El Valle Hermoso quedó destrozado tras la inundación
El desbordamiento del río Blanco, la madrugada del 18 de marzo de 2023, dejó casas dañadas y 75 familias damnificadas en Valle Hermoso. PRIMICIAS recorrió esta parroquia rural, donde están presentes los rezagos de una tragedia.
Franklin Villafuerte mira las ruinas en las que se convirtió su casa en el barrio Don Kléber.
PRIMICIAS
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Valle Hermoso quedó convertido en un cementerio de muebles devorados por fango maloliente. Hay casas que ya no son casas, sino estructuras vacías y desvencijadas. Los patios se han convertido en depósitos de basura, botellas, cañas.
Y sus habitantes transpiran miedo y dolor bajo los 29 grados centígrados que sofocan a esta parroquia rural de Santo Domingo de los Tsáchilas.
Valle Hermoso no era así.
La madrugada del 18 de marzo de 2023, el río Blanco, que atraviesa por el costado este del poblado, se desbordó como nunca. Las aguas turbias y rebeldes invadieron el pueblo, la iglesia, las viviendas, las calles. Entonces, dejó de ser un valle hermoso.
En las entrañas de Virgen del Cisne
Son las 11:00 del lunes 20 de marzo de 2023.
Patricia Álvarez barre lo imposible: lodo petrificado que no se va nunca. Quiere limpiar la entrada de su casa, que se ubica en el barrio Virgen del Cisne, uno de los más afectados.
El barrio se asienta a las orillas del río Blanco. La calle principal es la Amazonas.
Patricia deja la escoba y recuerda cómo fue la madrugada de la inundación. Eran las 02:30. Dormía plácidamente cuando su vecino empezó a pitar. Su cuñada le gritaba: "¡Despierta!". Ella abrió los ojos y el agua le llegaba a la cintura. La refrigeradora nadaba en la sala.
Entonces, corrió. Corrió mucho hasta llegar a la casa de un familiar, subió al segundo piso y en ese lugar ella y muchos otros habitantes de Valle Hermoso hallaron refugio.
"¡Vecina!, ¡vecina!, venga que están entregando kits de alimentos", interrumpe la entrevista una señora que se aleja inmediatamente. Patricia la sigue (y nosotros también). A unos metros de allí está un camión lleno de cosas: alimentos, cobijas, ropa, zapatillas.
Las personas hacen fila. Reciben una funda de lo que sea y se van, como Patricia (a quien no la volvemos a ver). Las donaciones -grita el repartidor- no son de ningún político ni de ninguna institución, sino de los finqueros de las tierras cercanas.
Entre la gente aparece Rosa Sánchez, nacida hace 40 años en Valle Hermoso. Ella lamenta la pérdida de sus 40 pollitos. El lodo también se llevó los electrodomésticos y algunos quedaron inservibles.
"Venga para que vea", dice la mujer.
Atraviesa una sala sucia, un pasillo oscuro y una cocina cuya puerta trasera da un patio donde han quedado los 'cadáveres' eléctricos. Abre la refrigeradora y salen cientos de mosquitos que han estado devorando los alimentos dañados.
De vuelta a la sala, Judith Sánchez saca el agua con una escoba. Y cuenta que es hermana de Rosa, que es docente y que vivía en Pedernales, Manabí, cuando ocurrió el terremoto de 2016. Perdió todo. Entonces, regresó a Valle Hermoso, donde -otra vez- perdió todo. Hasta la computadora en la que preparaba sus clases está dañada.
Las dos hermanas piden ayuda a las autoridades. Es un ruego.
A unas tres casas, Estuardo Vargas -mirada perdida- está sentado en la vereda. "Es la primera vez que pasa algo así", lamenta el hombre, quien habita más de 40 años allí. "Esto se convirtió en un mar", dice. Se le quiebra la voz. Y llora.
Para Estuardo, la inundación no solo es una consecuencia del fuerte invierto y las lluvias. Él cree que algo más está detrás. "Abrieron una represa río arriba", suelta el hombre sin apuntar a nadie. Sin dar más detalles. Pero encuentra en esa hipótesis una justificación para que se haya inundado el pueblo y hasta se dañara el puente Jaime Roldós.
El puente fue construido hacía 1980 y durante la tragedia se hizo un hueco en la estructura.
Preocupación e incógnita
Washington Morales es el presidente del Gobierno Autónomo Descentralizado (GAD) parroquial. Desde su oficina, en el centro del poblado, dice que lo sucedido con el desbordamiento del río Blanco le preocupa y deja una incógnita.
"La madrugada del 18 de marzo va a ser histórica por las secuelas que ha dejado".
Dice Morales que la prefectura de la provincia Tsáchila construyó en 2012 un muro de escolleras (obra hecha con piedras) para proteger al pueblo y que no entrara el agua. Tiene una altura de entre seis y ocho metros. Y una extensión de hasta 950 metros. Pero afirma que no ha recibido mantenimiento ni se ha reconstruido.
Además, explica que la Secretaría de Riesgos recomendó que cada dos años se hiciera un desazolve (quitar lo que azolva o ciega un conducto) en el río Blanco. Es decir, una especie de dragado para retirar los sedimentos del fondo.
La última vez que lo hicieron fue en 2015, asegura.
Por otro lado, el puente Jaime Roldós, que también resultó afectado, no ha recibido mantenimiento desde su construcción, reseña Morales, pese a que ha insistido al Municipio de Santo Domingo de los Tsáchilas para que llevaran a cabo esta obra y la del muro.
El sábado, después de la tragedia, se arreglaron las partes dañadas de la estructura; sin embargo, los vehículos pesados aún no están autorizados para pasar. Morales sostiene que hay un ofrecimiento del Ministerio de Transporte y Obras Públicas (MTOP) para la reconstrucción de las bases del puente.
En cuanto a la incógnita que le queda del desbordamiento del río Blanco, el presidente del GAD dice que es un "secreto a voces" que detrás de la tragedia está la represa de Toachi Pilatón, en Alluriquín, por donde pasa el río Toachi, que más adelante alimenta al Blanco.
Pero, la Corporación Eléctrica de Ecuador (Celec) aclara que no existió represamiento de agua en ningún frente del proyecto Toachi Pilatón.
Dormir en el piso o en un albergue
El desbordamiento del río Blanco dejó 75 familias afectadas. 14 casas se cayeron y cinco de ellas quedaron totalmente destruidas. Fincas inundadas y animales muertos.
Entre los damnificados está la familia Paredes. Es mediodía. Hace mucho calor. Y Janeth habla con representantes del Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi) que recorren la zona levantando información de quienes han perdido sus bienes.
Cuando concluye, cuenta que los funcionarios del Miduvi son los primeros que los visitan. Se siente resignada. "A uno mismo le toca reponerse aquí", lamenta la joven, quien vive con su padre, don Fernando Napoleón Paredes de 68 años, que llegó al poblado en 1993.
Dice que -entonces- había turismo, pero ya no. Había más obras, pero ya no. Era un valle hermoso, pero ya no.
"Supuestamente había una alarma que alertaría de las crecidas del río, pero nunca se encendió".
Fernando Paredes
Fernando y sus familiares, unos 16, perdieron todo lo que había en su casa. Su patio es un basurero. Los dormitorios están vacíos. Y la televisión y los colchones están en la vereda de la propiedad, expuestos al ardiente sol.
Por ahora, todos duermen en el suelo. Se resisten a ir a un albergue.
El albergue está a un kilómetro de allí, en el barrio San Eduardo, donde Gonzalo Amoguimba es voluntario. Él se ha esmerado para habilitar cuartos grandes para los damnificados.
Allí están cuatro familias que suman en total 16 personas. Adultos y niños. Hay mosquitos, hace mucho calor y no es lo más cómodo, pero Diana Samaniego prefiere quedarse allí a tener que vivir otra inundación. No quiere volver. Tiene miedo, pues esa madrugada de terror no sabía qué hacer. Ni a dónde ir.
Dice que nunca hubo charlas ni socialización de un plan de evacuación. Sus familiares concuerdan con ella. Pero desde el GAD parroquial aseguran que sí hubo. Además, hay letreros en la ciudad que anuncian los puntos seguros.
Cae la noche y la pobladores esperan que no llueva. Que no haya otra crecida ni más tragedias.
El barrio Don Kléber, el más afectado
No llueve.
A la mañana siguiente, el 21 de marzo de 2023, llega Franklin Villafuerte al barrio Don Kléber, el más afectado por el desbordamiento. El joven recorre su casa o lo que queda de ella: ruinas.
Dice que fue una herencia de su padre. Que hace poco inició una remodelación que le costó USD 2.000. Pero el agua arrasó con las paredes de bloque y las puertas. "Necesitamos ayuda, ¿a quién recurrimos?", pregunta impotente.
A unas cuadras de allí, Elvia Ortega hace la misma pregunta.
Su hija Tatiana, de 25 años, es madre soltera de dos niñas. La madrugada de la inundación, un vecino pudo socorrerlas y llevarlas a un lugar seguro. Pero no rescataron ninguna pertenencia. Apenas sobrevivió su gatito, que se trepó en el techo.
Elvia llora. "Gracias a Dios están con vida", añade.
Cerca, un hombre lava un colchón lleno de lodo. Una mujer coloca los zapatos al sol para que se sequen. Y otras personas esperan aún por ayuda.
Washington Morales, el presidente del GAD, asegura que necesitan el apoyo de otras entidades. Requieren ropa, medicina, calzado, colchones, sábanas, agua, alimentos.
Un milagro en medio del caos
María Campos es enfermera. Devota de la Virgen, cuenta que milagrosamente su casa no resultó dañada por el desbordamiento. No entró el lodo ni el agua. No pasó lo mismo con sus vecinos del barrio Don Kléber.
Esta mujer, que trabaja en el área de emergencia en un hospital de La Concordia, no se quedó de brazos cruzados y pensó: "Yo tengo que hacer algo por mi pueblo". Así que se puso un delantal de chef y comenzó a cocinar para todas las bocas hambrientas que dejó la inundación.
Buscó ollas enormes y preparó arroz con lo que fuera.
Es martes y María carga fundas llenas de salchichas que donó una empresa del sector. No importa que no haya dormido por la guardia de su trabajo. Pronto se alista para preparar: arroz con estofado de salchicha. Con su ejemplo, más personas se han unido a esta cruzada.
'Barriga llena, corazón contento'. Esa es su misión, por lo menos hasta que la gente se recupere. Queda mucho, pero este 'ángel' apareció para alivianar las penas y el dolor en Valle Hermoso, que quizás algún día recuperará su brillo.
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