En sus Marcas Listos Fuego
Aquella noche en París
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Como abogado aprendí desde los primeros días en las aulas que justicia no es más y no es menos que la virtud de dar a cada uno lo que le corresponde bajo los principios de honestidad, equidad y razón.
Como lector comprendí, desde los primeros libros, que justicia es, sobre todo, reconocer a cada uno el lugar que le corresponde, bajo los principios de talento, talante y razón.
Entonces, como abogado, no puedo permitir el terrible acto de injusticia de no dar publicidad a Oscar Vela y su nueva novela, 'Aquella noche en París'.
Y como lector, sería un prevaricador literario si no reconociese, sin sutileza, que Oscar Vela se merece un aplauso de pie, clamoroso y delirante.
Llevo ejerciendo la profesión de penalista por más 13 años; llevo leyendo literatura más años de los que recuerdo; llevo muchos años leyendo a Oscar Vela; y en todos los años juntos, hace muchos años que las novelas de espías dejaron de atraparme.
Lo que pasa es que, cuando uno es lector y penalista, como por arte de experiencia, se convierte en un vidente capaz de predecir todo el libro sin necesidad de leer más que las primeras páginas.
Sí, hasta 'Aquella noche en París', que vino a destartalarme, desestabilizarme y descolocarme. Me recordó que la buena literatura aún existe y que es capaz de hacer trizas toda la seguridad lectora de la que uno se creía custodio.
'Aquella noche en París' es un novelón sobre la vida enfrentada de los espías del imperio y de la izquierda sudamericana en la Guerra Fría.
El ELN, las Brigadas Rojas, 'La Agencia', todos embarcados en una guerra geopolítica silenciosa por apoderarse de la ideología de América Latina.
Si usted tiene el acierto, por amor propio, de salir corriendo a comprar 'Aquella Noche en París', esto es lo que, sin permitirme spoilers, le prometo:
Viajará a La Higuera, al aciago día para unos, venturoso día para otros, en que mataron al Che Guevara.
Recorrerá las calles de Hamburgo y presenciará de primera mano el asesinato de un diplomático boliviano.
Se radicará en Chile y aprenderá como Pinochet se sirvió de mandos medios nazis, autoexiliados de Alemania tras la derrota del Tercer Reich, para aprender a torturar a los rojos.
Ya adicto, seguirá los pasos de esos viejos nazis y sus vidas en Latinoamérica. Verá cómo llegaron y trabajaron en Guayaquil, como se escondieron en Cuenca, como convirtieron, años más tarde, a Bolivia en un gran campo de tortura de comunistas.
Caminará por las calles del romántico París de los 70s, presenciará candentes cuasi-orgías, quedará atrapado en las intrigas que sólo el sexo puede crear.
Se trasladará a Brasil y conocerá las primeras cirugías de cambio de sexo, las polémicas de la época y los pecados innombrables.
Entre Nueva York y San Francisco de 2011 deberá resolver un delito con fantasmas del pasado.
En España, en una ciudad paradisiaca entre Málaga y Marbella, le romperán el corazón.
Y en todo ese viaje será igual de incapaz que yo, de adivinar lo que verá luego, cómo concluirá cada historia, cómo se conecta cada muerte, cada decisión política, cada intriga. Este libro llega para sorprender, para anonadar, para arrebatarnos la capacidad de reaccionar.
Y como la realidad siempre supera a la ficción, no podrá creer que lo que lee se sustentó en los archivos de la Comisión de la Verdad de Bolivia, que lo novelado tiene sustento en personajes de la vida real, de carne y hueso, muchos que aún viven, octogenarios, con identidades falsas.
Pero claro, mientras se acerque al final quizá le pase lo mismo que a mí: recordará que todas las buenas novelas adolecen del mismo defecto: suelen tener muy malos finales, como en una maldición para los buenos autores de ser incapaces de terminar con maestría.
Ello es precisamente lo que no lo ocurrió a Oscar Vela, que iluminado quien sabe por qué droga, inspiración divina o éxtasis literario, logró un final perfecto.
En fin, Oscar Vela la rompió, la sacó del estadio. Su novela merece premios y traducciones a todos los idiomas.
Cada vez Ecuador produce mejores escritoras y escritores. Oscar es la prueba viva de ello.
¿Así que qué esperan? ¿Qué hacen ahí sentados, clavados en su celular leyendo esta columna? Pónganse zapatos y corran a la librería más cercana, luego, cuando nos encontremos en la calle y tras leer Aquella noche en París, me agradecen con efusividad. Ahora, ¡a leer!