Un día en el claustro: muchos sabores y pocas monjas
El Monasterio de Santa Clara, en Quito, ya no tiene aspirantes al servicio religioso como años atrás. Explican las razones y abren las puertas para mostrar cómo es un día en el claustro.
Las monjas de Santa Clara preparan pizzas para la venta.
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Tenía 15 años cuando decidió ser monja. Motivada por un sacerdote de su colegio, Gabriela Cuenca confirmó que esa era su vocación. Entonces, viajó hacia Quito desde su natal Loja para empezar una vida religiosa.
Sus padres insistían en que terminara sus estudios. Pero dice que el llamado de Dios era más fuerte.
Durante 24 meses se preparó para ser misionera. Es decir, una hermana de vida activa que recorre las calles y viaja a otros países para ayudar a los más pobres.
Pero al cumplir los 17 años, Gabriela golpeó las puertas del Monasterio de Santa Clara, situado en el centro de Quito, y Carmela, la abadesa de aquel entonces, la acogió.
Tres décadas después, la hermana Gabriela recibe a PRIMICIAS en la Portería de clausura.
Un lugar santo
Son las 10:00 del 17 de noviembre de 2022. Tras ingresar a una fría habitación, sobre una puerta de madera antigua que conduce a las entrañas del convento, se lee: "Este lugar es santo". Allí viven las monjas de claustro. Y nadie puede pasar, a menos de que la madre superiora otorgue un permiso.
"Ustedes lo tienen", dice la hermana Gabriela, de 50 años, refiriéndose al equipo de PRIMICIAS.
Tras cruzar el pórtico no se escucha el sonido de los carros ni el bullicio. Apenas el croar de una rana rompe con el silencio que habita en el patio central del monasterio, que fue levantado en 1596 y hoy es el segundo más antiguo de la capital.
Las paredes impenetrables guardan celosamente la historia de 426 años. Y también una exposición de 61 obras del arte barroco quiteño de Miguel de Santiago, Caspicara, entre otros.
En los pasillos hay cuadros de santos, santas y cruces. La hermana camina por uno de ellos hasta llegar a la panadería. Sobre un mesón hay un balde azul lleno de masa.
La religiosa se pone un mandil y, mientras hace bizcochos, cuenta que ya no hay tanta entrega como antes. Las mujeres ya no quieren ser monjas, según dice, porque les "atrae el mundo. Les atraen las cosas materiales".
Las jóvenes que llegan al monasterio son "volubles" y, por esa razón, "ha bajado el número de aspirantes", sostiene la hermana.
Según el Anuario Pontificio 2022 y Anuario Estadístico Eclesiástico 2020, en el mundo de las religiosas profesas (que han ingresado a una congregación u orden, haciendo votos de obediencia, pobreza y castidad) se muestra una dinámica decreciente.
Han pasado de 630.099 en 2019 a 619.546 en 2020. La baja se ha dado en Europa y América.
Para convertirse en monja se requieren nueve años de formación, entre la etapa de ser aspirante, el postulado, noviciado y el juniorado. Actualmente, en el convento de Santa Clara viven 17 religiosas franciscanas, y apenas hay una postulante. En años anteriores —afirma Gabriela— había entre dos y tres.
"Somos pocas monjas, pero por la gracia de Dios este monasterio no va a morir. Habrá más personas que vengan".
Hermana Gabriela Cuenca.
Una vida conventual con mucho sabor
Las hermanas clarisas se levantan todos los días a las 04:30. Media hora después ya están en el coro alto de la Iglesia de Santa Clara, rezando la oración de Laudes.
Luego hacen meditación, rezan otra vez, invocan a la Santísima Trinidad, van a Misa y comulgan. Desayunan pancito con leche o agua de hierbas. Tienen un momento de silencio y después de las 09:00 cada una se retira a cumplir con sus labores.
La hermana Gabriela hace bizcochos. Pero en general las monjas producen desde roscas o miel de abeja obtenida en su propio huerto hasta vino de consagrar y hostias.
Además, las monjas se han modernizado: usan celular y han aprendido a preparar pizzas.
En la entrada al monasterio hay una mesa donde venden cremas y jarabes para los males.
La hermana Gabriela recita de memoria algunos productos: "Torval: 10 gotitas para poder dormir". "Jarabe de rábano, una cucharadita para el dolor de los huesos". "Jabón de sábila, una solución para la caspa". "Crema de pepinillo para las espinillas".
Entre estos resalta la gelatina de pichón, la cual sirve para niños con anemia y ancianos con insomnio. Está hecha a base de pata de res, maíz, frejol, habas, naranja y el ingrediente estrella: carne de pichón de paloma.
La sala de fraternidad, el huerto y el cementerio
Si hay algo que da curiosidad conocer en un convento de claustro es el huerto.
Pero antes de llegar a este, hay una habitación enorme e iluminada. Es la sala de fraternidad, donde las monjas de mayor edad conversan y se ríen. Algunas solo se quedan sentadas, como Carmela, la hermana que acogió a Gabriela hace 32 años.
"Ella me salió una maravilla de monja", dice tras una carcajada.
Carmela tiene 94 años y es una de las monjas más antigua del convento.
Estudió hasta el tercer año de Pedagogía en la Universidad Central, y a los 23 años dejó su carrera para entregarse a la vida de Dios.
Desde donde está sentada la hermana Carmela se ve el huerto y cuatro invernaderos.
Hay cebollas, coliflor, ruda, maíz, "acelga para la sopita", horchata para las aguas que venden, y, dentro de los invernaderos, tomates rojísimos.
En una esquina de aquel terreno están las tumbas. Desde 1999 hasta 2022 han fallecido cinco monjas.
A las 12:00 suena la campana, todas van a rezar. Luego almuerzan, ven noticias de Ucrania y de Ecuador para orar. Algunas juegan básquet y más tarde vuelven a sus labores. Elevan plegarias, cenan, ven novelas de santos. Y a las 21:00 se duermen, al siguiente día hay que madrugar.
Las hijas de la caridad
A unos metros del convento de Santa Clara está la Casa Provincial San Carlos, donde viven las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. El 29 de noviembre de 2022 celebran los 389 años de fundación. Pero a Ecuador llegaron desde Francia en 1870.
Ellas no son monjas, explican sor Inés Arévalo, de 60 años, y sor Nancy Brito, de 67.
Usan hábito, velo y medallas de la virgen. Son religiosas, aman a Jesucristo, pero no se quedan enclaustradas. Ellas salen a la calle y atienden las necesidades de los más pobres.
Son misioneras y su objetivo es la salud, educación y obra social. Estuvieron a cargo del Hospital San Juan de Dios y fueron pioneras en enfermería.
Hasta 1967 eran reconocidas por usar corneta en la cabeza: una toca con alas. Pero con los años su indumentaria fue cambiando. Eso está registrado en 'Las Salas de Recuerdo', que es un museo de las Hijas de la Caridad, y cuya dirección está a cargo de sor Nancy.
En esta Sala tienen alrededor de 10.000 fotografías, cuadros de santos, figuras de la Virgen María, reliquias de mártires y todo perfectamente conservado.
Vendían hostias y vino, pero ya no puesto que todas tienen su formación profesional y es así como ellas obtienen ingresos que van a la caja común de la comunidad.
En 19 provincias del país hay 270 religiosas, dice sor Inés. Solo en Quito viven 25, y el promedio de edad es de 60 años. "Hay algunas que se han retirado por situaciones familiares, por asuntos personales o porque dejaron la oración", detalla.
Las misioneras también enfrentan una falta de postulantes, así como las monjas.
La formación para ser enviadas a misiones dura cinco años y pueden ingresar mujeres que tengan mayoría de edad. Actualmente, hay cuatro jóvenes en seguimiento, tres prepostulantes y una postulante. Pero, 30 años atrás, había 26 hermanas en el seminario, dice sor Inés.
"No hay que tener pena ni miedo de que no haya vocación, la gente luego volverá a creer".
Sor Inés Arévalo.
Nota de la Dirección: A raíz de la publicación de este reportaje, que habla sobre un grupo de mujeres que dedica su vida a la espiritualidad y que obtiene su modesto sustento con la venta de bizcochos, cremas, hostias y jarabes, producidos por ellas mismas, se han vertido comentarios de odio en redes sociales y algunas de las religiosas han sido víctimas de acoso.
Es necesario que, como sociedad, reflexionemos sobre el respeto y sobre los más elementales valores para la convivencia. Como público, nuestra obligación es leer las noticias completas, antes lanzar comentarios en redes sociales que puedan causar daño a personas que solo buscan el bien.
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