En sus Marcas Listos Fuego
Haciendo leña del Pólit caído
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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No me pidan que desista de hacer leña del árbol caído cuando él mismo se dedicó en vida a podrir desde adentro a un árbol genealógico y condenó a todos los suyos a agachar la cabeza.
No me pidan que no reflexione sobre lo conceptual y lo simbólico de la condena de un hampón que utilizó el cargo público para destruir cientos de vidas.
La condena a Carlos Pólit no debe ser ni un momento de regocijo ni de victoria, sino de ejemplo para las próximas generaciones.
Por responsabilidad patriótica debemos convertir a Pólit en el símbolo irrefutable de las siguientes lecciones:
Que la justicia es un acto de perseverancia y resistencia. Muchas veces la ansiedad por resultados instantáneos nos hace perder la esperanza en resultados completos e integrales.
Que las conductas humanas siempre traen consecuencias. Que frente a las decisiones que tomamos, sea en la dirección que sea, siempre hay un precio que pagar.
Que el dinero mal habido no hereda patrimonio, sino deshonor. Que, cuando se vive de una riqueza inmerecida, tarde o temprano, se muere en una celda merecida.
Que la maldad se paga con soledad.
Bien sabemos todos que en la muerte nos vamos como vinimos, sin nada. Por eso es muy importante preguntarnos siempre cómo vivimos, pero sobre todo, de qué sirvió haber tomado esas elecciones de vida.
¿De qué te sirvió, Carlos, haber adulterado informes para suprimir los nombres de los culpables y haberlos reemplazado con los nombres de inocentes?
¿De qué te sirvió haberte hecho millonario en sobornos, si el precio a pagar es un hijo procesado por los mismos delitos y un núcleo familiar cómplice de tus fechorías?
¿De qué te sirvieron tantas propiedades si tus nietos tendrán que negar su origen para intentar transitar en esta vida sin vergüenza?
Es que Carlos, debo confesarte que, cuando cumplí mi promesa de estar presente en tu derrota, no me generó ningún placer ver al anciano derrotado y encogido que no me pudo sostener la mirada.
La verdad es que me generaste una nostalgia inclemente, porque en tu cuerpo vi la historia de un país arrastrado eternamente por esta adicción maldita de entregar a los seres más minúsculos el poder más ilimitado.
En tu espectro vi reflejado el destino de un país avocado a seguir convirtiendo en dioses a villanos sin máscaras, a perversos sin camuflaje.
Hoy, que estás uniformado, encadenado, en una celda de concreto, sin más compañía que los demonios que devoran tu conciencia, te pregunto ¿valió la pena?
Permíteme responder por ti. No, no valió la pena. Nunca valdrá la pena.
Ahora sí, como un hombre libre, orgulloso hijo del mejor de los hombres, que se fue siendo libre, abrazado, amado y admirado por todos los suyos, me despido de ti. De todo corazón espero que encuentres paz en tus últimos años que, en tu caso, vivirás encerrado y en soledad.