Columnista invitada
¡Feliz día queridos profes!

Licenciada en periodismo por la Universidad San Francisco y una master en Educación por la Universidad de Cádiz. Trabajó como redactora de noticias en la Agencia EFE y Ecuavisa. Tiene casi 20 años en la docencia.
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Durante mi vida estudiantil, tanto en la escuela como en el colegio, siempre vi a mis profesoras como personas distantes y frías. Impartían sus clases magistrales en el aula y pasaban el resto del tiempo en una sala llena de humo de cigarrillo y olor a café. No recuerdo interacciones que no fueran por temas académicos. En la Universidad la situación fue algo diferente. Recuerdo las largas conversaciones que mantuve con maestros cálidos y humanos, como Carlos Freile. Él no sólo hizo que ame el popular Principito, sino que, al generar conexiones emocionales e intelectuales positivas con sus estudiantes, logró que todos nos sintiéramos seguros y felices en sus clases, actitud que redundó en un mejor aprendizaje.
Con el paso del tiempo la vida me llevó por rumbos diferentes al de mi carrera universitaria de periodista para ingresar a la docencia, en la que laboré por casi una veintena de años. Esta experiencia me permitió adquirir una mejor comprensión y mayor sensibilidad sobre el trabajo de los maestros y ser menos crítica de quienes fueron mis profesores mientras fui estudiante, en la escuela, el colegio y la universidad.
¡Qué tarea complicada es ser docente! Una profesión para la que, además de vocación, se necesitan especiales atributos, pues el trabajo del maestro va mucho más allá de impartir conocimientos; exige además grandes dosis de paciencia y resiliencia, no únicamente en el trato con los estudiantes sino también en lidiar con algunos padres de familia, relación a veces más compleja que con los propios alumnos.
Frecuentemente los maestros se topan con padres y madres resueltos a justificar cerradamente los malos comportamientos de sus hijos o negar problemas de conducta o de aprendizaje evidentes y manifiestos: “Qué extraño, en casa mi hijo no es así”, “eso debe haberlo aprendido en el colegio porque entre nosotros jamás se dicen esas cosas”, “si mi hijo es inmanejable en el aula es porque usted no sabe cómo tratarlo”, “de ser sus clases más divertidas mi hijo no distrajera a sus compañeros”, “usted está equivocada, mi hijo es incapaz de hacer algo así”.
Debo por cierto reconocer que también me encontré con padres, madres o cuidadores muy comprometidos con la educación de sus hijos, que ponían límites claros a sus conductas y que siempre estaban dispuestos a escuchar y colaborar cuando el colegio les llamaba para tratar algún problema, reuniones que me llenaban de fe y optimismo sobre el futuro de mis alumnos.
Es verdad que puede haber malos profesores, como los hay en todas las profesiones, pero hoy que celebramos el Día del Maestro, quiero aprovechar la ocasión para expresar mi aprecio, admiración y respeto a todos aquellos maestros que llegan al aula con una sonrisa en el rostro y buena voluntad para formar y educar, sin importar los problemas que en sus vidas lleven consigo.
Para cumplir sus responsabilidades muchos docentes pasan noches en vela, sacrifican su tiempo de descanso y dejan de lado a su familia, para ayudar y animar a un alumno que ven triste o desmotivado. Enfrentan reclamos injustos con altas dosis de tolerancia y con el corazón por delante escuchan y guían a sus alumnos pensando que su responsabilidad va más allá del aula.
A todos esos maestros que dan más de lo que deben o pueden, que se preocupan sinceramente por sus alumnos, que hacen que cada alumno se sienta importante, en este día del Maestro les digo gracias. Algunos más de una vez han pensado “tirar la toalla”, pero su amor a la profesión y sobre todo a sus alumnos, hace que sigan cada día dando lo mejor de sus conocimientos y experiencias. Deben estar seguros de que su impacto positivo en la vida de cada uno de los estudiantes es importante, a pesar de que su trabajo no siempre sea valorado o reconocido por padres de familia o autoridades de la institución. Esos chicos jamás se olvidarán de ustedes así como yo todavía recuerdo con inmenso cariño “al Carlitos Freile.