En la primera inauguración de Donald Trump, la de 2017, llovió, llovió en pleno discurso del presidente. Y lo sé bien, porque en el momento en el que comenzó a hablar y ya no había ocasión de hacer entrevistas en vivo a sus seguidores, saqué la libreta y empecé a tomar notas de sus palabras. Las gotas empezaron a caer sobre mis manos y sobre el papel, emborronando la tinta de lo que escribía. Por la tarde, justo antes del baile protocolario con el que termina la majestuosa jornada, dijo sin despeinarse: “La lluvia no llegó, terminamos el discurso, nos fuimos dentro, entonces cayó un poco y luego volvimos a salir”.
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En la primera inauguración de Donald Trump, la de 2017, llovió, llovió en pleno discurso del presidente. Y lo sé bien, porque en el momento en el que comenzó a hablar y ya no había ocasión de hacer entrevistas en vivo a sus seguidores, saqué la libreta y empecé a tomar notas de sus palabras. Las gotas empezaron a caer sobre mis manos y sobre el papel, emborronando la tinta de lo que escribía. Por la tarde, justo antes del baile protocolario con el que termina la majestuosa jornada, dijo sin despeinarse: “La lluvia no llegó, terminamos el discurso, nos fuimos dentro, entonces cayó un poco y luego volvimos a salir”.
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