Canal cero
La silenciosa lucha de las niñas violadas
Doctor en Historia de la Universidad de Oxford y en Educación de la PUCE. Rector fundador y ahora profesor de la Universidad Andina Simón Bolívar Sede Ecuador. Presidente del Colegio de América sede Latinoamericana.
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Deben soportar una lucha tenaz contra los prejuicios, contra la incomprensión, contra el silencio, contra la propia familia y sobre todo contra ellas mismas. Casi siempre no las vemos, pero están allí. Son muy jóvenes, a veces niñas, las violadas que quedan encinta y no están en condiciones de criar un hijo. No saben qué hacer, no quieren acudir al aborto o no les dejan hacerlo.
En nuestro país el número de menores que se quedan encinta es escalofriante. La mayor parte han sido abusadas y violadas, con frecuencia dentro del propio hogar, por padrastros, padres, hermanos, tíos, abuelos, otros familiares o conocidos. También hay numerosos casos de abuso en los establecimientos educativos, en lugares públicos o sitios a los que han sido llevadas con engaños por sus violadores.
La lucha comienza con las secuelas del abuso y su repetición, muchas veces continua. Luego viene la angustia de saber si el embarazo se produjo, aunque en muchos casos la víctima no se da cuenta y se entera de su estado cuando ya está muy avanzado.
Y cuando ya hay certeza del hecho, además de los síntomas, debe sufrir las presiones de la familia, la angustia ante la posibilidad de abortar, la censura social y hasta nuevos actos de violación.
Si para una mujer adulta e informada la decisión del aborto es compleja, para una menor, peor si tiene 12 años, la posibilidad de dar a luz a la criatura en gestación es cuesta arriba.
Hay padres, sobre todo madres comprensivas que se comprometen a criar al nieto como hijo propio, incluso lo adoptan, pero otros expulsan del hogar a la embarazada y la abandonan a su suerte, hasta acusándola de que “ha provocado” al violador que, cuando es el sostén de la familia, sigue abusando de otras. Luego, una muchacha “con guagua” tiene una vida con dificultades adicionales para el trabajo y la posibilidad de ser considerada como “fácil”.
La alternativa del aborto es también compleja. Además de los temores y prejuicios, la gestante debe contar con sus padres o alguien quien le apoye, porque abortar es ilegal y cuesta plata. Y cuando ya se conoce donde se puede hacerlo, vienen las condiciones de insalubridad del procedimiento y el peligro de que deje secuelas y daños permanentes para la salud.
El aborto es un tema peliagudo. Por eso mismo el Ecuador debe afrontarlo con seriedad, con un debate a fondo y una solución definida: despenalizarlo. Y no porque así lo ha hecho buena parte de los países, sino principalmente porque de esa forma se evitan abortos clandestinos que provocan muertes, abusos y atropellos.
Haya conservado el vástago o haya abortado, la mujer, peor aún si es menor, queda expuesta a nuevos abusos o a enredarse en relaciones de violencia con hombres que creen que ya está “dañada” y pueden hacer con ella lo que les da la gana.
Las mujeres que pasan por este vía crucis y siguen adelante con su vida sin amargarse y con buena vibra, merecen que se le reconozca. Su heroísmo es igual o mayor al del que echa tiros en la frontera.