En sus Marcas Listos Fuego
Dioses en la tierra
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
Actualizada:
Hay vivencias que deben ser compartidas. No como anécdotas, sino como enseñanzas de vida. Y lo que viví en las últimas semanas merece ser compartido, para ver si sacudimos el polvo de abogados y jueces, y hacemos de esta profesión algo más humana.
Principalmente Pablo Encalada, Eduardo León, Gianina Naranjo, Gabriela Maldonado y yo, asumimos hace siete años un caso de persecución política sin precedentes: una familia entera perdió todo por una investigación no solo absurda, sino además fraudulenta.
Los antecedentes del caso, para fines de esta columna, no importan. Sólo les diré que a todas luces eran inocentes y que la acusación de Fiscalía y de la UAFE no solo rayaba en lo absurdo, sino en lo delictivo.
Fiscalía y UAFE no hallaron evidencias. Las fabricaron. No hallaron la verdad, la inventaron.
Pero mientras eran investigados llegó INMOBILIAR y les quitó todo. Entraron a su hogar, los llevaron a la cárcel (sí, a toda la familia), el Estado se quedó con la casa y, como tenían perros, ellos estaban presos e INMOBILIAR no se hace cargo de mascotas, abrieron la puerta y los dejaron salir.
Cuando los integrantes de esta familia lograron que se sustituya la prisión preventiva y salieron a portar grillete, aún sin entender de qué les acusaban, se vieron sin sus amadas mascotas, sin sus carros, sin su casa, sin sus cuentas bancarias, sin su ropa, sin sus trabajos. Salieron, literalmente, a la calle, como sus perros.
Era el inicio de un vía crucis en un país que hace mucho se convirtió en un infierno para los inocentes y en un paraíso para los culpables.
Llegó la audiencia de juzgamiento y todos los testigos de Fiscalía se voltearon o trastabillaron. El policía a cargo de la investigación aseveró, muy seguro de sí mismo, que la noticia del delito la obtuvo de Diario El Mercioco (no es broma).
El funcionario de la UAFE, que halló unas cifras exorbitantes que no podían justificarse, después de sumar bien (en media audiencia), admitió que por un error de tipeo puso un cero demás…a la derecha.
Y así, uno a uno los testigos se fueron derritiendo hasta dejar claro que se trataba de una de las persecuciones judiciales más atroces de nuestra historia como aldea.
Ante una paliza tan grande la absolución era inevitable.
Con lo que no contábamos, desde nuestra ingenuidad, era con una jueza que tenía la disposición de condenar, sin importar las pruebas, sin importar nada. Y los condenó.
Apelamos, perdimos de nuevo contra todo pronóstico. Los abogados empezamos a bajar los brazos, no solo por muestra la decepción frente al sistema de justicia, sino por el miedo a ser víctimas de éste.
¿Por qué no nos rendimos? Porque nuestros clientes, sin nada, habiéndolo perdido todo no se rindieron. Su energía nos permitió seguir.
Interpusimos recurso de casación y se declaró nula la audiencia. La hicimos nuevamente y se declaró nula la sentencia de apelación.
Siete años habían pasado. Siete años batallando, mes a mes, para devolver la vida a esta familia. Y regresamos a apelación y aquí es cuando, en medio de esta tragedia orquestada por la crueldad humana, nos cae encima esta hermosa historia.
Tras una audiencia de apelación técnica y contundente, donde Fiscalía y UAFE, temblorosos, no podían ya ni hilar ideas, los jueces se fueron a deliberar. Cuando regresaron meses más tarde, tras un análisis preciso, a conciencia de cada prueba, de cada testimonio, con reflexiones jurídicas de primer mundo, pasó lo inesperado.
La juez ponente hizo una pausa y dijo textualmente, en medio de su sentencia oral:
“Hace muchos años entrevistaron a un Presidente de la República y el periodista le preguntó:
- Si usted pudiese empezar de nuevo, ¿qué quisiera ser?
- Profesor - respondió.
- ¿Por qué profesor? – cuestionó intrigado el periodista.
- Porque con pocas horas puedo cambiar la vida entera de una persona y arrojarlo al mundo siendo un mejor ser humano – aclaró.
- ¿Y qué no quisiera ser? – preguntó de nuevo el periodista.
- No quisiera ser juez.
- ¿Por qué? – preguntó aun con más intriga el entrevistador.
- Porque ser juez equivale a ser dios en la tierra, y eso jamás quisiera ser.”
Se imaginarán que este diálogo, expuesto en la sentencia, nos desubicó a todos. Pero luego la jueza continuó y dijo: “no se imaginan lo duro que es ser dioses en la tierra, porque en nuestras manos no tenemos este extenso expediente –dijo mientras sujetaba uno de los cuerpos que forman el expediente judicial–. No. En nuestras manos tenemos la vida de una familia entera y somos nosotros los que, sobre la base de las pruebas, podemos destruirlos o salvarlos.”
Sí, se nos pusieron los pelos de punta.
Ella continuó: “tras el análisis pormenorizado de cada prueba y de todas sus inconsistencias y contradicciones que hemos mencionado, por el inmenso amor que le tenemos a ser jueces y al Derecho, con el difícil rol de tener en nuestras manos la vida de estos seres humanos, administrando Justicia en nombre del pueblo soberano, de la Constitución y de la Ley, aceptamos los recursos de apelación y ratificamos la inocencia de toda esta familia”.
Ya no solo estaban los pelos de punta. Las lágrimas nos brotaban a borbotones. Nuestros clientes, tras siete años de infierno, escucharon no solo una sentencia justa, sino una sentencia humana.
Siete años de deshumanización tuvimos que esperar para que una sala de apelación no sólo haga lo correcto conforme a la ley, sino para darnos una lección de vida: nos recordaron que de nada sirven años de estudio y de aplicación robótica de la ley, porque lo único que importa es, antes que ser un buen profesional, ser un buen ser humano.
Ese día, hace dos semanas, nuestros clientes no solo recuperaron la esperanza en la justicia, sino la esperanza en la humanidad.
Por mi parte, sigo desconcertado. Me había olvidado que esta profesión puede ser hermosa. Había borrado de mi mente que los jueces pueden y deben ser humanos.
Demasiados años viviendo como un robot, acostumbrado a formulas probatorias, a estructuras argumentativas, a la frialdad de nuestras leyes.
Demasiados años para por fin decir: este país tiene futuro.
A esas dos juezas y a ese juez, en nombre del país, gracias. Mientras quede uno solo como ustedes, aún quedará espacio para los justos y los honestos.
Mientras quede un solo juez que ame lo que hace, que le apasione juzgar y que recuerde todos los días que ser un dios sobre la tierra es la mayor responsabilidad que un humano puede tener en sus manos, entonces, al menos yo, tendré razones para no claudicar.
Gracias.