'Venesolanda', un imán para el comercio y los inmigrantes
Solanda, una parroquia del sur de Quito, fue rebautizada tras la llegada de cientos de extranjeros, quienes encontraron allí una fuente inagotable de ingresos porque es popular, comercial y llamativa. En 2022, muchos han partido hacia Estados Unidos.
Carolina Mendoza sirve dos tequeños en su negocio de comida, cerca de la avenida La Jota.
Emerson Rubio / PRIMICIAS
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En la avenida Solada, sur de Quito, hay una papelería donde venden arroz y una perfumería donde venden helados. También un centro médico, dentista, fruterías y tiendas de abastos, una cancha de fútbol, barberías en cada esquina, marisquerías y una pescadería.
El comercio allí no tiene límites. O sí: un kilómetro de longitud, pero da igual. Sigue floreciendo hacia el cielo, por casas angostas de hasta tres pisos, y se derrama hacia pasajes estrechos. Será por eso que es tan atractiva, llamativa y popular.
Esta avenida se sitúa en el corazón de la parroquia Solanda. Con 130.000 habitantes, es quizá la más poblada de la capital, según datos del Municipio.
Pero Solanda ya no es Solanda. Desde hace unos cinco años, con la llegada de cientos de extranjeros, algunos de sus residentes la rebautizaron con humor.
La llaman 'Venesolanda'.
Sin embargo, un nuevo flujo migratorio ha tocado a esta parroquia: el sueño americano ha renacido en muchos venezolanos.
Son parte de la parroquia
Suenan por los parlantes de locales abiertos canciones de Karol G y Bad Bunny. Corre un viento mañanero que empuja el esmog hacia las fosas nasales.
Las personas caminan apresuradas, como si fueran a perder el bus o el empleo. Y las que no, van a comprar el pan en chanclas y shorts deportivos que usan como pijama.
Los venezolanos se han mimetizado en el ambiente. Ya son parte de esta parroquia, como Adelis Peña, quien vende empanadas en una esquina de la avenida Solanda.
Su puesto, un carrito metálico con una cocineta que funciona con una bombona de gas doméstico. Tiene un nombre típico de la ciudad donde nació: 'El Maracucho', "así nos dicen a nosotros, a los que somos de Zulia, Maracaibo", cuenta entre risas.
Llegó a Ecuador en 2019. Decidió quedarse en Solanda porque -dice- es un sitio "tranquilo y sano". La renta de un departamento no es cara si se compara con la de otros barrios quiteños. Oscila entre USD 130 y 200.
En marzo de 2022, el precio promedio de los alquileres de propiedades en Quito llegó a USD 422 al mes.
La proliferación del comercio es otro punto a favor. Es como miel pura para un enjambre. "El que quiere vivir cómodo que se quede en Solanda o Venesolanda", dice Adelis Peña.
Desde hace tres años vende en esa misma esquina. Sus empanadas son hechas con harina pan de choclo. Este ingrediente le da un "toquecito venezolano". Un pedacito de su terruño.
Sus clientes ya no son solo sus paisanos, sino también ecuatorianos que están cansados del plátano verde. Lo llaman vecino. Y son amables.
Pero al principio, confiesa, sí sintió xenofobia (rechazo a los extranjeros). Pasaban empujando su puesto o a la gente. Ya no.
Cuenta que debido a la crisis y a la inseguridad que enfrenta Ecuador, hace tres meses su hijo se fue caminando a Estados Unidos. Pero no pudo llegar. Está varado en México, lamenta su padre a 4.000 kilómetros de distancia.
Un nuevo destino
Unos 33.000 venezolanos llegaron a la frontera sur de Estados Unidos solo en septiembre, según un reporte de BBC Mundo. En 2022, hubo un incremento de llegadas en un 239% respecto al año anterior.
Frente a ese, en octubre Washington decidió que los venezolanos que crucen la frontera a pie o nadando serán devueltos inmediatamente a México. Una medida drástica que no ha frenado las ilusiones de los extranjeros.
De los 35 familiares de Peña que residían en Solanda, solo quedan 12. Lo demás han partido a Estados Unidos durante este año.
Daniel Regalado, presidente de la Asociación Venezuela en Ecuador, lo confirma. Muchos han aprovechado el 'parole migratorio', una especie de permiso para ingresar o permanecer en Estados Unidos.
Aunque la situación actual es diferente con el cierre de la frontera.
Algunos permanecen en México o Panamá. Otros han vuelto a Venezuela para gestionar desde allí los documentos necesarios, a través del 'Plan vuelta a la patria'. El Gobierno de ese país ha coordinado con Ecuador 61 vuelos humanitarios.
Según los registros de Regalado, al menos 200.000 venezolanos han salido de Ecuador desde octubre de 2021 hasta noviembre de 2022.
Es un gran número si se toma en cuenta que entre 2015 y 2019 ingresaron casi 400.000 venezolanos, revela el estudio 'Una etnografía a escala barrial de la población venezolana en Quito', publicada en Flacso Andes.
Algunos extranjeros que viven en Ecuador continúan en estado irregular.
Con empeño todo es posible
Mientras sirve dos tequeños (dedos de queso) a una mesa, Carolina Mendoza dice que los venezolanos que se van de Ecuador son "gente de poca fe".
Cuando llegó al país, no tuvo otra opción que vender limones en la calle. Cinco años después, es dueña de una conocida hueca de comida en plena Solanda: El Rincón del Sazón.
Su puesto está cerca de la calle José María Alemán. Todos la llaman 'La Jota'. Es famosa porque en un kilómetro de longitud hay de todo un poco, desde zapatos a USD 5 hasta micheladas de mango por USD 0,50. Es popular. Bulliciosa. Y un imán para las ventas.
Eso Mendoza, de 37 años, lo sabe bien.
"Yo estoy bien aquí. El día que me vaya será a mi tierra".
Carolina Mendoza.
Habla de todas las bondades de 'Venesolanda'. El sector es tranquilo. Los findes de semana y en las noches hay más movimiento. Las personas la han tratado bien.
Algo parecido le ha sucedido a Orlando Pérez, de 35 años. Llegó a Solanda porque otros familiares estaban situados allí. Encontró trabajo en el Aeropuerto Mariscal Sucre, en Tababela, cargando cajas. Pero hoy es barbero.
Cuenta que se ha adaptado a la parroquia. No será una 'Caracas chiquita', como decían al inicio, pero asegura que es "chévere" conocer la cultura de otro país.
"Si me voy de Ecuador sería solo para regresar a Venezuela".
Orlando Pérez.
A unos minutos de allí, en un local que vende maquillaje, brochas, secadoras de cabello, está una hoja de papel pegada a la ventana: "Se solicita señorita ecuatoriana con buena presencia".
PRIMICIAS ingresa al local y pregunta por qué aquel requisito de nacionalidad.
Yésica Curiel, de 26 años y nacida en Venezuela, está detrás del mostrador. Explica que los dueños buscan a ecuatorianos porque en los últimos meses los extranjeros consiguen el trabajo, reúnen un poco de dinero y se van a Estados Unidos.
Eso provoca inestabilidad al negocio. "No tienen nada que ver con xenofobia", asegura.
"Perjudican el uso del espacio"
En el mercado, en su quisco, está Juan Ramón Navarrete. Él es el presidente del Comité Pro mejoras del Sector 4 de Solanda, que comprende hasta una parte de 'La Jota'.
Aunque los extranjeros dicen que esta parroquia los ha acogido con amabilidad, Navarrete señala que "para nosotros no ha sido tan amigable la actitud de los extranjeros, quienes se han posicionado con sus negocios y emprendimientos"
"Eso ha perjudicado el uso del espacio de suelo de los moradores, de quienes vivimos aquí", insiste.
Él dice que la gente no protesta por "temor". Los ecuatorianos con los que PRIMICIAS intenta conversar prefieren no decir nada.
Navarrete está consciente de que la parroquia es muy atractiva para los venezolanos por el comercio.
Pero no siempre fue así.
En los años ochenta, en Solanda, se llevó a cabo un programa de vivienda que hizo Sixto Durán Ballén. Fue denominado 'Piso-Techo' y consistía en un cuarto con un baño. No había teléfono, luz, agua.
A Navarrete le adjudicaron una de esas casas. Pronto, él debió derrocar y construir una nueva, con cimientos para levantar más pisos. Muchos hicieron lo mismo.
Hoy, en 'La Jota' o en la avenida Solanda se puede observar cómo muchas de las propiedades están apiladas y tienen más de cuatro plantas. En su mayoría han dejado los primeros pisos para locales comerciales que, según Navarrete, se arriendan hasta en USD 1.000.
También quedan algunas viviendas a las que denominaban casa-puente, porque por debajo de ellas había pasajes para la circulación, los cuales han sido ocupados actualmente.
De a poco, la parroquia se volvió cada vez más comercial. Navarrete afirma que ese crecimiento se debe al empeño de su misma gente, la que ha hecho de esta zona un imán para ecuatorianos, colombianos y, por supuesto, venezolanos.
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