas de Rossini, que siempre le habían causado desagrado.
El aislamiento del ámbito musical y de sus colegas europeos fue radical, no necesariamente por causa de la sordera, aunque también fue un detonante, apunta el biógrafo Ludwig y lo hizo por su propia voluntad, así ponía fin a su época mundana con toda intención.
“En sus desacuerdos con el mundo él mismo fue acentuando su propia soledad que, en la vejez fue más aguda y completa”, prosigue el autor, pero de esas desavenencias con el mundo el músico sacó las últimas obras convertidas en inmortales.
A Beethoven nadie lo comprende por completo, pues para ello “habría que tener tanto espíritu como él y más corazón. Beethoven lo puede todo”, decía su colega y gran admirador Franz Schubert.
Dice el biógrafo que el músico alemán reconoció y cantó durante toda su vida a la esperanza, a la humanidad, a la libertad, pero no encontró nunca en los hombres sino obstinación y violencia.
En un artículo acerca de los 200 años del estreno de la Novena Sinfonía Coral (7 de mayo 1824), dijimos que pese al éxito que alcanzó la obra, al maestro le quedó una ganancia pírrica, en tanto que su modesto patrimonio se desvanecía.
Ludwig van Beethoven intentaba cobrar por algunas partituras que le llegaban por encargo desde varios países. El biógrafo señala que el maestro presentía que, además de sus enfermedades vendría la pobreza y el hambre; y en una de las tres cartas enviadas a Londres queda registrada su angustia:
“Me entrego a la voluntad del destino y solo ruego a Dios que disponga en su divina voluntad la manera de que yo me vea protegido contra la miseria mientras sufro la muerte en vida”.