Los 'soldados azules' libran una batalla diaria para mantener a Quito limpia
Son los ayudantes de recolección de la Empresa Metropolitana de Aseo (Emaseo) en Quito. Cada día recogen unas 2.200 toneladas de basura, la recolección de cada tonelada le cuesta a Quito USD 55.
Existen puntos críticos en donde la basura está acumulada en las calles o veredas.
Emerson Rubio / PRIMICIAS
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La cabina del camión recolector 194 huele a sudor y basura y suena de fondo una canción de Sahiro. Los cuatro ‘soldados azules’ que van en esta unidad la tararean. Uno de ellos, Kléver Bautista, sube el volumen. “Por él sí pagaría un concierto”, suelta tras una carcajada.
Están relajados. Han cumplido la primera misión de la noche en el frente de turno: Carcelén Bajo, al norte de Quito. A sus espaldas, en la caja compactadora del camión, llevan el trofeo de de su batalla diaria: 11 toneladas de desperdicios.
Estos 'soldados azules' en realidad no pertenecen al Ejército, son obreros de la Empresa Metropolitana de Aseo (Emaseo). Los empezaron a llamar así en la pandemia, cuando andaban en las calles vacías, con uniforme azul, sin parar de trabajar.
Como otras actividades esenciales, una ciudad no puede dejar de recoger su basura y los encargados de hacerlo no pudieron sumarse al confinamiento que provocó la aparición de un virus, que entonces era desconocido.
Su título oficial es el de ayudantes de recolección y servicios de aseo. Sus 'armas' son unos guantes gruesos o de látex, palas, escobas y hasta pedazos de cartón.
El lunes 17 de octubre, 228 nuevos ayudantes de recolección se sumaron a esta labor en Quito. Recibieron un contrato indefinido tras un proceso en el que postularon 18.000 personas, en julio de 2022, y que desnudó la realidad de la falta de empleo.
Con ellos, sumaron 1.661 ‘soldados’. Entre todos, incluyendo barrenderos y quienes trabajan en los camiones recolectores, recogen 2.200 toneladas de residuos al día.
La Empresa Metropolitana de Aseo (Emaseo), estima que a la ciudad le cuesta unos USD 55 recolectar cada tonelada de desperdicios. Este valor incluye todos los costos de operación.
Es un trabajo esencial para que la ciudad se vea limpia.
“Las personas nos minimizan, pero todo trabajo es digno”, dice Kléver e infla el pecho como un pavo real. Él y sus compañeros aguantan frío, lluvia, esquivan a las ratas y los vidrios rotos, además de soportar olores nauseabundos. Así es su jornada.
A barrer las calles quiteñas
Jueves 20 de octubre. Son las 06:30. Llueve y la temperatura no alcanza los 10 grados centígrados. Bajo una visera, en uno de los ocho cuartelillos de Emaseo, en la avenida Occidental, hombres y mujeres escampan y se acomodan las camperas impermeables.
De repente, el supervisor Cristian Valladares corre lista. ¡Arcos! ¡Betún! ¡Cando! Responden presente y se acercan a retirar tres fundas amarillas. Son en total 480 personas las que se dedican al barrido de todo el Distrito Metropolitano en 46 rutas.
Galo Grefa, Adriana Eche y David Yungan están en una esquina. Ellos pertenecen a la cuadrilla de barrenderos del sector La Mariscal y son parte de los 228 flamantes ‘soldados’, aunque ya trabajaban en la empresa con contratos ocasionales.
Cuando Valladares los nombra, avanzan hacia una bodega, en la calle Luis Cordero. En un terreno baldío, donde hay una choza desvencijada, están sus herramientas. Adriana, quiteña de 36 años, agarra la escoba y una pala (o manilla) y está lista para salir.
Lo más desagradable
“Cuando llueve, la basura se pega al piso”, dice Adriana mientras arranca un cartón mojado de la calle Foch. Los viernes, sábados y domingos son los peores días.
Es cuando los farreros dejan la zona como si hubiera pasado por allí un torbellino: colillas de cigarrillos, fundas de snacks y manzanas que usan como pipas.
A veces encuentran ratas muertas o gatos envenenados. "Es lo más desagradable", dice esta madre soltera de dos niñas, que sabe que el sacrificio vale la pena por un sueldo fijo y un trabajo estable.
Son las 08:00 y la lluvia no cesa. Adriana Eche no despega los ojos del piso, ni siquiera repara en los peligros que la rodean: indigentes y delincuentes.
Entre enero y septiembre de 2022, en La Mariscal hubo 35 detenidos por robo y se decomisaron 100 armas blancas y 40 gramos de cocaína.
“¡Usted los está atrayendo!”, le dice Adriana al periodista que la acompaña con una sonrisa, la misma que esboza cuando habla de sus sueños: "retomar los estudios que dejó por malas decisiones" y porque se embarazó. Su sueño es convertirse en licenciada en educación.
El camino es largo
Para Galo Grefa, nacido en Sucumbíos hace 34 años, el desayuno es lo más importante: nunca falta el arroz con pollo en su primera comida del día. Eso le da fuerza para caminar 3,5 kilómetros diarios.
En su jornada por la avenida Amazonas, a veces la gente colabora barriendo las puertas de sus locales. Pero también hay ciudadanos que le reclaman porque no llegó temprano. No saben que Galo se levanta a las 04:00 para estar allí a las 08:30.
Él prefiere no discutir, porque sabe que tiene una recompensa. “Cada día nos queda la satisfacción de dejar la ciudad más limpia”, defiende el hombre.
Él prefiere el lado positivo de su oficio. Conoce los barrios "los peligrosos y los seguros" y hasta identifica a los indigentes que lo saludan como “¡Hola, vecino!”. Se ríe cuando lo recuerda.
Pero no es tan gracioso cuando abre los contenedores y encuentra indigentes fumando o durmiendo. Ha habido, incluso, reportes de personas fallecidas dentro. En Quito hay 5.443 contenedores y hasta septiembre, Emaseo ha reportado que 1.108 fueron vandalizados
Galo, al igual que su compañera, tiene un anhelo: estudiar la carrera de ingeniería ambiental. Es de nacionalidad kichwa, ha estado cerca de los pozos petroleros y viajó ocho días y ocho noches en bus hacia Bolivia para una cumbre de cambio climático. Esa es su próxima meta.
En la capital hay 5.443 contenedores. Hasta septiembre, Emaseo ha reportado que 1.108 fueron vandalizados.
Un merecido descanso
A las 09:30, Galo y Adriana toman un receso y desayunan -otra vez-. A ellos se suma David Yungan, un 'soldado' que tiene 22 años, dos hijas y una pareja sin trabajo.
Cuanto se termina el descanso, Yungan avanza hacia la calle Luis Cordero con unas botas de punta de acero. Parecen pesadas, pero él dice que son cómodas.
Cada año, Emaseo les entrega cuatro pares de botas, tres pantalones, un cubre lluvia, cuatro camisetas y una campera impermeable.
Son las 10:30. Mientras barre hojas secas, David habla de lo dura que es la convivencia. Dice que se siente aún inmaduro, que el trabajo nunca se acaba. Que le gustaría ser chofer profesional algún día y que una vez encontró unos audífonos inalámbricos en buen estado.
En ese momento, un hombre se acerca a él e intenta regalarle USD 0,15. Luego, se aleja.
Al mediodía, el sol pega en la coronilla. Adriana, Galo y David continúan recogiendo basura y sudando. A las 14:00 acaba su turno. Pero la recolección no se detiene.
Una prueba de resistencia
Son las 19:00. En el cuartelillo de Zámbiza, en el norte, el supervisor Luis Collaguazo corre lista y lanza una advertencia: “Lleven sus equipos impermeables”, no ha parado de llover.
Klever Bautista, el conductor del camión recolector 194, inspecciona las llantas con la linterna de su celular. Revisa cables y se sube en el vehículo junto a Leonardo Paucar, Manuel Pulupa y Manuel Atupaña. Van hacia Carcelén Bajo, su frente de batalla esta noche.
Se ponen los guantes y, a las 20:00, se sujetan de la parte trasera del camión. Tan pronto como arranca, a una velocidad de 20 kilómetros por hora, los tres ayudantes de recolección se lanzan a las calles para levantar las bolsas de basura de las entradas de sus casas.
Algunas personas son menos respetuosas y las lanzan desde el segundo piso.
Parecen hormiguitas que van de un lado a otro succionando lo que aparece. Caminan. Corren. Sudan. No hablan entre ellos mientras realizan su trabajo, pero se hacen señas. Todo está coordinado y el conductor entiende cuándo debe detenerse y cuándo no.
De enero a mediados de octubre, Emaseo recolectó 549.821 toneladas de residuos sólidos con las 161 unidades que están operativas.
Existen los puntos críticos, que son cúmulos de desechos, algunos esparcidos por los perros.
Esos son los momentos más duros: pues les toca limpiar con sus manos y pedazos de cartón las calles o veredas inundadas de desperdicios.
Las ratas merodean por allí. Pero no importa, “nosotros les correteamos”, dice Leonardo y se ríe. Manuel Atupaña continúa “salen peor que canguil”.
"El chamo basurero"
Cuando Klever Bautista, quien estudiaba ingeniería mecánica, entró a Emaseo tenía 18 años y era ayudante de recolección. Su padre también hacía lo mismo.
“Los panas del barrio decían: 'ahí viene el chamo basurero'”, recuerda. Siguió trabajando con ganas y pronto ascendió. Ahora es el conductor de ese camión que pesa unas 11 toneladas.
Cuando son las 21:30, el camión se detiene en una esquina donde hay poquísima iluminación. Da igual. “¡Minuto de hidratación!”, dicen los 'soldados' que han corrido, al menos, dos kilómetros.
Por esa razón que a los nuevos recolectores les hicieron pruebas de conocimiento, pero también físicas, pues necesitan estar en buenas condiciones.
Compran un refresco, se sirven en vasos plásticos y siguen. No hay tiempo que perder, porque tienen un horario y Zeus, un hombre que siempre habla detrás de la radio de Emaseo, está pendiente de lo que hacen.
Con el cúmulo de basura, el olor cada vez es más fuerte y penetrante.
Cuando la caja compactadora hace su trabajo, los lixiviados (líquidos que se generan en la descomposición) se desprende de los desechos. A ellos no les incomodan los olores, dicen que ya ni siquiera les incomoda la pestilencia.
Durante cuatro horas han llenado el camión recolector. Saben que es momento de vaciarlo en la Estación de Transferencia Norte de Emaseo, pero antes, hacen una parada en los agachaditos del Comité del Pueblo y se comen un plato de chuleta.
En el camino de vuelta, con la primera misión cumplida, Leonardo cuenta que unos años atrás se cortó la pierna derecha con un vidrio. “Incluso hay personas inconscientes que botan agujas”. Su esposa le dice que su trabajo es arriesgado, para él es una oportunidad.
Si no fuera ayudante de recolección, le gustaría ser electricista.
En la cabina de la unidad 194, luego de cumplir su tarea regresan a base escuchado música. Bromean. Se molestan. Entonces, llegan al cuartelillo de Zámbiza donde una báscula pesa lo que han recogido.
"¡Buen trabajo, chicos!", vacían los desechos sobre más desechos a las 23:30. Y suspiran.
¿Fin de la jornada? En absoluto.
Aún les queda una misión. Terminar de recoger la basura de Carcelén Bajo. La noche es larga y su turno termina a las 02:00. Saben que ellos trabajan cuando los demás duermen. Algún domingo ya tendrán tiempo para jugar fútbol y descansar.
Una guía para arrojar los desechos
- ¿Cómo deshacerse de los vidrios? Hay que meterlos en cartones y envolverlos con cinta.
- ¿Cómo deshacerse de las jeringuillas? Arrojarlas en fundas de basura rojas, que son desechos contaminados con sangre.
- ¿Qué colores se usan para reciclar? Contenedor amarillo, plásticos; verde, vidrios, y azul para cartón o papel.
- ¿Hay una sanción por tener sucia la vereda de su domicilio? Sí, el 20 % del salario básico, es decir, USD 85.
- ¿Abandonar en espacios públicos animales muertos es una contravención? Sí, es una sanción de dos remuneraciones básicas, es decir, USD 850. Se debe llamar a Emaseo.
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