En sus Marcas Listos Fuego
¡Amo pagar impuestos!

PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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No me volví loco. Es en serio. El título es una proyección, un deseo, una quimera en un mundo confundido donde todos odiamos pagar impuestos, cuando, debería ser al revés, deberíamos pagarlos con emoción.
Pero para que no crean que sufro de algún desvarío intelectivo, les voy a resumir una corta historia, que viví unos días atrás, que dará sentido a esto que parece ser una locura mía.
Hace dos semanas, en un país europeo (para fines didácticos omitiré el nombre), en un restaurante y tras culminar con éxito el caso de un cliente extranjero, una discusión muy animada nos hizo reflexionar en la celebración. La conversación fue más o menos esta:
– Estoy pensando en invertir todo mi dinero en otro país y de una vez por todas largarme. Los impuestos aquí son absurdos, un insulto, nos asfixian –aseveró.
– Cuéntame un poco más. ¿Cuánto pagas de impuestos? – pregunté.
– Puf, eso es lo engorroso. De renta, entre el 45% y el 60% de mis ingresos, depende del año y del flujo, pero además, el IVA, dependiendo del bien o servicio, va desde el 18% hasta el 25%. Es decir, al terminar un buen año el Gobierno nos saquea, son unos delincuentes. Aquí es imposible progresar.
– Ya que fumas –interrumpí– ¿te parece si pagamos la cuenta y continuamos esta conversación, con tu cigarrillo, en el parque que está frente al restaurante?
– No entiendo –me miró desconcertado– si tú no fumas. Y son las 11 de la noche y es invierno.
– Eso no importa. Lo que importa es pararnos en la mitad de ese parque para que escuches mi punto de vista.
Me miró intrigado. Su desconfianza de diluía en su experiencia conmigo: le había probado que soy un tipo de fiar. Pagó la cuenta y salimos. Ya en medio del parque, continuamos.
– Yo en mi país –sostuve– pago el 15% de IVA para prácticamente todo, pero además, un impuesto a la renta de aproximadamente el 25%.
– Eso necesito –exclamó mientras exhalaba una bocanada de humo– necesito un país donde no me roben las ganancias que son producto de mi trabajo.
– Pues bienvenido a ese país. Estas parado justo donde quieres estar –aseveré.
– No te entiendo – exclamó.
– Es sencillo. Si estuvieses en mi país, pagarías menos impuestos, es cierto, pero al fin y al cabo los pagarías y, ¿sabes qué? No podrías estar parado, fumándote ese tabaco, a casi la media noche, en la mitad de un parque mal iluminado.
– ¿Por qué no? –me interrogó.
– Porque para esta hora ya te habrían apuñado, estarías agonizante en el piso mientras otra clase de saqueadores se llevan todo. En mi país no podrías ir caminando a tu casa, o en bus, porque te asaltarían. Pero hablemos un poco más de ti. Eres un empresario muy exitoso. ¿Tus hijos estudiaron en un colegio privado?
– No, para nada –respondió aun un tanto sorprendido por mi crudeza– aquí la educación de calidad está en las escuelas públicas. Yo estudié en una y mis hijos van a la mejor escuela pública de la ciudad.
– Mira tú. Y cuando estudiaste economía en la universidad, ¿lo hiciste en una universidad privada? –seguí preguntando.
– No, en una universidad pública. La de esta ciudad es de las mejores del mundo.
– Mira tú –le respondí con una ligera sorna– y con todo el dinero que tienes, ¿en qué hospital dio a luz tu esposa a tus hijos? ¿En uno público o privado?
– Pues en uno público. Aquí son excelentes y con tecnología de punta.
– Entonces, nadie te está robando. Quizá para darte cuenta de que tus impuestos están regresando a ti en forma de prosperidad, deberías sacar tu dinero, deberían todos hacer lo mismo, y dejar desprovisto a este hermoso país del bienestar social del dinero que necesita para seguir siendo el mismo.
– Voy viendo a donde quieres llegar –aseveró.
– O quizá, dije divertido, deberías invertir en el mío, para que veas que lo que no pagas en impuestos pagarías en condominio cerrado, con cerca eléctrica, puerta de seguridad, auto blindado, hospitales privados, escuelas privadas, universidades privadas y, pese a todo, vivirás con miedo, con miedo a morir asesinado.
La conversación siguió un largo rato y, mientras yo hablaba, interiorizaba lo que yo mismo decía. Me di cuenta porque odio tanto pagar impuestos: porque no recibo contraprestación alguna. Así de simple.
Entrego el 25% de mis ganancias anuales, que son producto de mi esfuerzo personal, para recibir a cambio: sicariato, narcotráfico, hospitales abandonados, escuelas públicas paupérrimas, calles llenas de cráteres, policías desprovistos de tecnología, trasporte público de África de los sesenta.
¿Qué no daría yo por entregar en este país (el europeo que describo) el 60% de mis ganancias, a cambio de vivir sin miedo? Sin miedo a morir, pero sobre todo, sin miedo a estar vivo.
Miren, todos deberíamos amar pagar impuestos porque éstos se derivan de la idea misma de la sociedad. Soy liberal, no creo en el paternalismo estatal, pero pese a ello tengo claro que el fin del Estado es proveernos de lo básico y de mejor calidad: educación, salud, espacios públicos, seguridad. Nada más, nada menos.
El día que los humanos decidimos unirnos en comunidad y cedimos una pequeña parte de nuestra libertad para que un tercero, llamado gobierno, nos hetero-administre, decidimos también entregar parte de nuestros recursos para que ese gobierno pueda ejecutar su rol.
Pero si los gobiernos reciben impuestos y a cambio nos dan esta miseria, ¿por qué carajos seguir sosteniéndolos?
Esta no es una columna para incitar a la evasión de impuestos. Esta es una columna para incitar a la reflexión: quienes construimos el país somos los ciudadanos. Los gobernantes son meros administradores del dinero ajeno.
Esta es una columna de ideas primarias, sencillas, que nos lleven a pensar, a discutir en familia, a preguntarnos sobre el tipo de país que queremos; para que interioricemos la idea filosófica del sistema impositivo.
Pero esta, además, es una columna para Daniel y Luisa. Uno de ustedes va a ganar el mes que viene y les pregunto: ¿qué van a hacer con mi dinero? ¿Cómo van a gastar el fruto de mi trabajo diario? Si me piden que les entregue mí dinero, ¿qué me va a dar a cambio?
Esto es sencillo: nos les pido nada más ni nada menos que hagan que este título sea realidad y que un día me hagan gritar a los cuatro vientos: ¡amo pagar impuestos!
Es su obligación, Daniel o Luisa, hacer que en este país valga la pena vivir; que en este país valga la pena invertir; que en este país valga la pena quedarse, porque créanme, tenemos ya mejores opciones a donde partir.
Caso contrario, háganme el favor de cerrar el SRI, clausurar Carondelet y apagar las luces de este hermoso país, para que por fin sea enteramente de las sombras.