Matrix política
¿Debate presidencial o 100 ecuatorianos dicen?
Consultor Político con 20 años de experiencia en campañas electorales, comunicación de Gobierno y gestión y management de la crisis. Catedrático universitario y conferencista en varios países de América Latina y en España.
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Una de las más importantes acepciones que la Real Academia de la Lengua Española le da al verbo debatir es: “Discutir un tema con opiniones diferentes”.
Y es que resulta absolutamente evidente que, en un debate, y muchísimo más si se trata de un debate presidencial, lo que se espera es que haya una mínima contraposición no sólo de ideas, de conceptos, pero sobre todo de visiones de país que, además, suelen estar atravesadas (es lo normal) por la concepción ideológica de cada uno de los candidatos.
Pongamos un ejemplo un poco traído de los cabellos pero que puede servir para ilustrar el punto: tenemos dos candidatos en un debate presidencial, uno que representa a la extrema izquierda y otro que hace lo propio con la extrema derecha. El público está ávido de mirar sus intervenciones para tomar una decisión de a quién le va entregar las riendas del país y, con ellas, el futuro suyo, de su familia y las generaciones que vendrán.
El candidato A (de extrema izquierda) señala que su visión para arreglar los temas del país se basa en un modelo absolutamente estatizante, en donde todos y cada uno de los movimientos de la parte económica y social pasen necesariamente por el Gobierno. La inversión será a través de obra pública, las clases más desprotegidas estarán cobijadas por bonos y ayudas sociales, la comunicación se centralizará en los medios oficiales y la política exterior la marcará las relaciones con Rusia, Irán, Cuba, Nicaragua y Venezuela.
El turno para el candidato B (de extrema derecha) que señala que la forma de dinamizar la economía será a través del privado. Que se ha demostrado que el público es pésimo administrador y que por eso se vendrán una ola de concesiones y privatizaciones. Que no hay mejor plan social que el empleo y que para eso se flexibilizará absolutamente las formas de contratación por horas o por giro de negocio. Que la comunicación hará que sólo los medios que tengan credibilidad sobrevivan y que la política exterior irá de la mano de Estados Unidos, Israel, la Comunidad Europea y la Argentina de Milei.
Fin de la primera parte del debate: exposición de argumentos.
Inicio de la segunda: contraposición de ideas.
El candidato A refuta al candidato B y le dice: que la empresa privada sólo persigue el lucro, que va a abandonar a los más pobres, que las privatizaciones consisten en ceder la capacidad del Estado para poder regular el mercado y que eso sólo terminará en hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Fin del candidato A.
El candidato B espeta al candidato A que la función pública está plagada de corrupción, que la burocracia es lenta y conspirativa, que quiere conculcar libertades y va a intentar cooptar todos los poderes. Que alinearse con el eje del mal sólo nos traerá aislamiento y sanciones a nuestros productos de exportación. Fin del candidato B.
Guardando las distancias, esto es lo MÍNIMO que se puede esperar de un debate. Que los ciudadanos podamos ver dos modelos contrapuestos bajo nuestro ojo crítico y que sólo ahí podamos tomar una decisión responsable de bajo qué proyecto de país queremos criar a nuestros hijos y vivir en nuestro suelo.
Lastimosamente, mucho me temo que en los debates que ya han transcurrido y los que vendrán, no veremos nada de eso. El CNE con una visión absolutamente miope no entiende que un debate no es un programa de preguntas y respuestas, ni un concurso de quién se aprendió, coach mediante, mejor el libreto para presentarlo en un set de televisión.
Ya ni siquiera me voy a referir al gigantesco despelote que puede llegar a significar 16 individuos en un set todos juntos, pegados para que entren en cámara, y hablando al mismo tiempo. Mejor tomo el control de la tele y pongo “100 ecuatorianos dicen” que seguramente será más entretenido. Así nos va…