Columnista invitada
El buen Rubén

Licenciada en periodismo por la Universidad San Francisco y una master en Educación por la Universidad de Cádiz. Trabajó como redactora de noticias en la Agencia EFE y Ecuavisa. Tiene casi 20 años en la docencia.
Actualizada:
Conocí a Rubén una mañana de domingo de Carnaval, cuando fui al supermercado a comprar un par de cosas que necesitaba para los siguientes días de feriado. El lugar tenía poca clientela y menos trabajadores de lo habitual.
Después de pagar mis productos, empecé a empacarlos yo misma. Estaba totalmente ensimismada en mis pensamientos; no había tenido una buena noche y demasiadas ideas y preocupaciones pasaban por mi mente.
De pronto, escuché a alguien a mis espaldas que, con extrema amabilidad, preguntaba:
— Señorita, ¿me permite ayudarle?
Volteé a verlo con una sonrisa, ya que fue gracioso que a mi casi medio siglo de vida alguien me llamara “señorita”.
— No se preocupe —le respondí—, son pocas fundas y, además, no tengo conmigo ni un centavo en efectivo. No quisiera quedar mal no dándole una propina.
— Señorita, usted tranquila, ayudarle es mi trabajo y lo hago con todo el gusto del mundo —respondió.
Ante la insistencia de Rubén —cuyo nombre estaba etiquetado en la solapa del delantal que llevaba—, acepté su ayuda.
Mientras caminábamos hacia el automóvil, inició una conversación:
— Señorita, ¿cómo no voy a hacer mi trabajo con inmenso gusto y gratitud si, gracias a esta empresa y, sobre todo, a ustedes, los clientes, he podido educar y ver graduarse de la universidad a mis hijos?
Así supe que Rubén tiene tres hijos ya profesionales y con trabajo. Uno vive en Polonia, país donde tuvo la oportunidad de estudiar; otro es ingeniero, y su hija mayor, enfermera.
Recalcó que, para él y su esposa, la familia siempre ha sido una prioridad:
— Les he enseñado a mis hijos que deben apoyarse y protegerse entre ellos —dijo. Luego, con inmenso orgullo, me contó que su hija, gracias a su trabajo de enfermera, pudo ayudar a costear la universidad de su hermano menor en una época en la que la familia pasaba por una complicada situación financiera.
— Jamás yo le hubiera pedido que ayudara, lo hizo por iniciativa propia. Es porque siempre les he enseñado que tienen que ser solidarios los unos con los otros. Eso es ser hermanos —enfatizó.
Me comentó que ya estaba por jubilarse y que tenía muchos planes a futuro con su esposa:
— Ella siempre ha estado a mi lado. Juntos hemos trabajado y jamás nos hemos dejado vencer por nada, señorita —continuó—. Me ha apoyado en todos mis emprendimientos. Imagínese todo lo que hemos hecho: desde vender comida preparada hasta producir pequeñas palmeras ornamentales.
Supe así que tienen un “terrenito” en el que siembran algunos vegetales y donde pasan tiempo junto a sus hijos, quienes los visitan con frecuencia.
— Señorita, a veces las cosas se ponen difíciles, pero déjeme decirle una cosa: lo más importante es tener una familia unida y solidaria. Ese es el verdadero éxito en la vida. Claro que el dinero es importante, pero sin el amor de una familia, nada tiene sentido.
Ayudé a Rubén a guardar las fundas en el carro, cerré la puerta, le di un fuerte apretón de manos y me despedí con el compromiso de volver para darle la propina pendiente.
El buen Rubén, aquella persona que apareció en mi vida una fría mañana de domingo para tranquilizar mi mente y llenar mi corazón.
¡Gracias, Rubén!