Transmasculinos: el solitario camino de los hombres que viven encerrados en el cuerpo de una mujer
Los transmasculinos aseguran que su identidad sexual les acarrea discriminación por parte de sus familias y de la sociedad, pero también se sienten discriminados por los sistemas públicos de educación y salud. En Ecuador, los tratamientos de reemplazo hormonal no son cubiertos por el Estado.
La Franternidad Transmasculina del Ecuador vela por los derechos de esta comunidad
cortesía Sofía Córdova
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Leonel Yépez, José León, Zackarías Elías y Emilio Villafuerte pertenecen a un grupo de personas que se identifica como transmasculinos: se trata de una minoría sexual que nace mujer pero siente que pertenece al género masculino, para encontrar su verdadera identidad de género recurren al uso de medicamentos y a cirugías.
Los cuatro comparten historias en las que la discriminación es el elemento común. Ellos aseguran a PRIMICIAS que han sufrido rechazo en el colegio, en el sistema público de salud e incluso dentro de sus propias familias.
Leonel Yépez, como muchos de sus compañeros, tuvo que dejar su casa porque su madre no aceptaba su identidad sexual.
Leonel Yépez sabe lo que es lidiar con el desprecio en casa. Su madre no aceptaba que Thalía, como se llamaba cuando era niña, se convirtiera en Leonardo. Los insultos y las peleas diarias le provocaron una crisis depresiva que lo obligó a salir de su casa.
Cuando cumplió 22 años regresó a la casa de su mamá. Tenía cuerpo de hombre y voz masculina, atrás habían quedado los rasgos de mujer. Volvió bajo la condición de que esta vez no hubiera rechazos ni insultos.
Su madre aceptó el trato, pero no duró mucho. “Las peleas siguen. Ya no como antes, pero se han vuelto tolerables. Espero que algún día las cosas cambien”, dice el joven.
José en lugar de María
José León vivió una historia similar. Sus padres quisieron convencerlo con preceptos religiosos que su elección era equivocada. Desde los 17 años está luchando para ser aceptado.
Él no abandonó su casa, pero también tuvo que soportar peleas y rechazo, sobre todo cuando se fajó el pecho y empezó a tomar testosterona (hormonas masculinas). Con el pasar de los años, su familia aceptó el reemplazo hormonal y empezó a llamarlo José en lugar de María.
El cambio hormonal no es fácil. Requiere el control estricto de un endocrinólogo que recete las dosis indicadas para cada persona con el objeto de evitar secuelas y daños para la salud de los pacientes.
Emilio Villafuerte también es transmasculino y vocero del colectivo Valientes de Corazón. Afirma que los costos de las pastillas e inyecciones son altos y que los tratamientos suelen abarcar períodos prolongados. Un tratamiento mensual que incluye 100 pastillas, por ejemplo, puede costar unos USD 80, y con inyecciones el costo sube a USD 10 a la semana.
A eso se suma que la terapia de reemplazo hormonal para personas trans no consta entre los servicios que brinda el sistema público de salud.
Lo confirmó el Ministerio de Salud Pública del Ecuador, a través de un comunicado remitido a PRIMICIAS: “estamos trabajando en su inclusión, pero será necesario emitir una guía de práctica clínica que oriente al personal de salud en cuanto al tipo de hormonas, las dosis y demás características de la terapia”.
“No tenemos acceso a medicinas desde el sistema público de salud y algunos tampoco pueden asistir al sistema educativo porque hay discriminación, desconocimiento y falta de información con respecto a la población transexual”, dice Villafuerte.
Zackarías Elías fue víctima de discriminación en su colegio. Fue expulsado cuando confesó que ya no quería ser Karlibeth ni usar ropa de mujer. Ese episodio lo motivó a luchar contra la discriminación. Ahora se dedica a brindar asesoría en Silueta X, un colectivo que vela por los derechos de la población LGTBI.
Los cuatro, como muchos otros transmascuilinos, han acudido a organizaciones sociales para recibir ayuda psicológica y médica, buscando un poco de apoyo y compañía en el camino de su transformación.
Un sistema de atención pública que falla
“En Ecuador, el sistema público de salud no tiene protocolos de atención para estos pacientes”, dice el endocrinólogo Wellington Aguirre, que lleva 20 años tratando a personas transexuales. Agrega que tampoco hay psicólogos especializados en el tema.
Una encuesta realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos entre 2.085 personas LGBTI (de los cuales 34 eran transmasculinos) determinó que el 58% no tenía acceso a la Seguridad Social ni a otro tipo de seguro de salud.
Según la misma encuesta, un 34% de los actos de violencia en contra de las minorías sexuales, como gritos, insultos, burlas y amenazas, proviene del propio núcleo familiar de las personas LGBTI.
En 2016, el Ministerio de Salud aprobó el Manual de Atención en Salud para lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersex, en el que se dictan parámetros con los que se debe cuidar la salud de estas minorías.
A pesar de que existe este manual, el Estado no provee los medicamentos ni el tratamiento psicológico que las personas transmasculinas necesitan para su reemplazo hormonal.
“En la práctica el manual no se aplica”, dice Édgar Zúñiga, director de la Red Ecuatoriana de Psicología por la Diversidad LGBTI, quien agrega que las organizaciones sociales son las que brindan ayuda a la comunidad para que puedan enfrentar el rechazo de la sociedad y que no caigan en depresión.
“Nuestro programa cuenta 8 o 12 sesiones psicológicas, dependiendo de la evolución de cada persona. Cuando el tratamiento termina esperamos que tengan la fortaleza que se necesita para vivir en un mundo lleno de discriminación”, Zúñiga.
Emilio Villafuerte, vocero de Valiente de Corazón, concuerda con Zúñiga. Cuenta que la sociedad civil ha sido el soporte para los transmasculinos que se ven solos ante la desatención del Estado.
“Si no existieran estos colectivos, muchas personas ya no tendrían ganas de vivir”, Villafuerte.
Ser transmasculino no es un capricho
El camino de la transformación es largo y difícil. La transición empieza con la disforia de género, que significa la inconformidad de una persona con su sexo biológico.
Édgar Zúñiga, director de la Red Ecuatoriana de Psicología por la Diversidad LGBTI, explica que la adopción de la identidad de género empieza desde el primer año de vida. “Este proceso se consolida en los cuatro o cinco años siguientes cuando se construye el ‘yo’.
“No podemos decir que la transexualidad es una enfermedad o un problema psicológico. Es una variante de la expresión de la naturaleza humana”, dice Zúñiga.
El endocrinólogo Wellington Aguirre, quien ha trabajado 20 años con personas trans, dice que se deben hacer exámenes a cada paciente para determinar las dosis de medicamentos que debe consumir, ya sean pastillas o inyecciones.
Con los resultados, los médicos buscan que la terapia hormonal no afecte el funcionamiento natural de cada órgano. Por esa razón es necesaria la vigilancia de un profesional.
Emilio Villafuerte, representante de la organización transmasculina Valientes de Corazón, dice que la falta de dinero hace que muchas personas tomen medicamentos empíricamente sin una guía profesional, lo que puede causar daños a su salud.
Cuando el cuerpo se ha adaptado al proceso de hormonización, tres cirugías básicas son las opciones que tiene un transmasculino para adoptar el género del que se siente parte:
- Mastectomía: retiro de las glándulas mamarias
- Histerectomía: extirpación del útero
- Faloplastia: colocación del órgano genital masculino
Aguirre señala que las operaciones también evitan problemas de salud porque las mamas y el útero pueden contraer infecciones al recibir hormonas que no corresponden a su funcionamiento.
Las personas trans se sienten realizadas cuando empiezan a tener barba, cuando les cambia la voz o cuando se operan. “Es parte del proceso para adquirir una nueva identidad”, dice Aguirre.
José León invirtió USD 3.000 en una mastectomía. Ese dinero tuvo que conseguirlo solo, así como lo que necesitó para el proceso de reemplazo hormonal. Su camino no termina allí y ahora ya piensa en la histerectomía.
Emilio Villafuerte fue intervenido a los 27 años y ya no tiene mamas ni útero. No recuerda cuánto gastó en las intervenciones, lo que sí tiene presente es el costo familiar que trajo su transformación. “Mi familia no quiso saber nada de mi, tuve que salir de casa y desde ese día no he tenido una buena relación con ellos, pero lo importante es que ahora soy feliz”.
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