A dos semanas de la tragedia el sentido de comunidad se fortalece en La Comuna
Los moradores del sector se han organizado espontáneamente para recibir la ayuda que sigue llegando y que todos reciban lo que necesitan equitativamente.
Ricardo Maila (centro) entrega una funda de alimentos a una moradora de La Comuna, el 16 de febrero de 2022.
Jonathan Machado
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Se podría decir que los habitantes de La Gasca y La Comuna, en Quito, están concentrados en la reconstrucción de sus viviendas, porque tras sobrevivir al aluvión que devastó su barrio matando a 28 personas, tener un espacio seguro se ha vuelto lo más importante.
El sol y una nube de polvo -producto del lodo que lo cubrió todo y ahora se seca- acompañan a quienes levantan muros, columnas o instalan nuevas puertas para protegerse de la delincuencia que los acecha desde que ocurrió la tragedia. Al menos 40 inmuebles sufrieron algún tipo de destrucción el 31 de enero.
Los sonidos del tránsito y del ajetreo comercial han sido reemplazados por el golpeteo de martillos y el monótono sonido de las soldadoras. En las tres cuadras de la denominada zona cero esos ruidos solo se interrumpen cuando fundaciones o ciudadanos llegan con donaciones para los damnificados.
La llegada de donaciones necesita que alguien sepa cómo repartirla, para que la ayuda sea equitativa y no deje a ninguna de las 160 familias damnificadas por fuera.
Esa coordinación ya no está en un puesto de mando unificado o en un comité de operaciones metropolitano. Lo estuvo al principio, pero ya no.
Esa tarea está en manos de un vecino que asumió espontáneamente esa tarea: Ricardo Maila, de 56 años, quien creció en el barrio y al que todos conocen.
Maila asumió un rol solidario sin que nadie se lo pida y al visitar la zona se nota que sus vecinos lo admiran y respetan. "El 31 de enero pudimos salvar, junto a un vecino, a dos personas que eran arrastradas por el lodo, evitamos que se ahoguen", dice con una sonrisa.
Aunque durante las tareas de rescate también vio los cuerpos de sus amigos de siempre que murieron mientras observaban un partido de ecuavóley o que caminaban por la calle. "Son momentos impactantes que no se olvidan", dice.
Su tarea voluntaria empezó al día siguiente de la tragedia. Organizó a una decena de vecinos para repartir la comida, ropa y productos de limpieza que empezaban a llegar en grandes cantidades.
Desde entonces constata que los damnificados reciban las donaciones en función de sus necesidades. Alimentos y materiales de construcción, principalmente.
Está consciente de que aún falta mucho por hacer. Al menos siete casas todavía no tienen medidores de luz ni de agua.
Lucía Catota es otra vecina que se concentró en ayudar a su comunidad. En su casa se improvisó un centro de acopio y allí se armaban kits de alimentos y ropa para los damnificados en los días posteriores a la tragedia.
Entre los intentos por reconstruir lo perdido y repartir con equilibrio las donaciones hay un reclamo que se repite y al que todos evocan. El plan de reactivación económica que anunció el alcalde Santiago Guarderas, cuyo presupuesto es los USD 8,4 millones.
"Hasta ahora no sé cómo sobreviví"
En lo que él cree fueron 30 segundos, Steven Pazmiño fue arrastrado cuatro cuadras por el lodo y los escombros del aluvión del 31 de enero de 2022.
Sentado en la vereda de su casa en La Comuna, recuerda que eran las 18:26 cuando la cancha de ecuavóley de La Comuna se quedó a oscuras. "Escuchamos un estruendo y vimos, con la poca luz, cómo bajaba una cantidad impresionante de agua", dice.
El joven de 26 años apenas atinó a saltar a un barranco con el objetivo de sortear el aluvión, pero no pudo hacerlo. "La corriente me atrapó y no podía reaccionar. Mi cabeza y mi cara recibieron impactos de piedras, palos y hasta de contenedores de basura", dice.
Para su suerte, la ola de lodo que lo arrastró perdió fuerza al encontrarse con la calle Domingo Espinar en donde pudo reincorporarse con la poca fuerza que le quedaba. Caminó unos metros para ponerse a salvo y pedir ayuda.
"Lo primero que hice fue llamar a mis padres para que estén tranquilos porque sabían que estaba en la cancha. Después llamé a la ambulancia, pero nunca llegó, así que tomé un taxi para ir al Hospital Eugenio Espejo", relata.
En el hospital, Pazmiño fue llevado a la sala de emergencias para evaluarlo. Al ver que estaba consciente, los médicos le cosieron los cortes que tenía en su rostro y cabeza. "Hasta ahora no sé cómo sobreviví, pero aquí estoy. Parece que todavía no era mi hora", reflexiona.
Para Pazmiño, lo más difícil llegó después. Con el pasar de los días se enteró que de los 28 fallecidos, 22 eran sus amigos y estaban en la cancha de ecuavóley.
"Apenas salí del hospital hice una lista de las personas que estábamos en el hospital para saber el estado de cada uno. Fue muy triste escribir los nombres de quienes murieron", dice. Aún conserva ese listado.
Él, como muchos en el barrio, espera recibir las ayudas ofrecidas por las autoridades, pues vive solo y desempleado.
No tiene claro qué hará en los próximos días, o hacia donde irá su vida, pero está seguro que si el barrio reconstruye la cancha no volverá, al menos no por ahora: "ahí están miles de recuerdos de personas con las que compartí muchos años".
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