En sus Marcas Listos Fuego
Carne de cañón
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Sí, la audiencia en la acción de protección de Verónica Abad contra el Ministerio de Trabajo fue vergonzosa; de esas que producen vergüenza ajena y ante las cuales yo, sin tener vela en el entierro, quise que me tragase la tierra.
Y no, no vamos a hablar sobre la inconstitucionalidad de la suspensión de 150 días a Verónica Abad, pues es tan obvia, que sería como explicarles que el mundo no es plano.
Hoy vamos a analizar, desde tres perspectivas, la actuación del abogado del Ministerio de Trabajo, quien fue humillado jurídicamente, vilipendiado normativamente, arrastrado socialmente y bulleado digitalmente.
Todos hicieron picadillo con él. No hizo falta derribarlo, pues solito se lanzó al piso. Ahí, en el suelo, lo patearon hasta la inconsciencia. ¿Se lo merecía? De eso se trata esta columna.
A continuación, leerán tres puntos de vista totalmente opuestos, uno en contra del pobre abogado, otro en su defensa y otro desde la desesperanza (puntos de vista que en mi cabeza están aún en guerra).
Primero punto de vista: desde mis zapatos
A los abogados nos forman en las aulas para defender el Derecho. Nos preparamos toda la vida para ser capaces de colocar a la ley por encima de cualquier rey. El que defiende al rey sobre la ley, no es abogado, es cómplice del autoritarismo.
De ahí que, cuando una decisión dictatorial, inconstitucional e ilegal es emanada por algún trasnochado ministro de papel, es deber de todo abogado repudiarlo.
Un abogado no se puede prestar para violar la Constitución. Un abogado no puede admitir, bajo ningún presupuesto, que le ordenen defender esa violación.
Un abogado, uno que merezca el título, no cuida el puestito a cambio de sostener lo jurídicamente insostenible.
Un funcionario público está obligado a obedecer órdenes de sus superiores y a cumplir su trabajo, pero siempre y cuando esas órdenes sean legales y cuando su ejecución no conlleve defender la violación de derechos.
Un funcionario público deja de cumplir su rol cuando en lugar de defender el Derecho, defiende su vulneración
Un abogado que representa a un Estado democrático lo traiciona en el momento que permite que se trastoquen sus más básicos cimientos.
Un funcionario público se extralimita en sus funciones cuando acepta defender la violación del orden constituido.
Sí, porque el funcionario público, y mucho más si es abogado, tiene la obligación de defender al sistema y no de ser cheerleader de quienes lo quebrantan.
Por eso, no entiendo ese placebo de cubrirse con una mascarilla la cara para que nadie lo recuerde, porque para pararse ahí a defender lo indefendible, primero hay que tener cara.
Sí, desde mis zapatos ese abogado debió colocar sus principios y su profesión por encima del puestito. Debió oponerse a defender al Ministerio de Trabajo.
¿Y si lo destituían? Pues que así sea, que no con la excusa de defender el sueldito se pueden prostituir los valores más sagrados de esta profesión.
Que este país es lo que es porque con la excusa de defender el sueldito se consuman las más grandes atrocidades.
Segundo punto de vista: desde sus zapatos
Pero claro, es fácil hablar desde mis zapatos, que los llevo cómodos, acolchonados, siempre lustrados.
Qué fácil, desde mi comodidad, es verlo todo desde lo abstracto y dar una charla de principios profesionales o una cátedra de valores democráticos.
Lo difícil es ponerse en los zapatos del otro.
¿Y si ese abogado es hijo único, que cuida a su madre enferma, y sin su sueldo sus vidas se van por un caño?
¿Y si ese abogado, humillado, abochornado hasta por su propia conciencia, es el sostén de su hogar y sus hijos pequeños dependen de él?
¡Qué fácil es hablar de defender el orgullo propio! ¿Pero nos hemos preguntado sobre la realidad del otro antes de pedirle que alimente a su familia con los nutrientes, vitaminas y minerales de la dignidad?
Es que esto trasciende al otrismo, al egoísmo y al principalismo. Esta es la historia de nuestra República, la historia de un Estado productor de carne de cañón.
Aquí es siempre igual. Los poderosos la embarran y siempre lanzan a los asesores más inexpertos, a los desechables, a limpiar el piso con la lengua.
Entiendo la vergüenza de ese pobre abogado. Entiendo que no haya encontrado el artículo que le pedía la jueza. Le entiendo. Entiendo que no haya encontrado lo que no existe.
Lo que no entiendo es por qué no encontré a la ministra en la audiencia dando la cara.
Es que mientras el pobre abogado tenía que cubrirse el rostro para tapar la vergüenza, la ministra y su peona, esa que emitió el acto administrativo, escondieron el cuerpo entero.
Esto es Latinoamérica: capataces y esquineras jugando con un poder inmerecido y mandos bajos poniendo el pecho a las balas.
Tercer punto de vista: desde la distancia
Aquí hay inocentes y culpables, pero también inocentes siendo culpables y culpables siendo inocentes.
Ecuador es una línea imaginaria, que divide un país imaginario, en el cual todos imaginamos que podremos tener un mejor país.
Idiotas sí, pero al menos imaginativos. Queremos sacar a este país de la miseria pero aplaudimos a los miserables. Queremos una ley que nos proteja y no pensamos dos veces antes de manosearla, desnudarla y violarla.
Esto es Ecuador: un país de autoritarios, de mandos medios sin honor, de mandos bajos siendo carne de cañón.
Este es mi lindo país, uno tan autoritario y ruin que quebranta el espíritu de sus empleados para, una vez deshumanizados, colocarlos en bandeja de plata para que podamos devorarlos.
¿Y los directores de orquesta? Tranquilos, viendo desde sus pantallas como nos quitamos hasta con hilo dental los pedazos de carne de quienes sacrificaron no por el bien común, sino por el bien personal.
Y, con las disculpas del caso que pido a mi amigo Juan Fernando Velasco, desde mi pesimismo, termino esta columna modificando la última parte de su hermosa y optimista canción:
Yo nací en este país que va
Con alegrías y dolor
Con gente mala
Y con canallas que nos roban la ilusión
Que le teme al porvenir
Que se deja derrotar
Que ya mismo me pide visa
Y al que siempre, como un idiota, quiero regresar.