Turismo sensorial, o cómo visitar el Centro Histórico de Quito a ciegas
Germán Fonseca explica la historia de la Plaza de la Independencia. ël es parte de una grupo de guías turísticos ciegos que recorren Quito..
EFE
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Ciegos por azares del destino, cinco guías turísticos pasean a los visitantes del centro histórico por un Quito de experiencias sensoriales. Una prueba de que la cultura no entiende de discapacidades y de que la mejor forma de ver no siempre es con los ojos.
Iglesias, museos, parques, restaurantes, hoteles, historias y leyendas, todos toman una nueva dimensión para el turista que, con los ojos vendados, atiende la explicación de los guías por algunos tramos del Quito colonial, reconocido por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
"No tenga miedo, camine, yo le voy a cuidar", dice el guía Germán Fonseca, bastón en mano, al turista que tiene los ojos tapados con un antifaz y que se sujeta al brazo del ciego como única fuente de seguridad mientras camina por las afueras del imponente palacio de Carondelet, sede del Ejecutivo.
Con paso inseguro ante una nueva y momentánea realidad de tinieblas en pleno día, el turista palpa las paredes del palacio en una invitación del guía Fonseca a "sentir" la historia, a acariciar la cultura y despertar los sentidos.
"¿Cómo sintió a Carondelet?", pregunta el experto. "Áspero", responde el turista antes de que otro guía con discapacidad complete con picardía: "¡Áspero... como los presidentes!".
Tras una detallada explicación sobre el monumento histórico, el recorrido continúa entre el éxtasis turístico y la comprensión de lo poco amable que resultan la ciudad y los ciudadanos para las personas con discapacidad visual, en un país donde se calcula que existen cerca de 300.000 personas en esa situación.
Casi un año llevan los guías en la labor de ayudar al turista a descubrir Quito desde otros sentidos, considerando que el de la vista puede estar saturado por imágenes maquilladas, por muchos filtros, y que son más efectivos los "ojos del alma".
Prácticamente ciega a sus 55 años por una enfermedad degenerativa de la retina, María Fernanda San Andrés confiesa que espera que, con estos recorridos, los turistas se lleven una experiencia sensorial del Quito histórico, pero también "una nueva visión sobre la discapacidad".
Y la realidad golpea con fuerza al turista que, antes de colocarse el antifaz. Los guías alimentan la imaginación del visitante "ciego" con relatos que incluyen diálogos y sonidos para teatralizar leyendas, así como aromas relacionados con sus historias.
Usan para ello rudimentarios artículos de los que pueden echar mano ante la falta de auspicio en una tarea cuesta arriba. Hasta ahora no han cobrado por sus tours.
Y en esa línea, un turista de ojos vendados participa por primera vez del frío procedimiento para elaborar los tradicionales helados de paila, esos que antes le llegaban a la mesa sin más trámite que ordenar y de los que ahora tiene una nueva mirada, paradójicamente, sin ver.
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