Madres guerreras y su lucha por encontrar justicia para sus hijos
En la búsqueda de justicia, las madres de personas desaparecidas y asesinadas pelean para que los casos de sus hijos no queden en la impunidad.
Sara Sabando, Alexandra Córdova, Elizabeth Otavalo, Elizabeth Rodríguez, Luz Elena Arismendi
Autor:
Actualizada:
Compartir:
"La creían loca. Porque así llaman a las madres que reclaman por sus hijos. Locas de dolor. Pero, muy cuerdas para hacer justicia", dice María Fernanda Restrepo.
En 1988, Luz Elena Arismendi, madre de Fernanda, se convirtió en un símbolo de esta lucha. Entonces era una voz solitaria que gritaba contra el rostro de la indolencia.
Sus hijos, Andrés y Santiago Restrepo, desaparecieron luego de que la Policía los arrestara. Luz Elena los esperó noches enteras. Hacía plantones afuera del Palacio de Carondelet.
Pero "sus niños" nunca volvieron. Nadie los encontró. Y ella murió siete años más tarde, en 1994, con dolor. Y sin saber la verdad.
El crimen de María Belén Bernal —cuyo cuerpo fue hallado el 21 de septiembre de 2022 en el cerro Casitagua, al norte de Quito— ha revivido las historias de las madres que han perdido a sus hijos: Lourdes Mejía, Alexandra Córdova, Elizabeth Rodríguez, Sara Sabando y Kathy Muñoz.
No todas se conocen entre ellas, pero tienen un solo enfoque: justicia por los seres amados que ya no están.
Ellas han debido levantar "la bandera del reclamo y de la indignación" en este país. Lo hizo Elizabeth Otavalo el 11 de septiembre de 2022, cuando su hija María Belén, de 34 años y abogada, entró a la Escuela Superior de Policía para visitar a su esposo, el teniente Germán Cáceres. María Belén no salió con vida de ese encuentro.
Desde entonces, Elizabeth recorrió en búsqueda de María Belén caminos de canteras y montañas vacías. Sudaba. Lloraba. Y seguía. Solo ella sabe si en alguno de esos "largos y amargos días" pudo dormir sin pensar en su hija perdida.
"Siempre retomo la búsqueda de mi hija, eso téngalo por seguro", le dijo con firmeza a PRIMICIAS, poco antes de que cayera sobre ella el dolor de enterarse de que María Belén había sido hallada muerta.
Pero no se rindió. Y no lo hará.
"Mi hija ya es un ángel. Pero esto no termina aquí, sino cuando los malhechores hayan pagado".
Elizabeth Otavalo
Sin respuesta
"Me solidarizo con doña Elizabeth", dice Lourdes Mejía mientras trapea las baldosas de un galpón enorme.
A sus espaldas hay cientos de afiches con los rostros de niños, adolescentes, adultos, ancianos, pegados en las paredes de Desaparecidos Ecuador (Desendor), una asociación no gubernamental y sin fines de lucro que ella dirige.
El 15 de enero de 2010, la hija de Lourdes, María Fernanda Guerrero, de 25 años, acudió a un encuentro con su esposo —de quien estaba separada— para hablar de sus hijos. Nunca más volvió.
Pegó afiches con las fotos de María Fernanda, hizo plantones, se enfrentó a la Justicia. Hasta hoy no sabe nada de ella. Y llora incansablemente.
"Una madre nunca deja de golpear puertas en busca de esa justicia que un día nos quitaron", suelta Lourdes con impotencia.
Esa misma impotencia siente la mamá de David Romo, Alexandra Córdova, desde el 16 de mayo de 2013, cuando su joven hijo salió de la Universidad Central, donde estudiaba Comunicación Social, hacia su casa en Quito.
David nunca llegó a casa y su última llamada fue a las 22:22 de ese día.
Una hora y una fecha que marcaron para siempre a Alexandra.
"Es un dolor tan grande, una angustia. Un día desaparecen a tu hijo y no hay respuesta de parte del Estado".
Alexandra Córdova
Alexandra también recorrió montañas, quebradas e, incluso, morgues. Pero sin resultados.
Han pasado nueve años y cuatro meses, y en ese lapso, asegura Alexandra, crearon una teoría macabra: que David Romo había sido asesinado e incinerado.
"Se han cometido tantas irregularidades y las autoridades no dan una explicación", dice Alexandra. El pesado silencio de la impunidad está ahí. El caso no se ha cerrado, todavía investigan el paradero del joven, quien ahora tendría 30 años.
Mientras tanto, a su madre solo le queda ver las fotos de aquel David sonriente, el David con sueños, de su pequeño David que no está más.
Sentencia sin reparación
Elizabeth Rodríguez es la mamá de Juliana Campoverde. No ve a su hija desde el 7 de julio de 2012.
Dice que la desaparición de Juliana ha dejado un vacío profundo en su alma y una incertidumbre con la que "no se puede vivir".
Aunque el pastor evangélico Jonathan Carrillo fue sentenciado a 25 años de cárcel en este caso, por el delito de secuestro extorsivo con resultado de muerte, "sin Juliana no tenemos justicia", dice Elizabeth.
Buscaron a Juliana en una quebrada, en Quito, donde el pastor Carrillo dijo que la había lanzado. Allí encontraron cuatro restos humanos. Dos eran indeterminados y dos no correspondían al ADN de Juliana, quien en ese entonces había cumplido 18 años.
Durante las horas que Elizabeth Rodríguez ha destinado para ir tras las huellas de Juliana, ha sacrificado el tiempo con sus otros hijos. Ha gastado sus ahorros. Y se ha convertido en una agente improvisada para atar cabos y recolectar pistas.
"Al Estado no le interesa cuando desaparece una persona. Por eso nos toca luchar", dice la madre, mientras el mundo pasa por la ventana de su local, en el que vende medicinas naturales.
Hasta ahora espera la reparación integral prometida, tras la condena del pastor.
"Fuerte como una roca"
"Nuestro corazón está destrozado desde que nos arrancan a nuestras hijas", dice Sara Sabando, madre de Naomi Arcentales. La joven, de 23 años, fue hallada sin vida en un hotel de Manta.
Aunque al principio se dijo que era un suicidio, más adelante la investigación apuntó a que es un femicidio. El principal investigado es la pareja de Naomi, un fiscal que está en libertad.
"Estoy indignada con lo que está pasando. El presidente (Guillermo Lasso) no se inmuta. Las leyes son corruptas", asegura la madre con dolor.
Con ella concuerda Kathy Muñoz, la mamá de Lisbeth Baquerizo, una ingeniera comercial que fue asesinada el 21 de diciembre de 2020, en Guayaquil. Luis Hermidas, su pareja, es el sospechoso.
Kathy reclama por las irregularidades en el caso, cuando quisieron hacer pasar la muerte de Lisbeth como accidental.
Y también ha peleado con la Justicia. "Nos obligan a suplicar. Y cada lágrima que hemos derramado ha sido considerada como basura", se lamenta.
"Mi madre, Luz Elena Arismendi, era como una leona en la Plaza Grande", recuerda María Fernanda Restrepo.
Como muchas otras madres que nunca se cansan y nunca olvidan.
Compartir: